9 de agosto de 2010

Visita virtual: GRUPO DE LAOCOONTE Y SUS HIJOS, representación desgarrada de la tragedia



LAOCOONTE Y SUS HIJOS
Agesandro, Atenodoro y Polidoro (Escuela de Rodas)
50 d. C.
Mármol
Museos Vaticanos, Roma
Escultura griega. Período helenístico

     Este impactante grupo escultórico fue descrito por Plinio el Viejo en su Historia Natural como la mejor obra artística conocida en su tiempo, después de poder contemplarlo en la residencia del emperador Tito en Roma. En él desaparecen la serenidad y el equilibrio clásicos para realzar con vehemencia, a través del movimiento, el momento dramático de la muerte de Laocoonte y sus hijos, devorados por dos serpientes marinas, llegando a convertirse en una de las obras más representativas del período helenístico por la rotundidad con que se representa el dolor extremo y la impotencia humana.

EL MITO DE LAOCOONTE

     El episodio fue recogido por Virgilio en el relato de la Eneida referido a la guerra de Troya. Laocoonte era el sacerdote del templo de Apolo Timbreo en Troya, estaba casado con Antiopa y tenía dos hijos. Durante el sitio de la ciudad por los aqueos, estos simularon una retirada dejando en las puertas de Ilión un caballo construido en madera como regalo al dios Apolo, lo que incitó a Laocoonte a exclamar: "Desconfío de los dánaos (griegos) incluso cuando dejan regalos", alertando a los troyanos de una posible trampa, por lo que sugirió su destrucción por el fuego. Como los troyanos no le hicieran caso, por considerar una profanación el destruir un regalo ofrecido a los dioses, lanzó teas en llamas contra el caballo, pero en ese momento emergieron del mar dos serpientes enviadas por la diosa Atenea que devoraron al sacerdote junto a sus dos hijos, hecho que fue interpretado como un castigo divino.

HALLAZGO Y RECOMPOSICIÓN DE LA CÉLEBRE ESCULTURA

     Cuenta la crónica romana que la escultura fue descubierta en nueve fragmentos en la fría mañana del 14 de enero de 1506 en un viñedo que Felice de Fredis cultivaba en la colina del Esquilino de Roma, sobre unos terrenos antaño ocupados por la residencia del emperador Tito, en el lugar donde anteriormente se levantaba la Domus Aurea de Nerón. El papa Julio II, enterado del descubrimiento, envió para su reconocimiento al arquitecto Giuliano da Sangallo y a Miguel Ángel, que quedaron impresionados por la calidad de la obra y recomendaron al papa su compra al reconocer en ella la mítica escultura citada en la antigüedad por Plinio el Viejo.

     El hallazgo de la escultura fue un auténtico acontecimiento que fue celebrado por los artistas y mecenas del Renacimiento, pues su extrema calidad venía a contribuir a devolver a Roma su antigua gloria, siendo transportada en julio de 1506 al patio del Belvedere, recién remodelado por Bramante, en un desfile presenciado por multitudes agolpadas en las calles que lanzaban pétalos de rosa a su paso mientras el Coro de la Capilla Sixtina entonaba himnos solemnes.

     Cuando fue hallada le faltaba el brazo derecho de Laocoonte y parte de los brazos de sus hijos, con un aspecto similar al que presenta en un grabado de Marco Dente (Metropolitan Museum de Nueva York) realizado pocos años después de su hallazgo. La admiración que causó la escultura en el mundo artístico hizo que enseguida se realizaran intentos de reconstrucción. El primero de ellos fue llevado a cabo por Baccio Bandinelli en 1520, con el brazo ligeramente flexionado, tal como aparece en su réplica conservada en la Galeria de los Uffizi de Florencia, un trabajo alabado por Vasari.

     Otro intento fue realizado en 1531 por Montorsoli, ex-asistente de Miguel Ángel, que colocó el brazo elevado y separado de la cabeza, tal como muestra el grabado de Thomassin Simon de 1694. Incluso se convocó un concurso para copiar y recomponer en cera el grupo escultórico, convocatoria en la que participó Alonso Berruguete junto a los italianos Vecchio de Bolonia, Volterra y Sansovino, siendo la obra de este último la elegida para ser fundida en bronce.
     Agostino Cornacchini modifica de nuevo la posición de los brazos en 1725 levantándolos en exceso y en 1819 interviene Cánova para colocarlos en una posición próxima a la de Montorsoli.

     El enigma de la verdadera composición quedaría desvelado cuando en 1905 el arqueólogo Ludwig Pollac reconoció el brazo original en un comercio de antigüedades de la Vía Labicana, con una posición que ya había aventurado Miguel Ángel. El brazo fue colocado definitivamente en la restauración llevada a cabo por Filippo Magi entre 1957 y 1960.

EL GRUPO ESCULTÓRICO

     La escultura es de bulto redondo, concebida para una visión frontal y siguiendo una estructura piramidal en cuyo vértice se encuentra la patética cabeza del sacerdote, rasgos que recuerdan las figuras centrales colocadas en los frontones de los templos. Está enteramente labrada en bloques de mármol y en ella destaca el trabajo anatómico de Laocoonte y sus hijos, uno adolescente y otro niño, con todos los músculos en tensión al intentar liberarse de las serpientes que comprimen y muerden sus cuerpos. En la composición se aprecian dos líneas diagonales paralelas establecidas por determinados puntos anatómicos, relacionadas entre sí por el trazado sinuoso de las serpientes, que aportan un sentido volumétrico a la maraña humana, consiguiendo la tercera dimensión mediante el retorcimiento de los cuerpos en todas las direcciones.

     Como resultado la escultura se convierte en paradigma de la tragedia, llena de un patetismo y violencia que son remarcados por el fuerte contraste de luces y sombras, la pronunciada musculatura, los pliegues del drapeado y los foscos cabellos, todo ello trabajado con la técnica del trépano.

     La descripción anatómica ofrece matices derivados de una profunda observación de la naturaleza, unos de tipo físico, como el tórax hinchado por el estrangulamiento de la serpiente, el mordisco en el costado de una de ellas, el abultamiento de músculos y venas sobre la piel o la colocación de los pies a distintas alturas, junto a otros de tipo moral, como el sufrimiento (pathos scopásico) de un hombre que no puede socorrer a sus hijos en un trance tan decisivo, unificando, como pocas veces ha ofrecido el arte, una perfecta conjunción psicológica, formal y plástica, convertida en una escena conmovedora, por significar la derrota humana, en la que el sufriente Laocoonte es capaz de soportar su desgracia con una gran fortaleza.

     Especial expresividad presentan los rostros, que reflejan a un tiempo desesperación, dolor e impotencia, con los ojos hundidos, las cejas arqueadas, la boca entreabierta y la cabeza girada, configurando una expresión de miradas perdidas en solicitud de ayuda o de un vano intento de escapar de la fatalidad del momento. Igualmente es decisiva en la escultura la expresividad de los brazos, desplegados del cuerpo para sugerir mayor dolor y colocados en todas las posiciones para dotar de movimiento palpitante a la escena.

     Se cree que el original de esta escultura fuera realizado en bronce en el siglo II a. C., siendo esta obra una magnífica copia realizada por Agesandro, Atenodoro y Polidoro en la Escuela helenística de Rodas, de cuyos talleres también salieron las célebres esculturas de la Victoria de Samotracia y el mítico Coloso de Rodas, desaparecido a consecuencia de un terremoto. De modo que el trabajo de sus autores para los emperadores romanos contribuyó a la expansión del arte griego por el ámbito mediterráneo, consiguiendo convertir la expresión artística helenística en un lenguaje común, siendo curiosamente Roma quien consolida en su imperio la presencia de la cultura helenística.

     La obra se enmarca en un contexto temporal en que los ideales clásicos griegos dieron paso a una serie de pautas artísticas condicionadas por acontecimientos históricos y económicos derivados de las expediciones de Alejandro Magno por el imperio persa, produciéndose un contraste entre la mentalidad mercantil griega y la organización administrativa de los persas, hecho que daría lugar a una reestructuración económica helenística que tuvo una repercusión decisiva en el terreno artístico.

     En ese momento la escultura conoció un momento excepcional de esplendor en talleres localizados en ciudades en las que se forjaron verdaderas escuelas artísticas, destacando junto a Rodas los de Pérgamo (Altar de Zeus), Alejandría (Toro Farnesio) y Atenas (Venus de Milo). En todos ellos la serenidad, la armonía, idealización y equilibrio del período clásico precedente dieron paso a representaciones realistas, dramáticas, violentas, inestables, con cierto componente teatral y con una impecable ejecución técnica, produciéndose una contradicción entre el pesimismo de las composiciones y la riqueza creativa vivida en Grecia, siendo el grupo del Laocoonte elaborado en Rodas, ciudad donde se asentaron los seguidores de Lisipo, un buen ejemplo de realismo despiadado.

     Los valores dramáticos y anatómicos de la escultura del Laocoonte tendrían una enorme repercusión entre los escultores renacentistas italianos, comenzando por el propio Miguel Ángel, apreciable en los rasgos del Moisés que comenzara siete años después del descubrimiento de este grupo, así como en artistas de otras tierras que acudían a Italia a completar su aprendizaje, como es el caso del palentino Alonso Berruguete o del borgoñón Juan de Juni.

Informe y tratamiento de las fotografías: J. M. Travieso.

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