27 de mayo de 2011

Visita virtual: ADÁN Y EVA, la belleza ideal en el paraíso





ADÁN Y EVA
Alberto Durero (Núremberg, 1471-1528)
1507
Óleo sobre tabla
Museo del Prado, Madrid
Pintura del Renacimiento. Escuela flamenca-alemana


     Estas dos tablas independientes, que a su vez forman pareja, fueron realizadas por Alberto Durero después de su segundo viaje a Venecia en 1505, motivo por el que ofrecen algunos rasgos italianizantes, como el representar un relato bíblico con fines moralizantes como excusa para hacer a través del desnudo un estudio anatómico a escala monumental (209 x 80 cm.) exaltando la belleza carnal del cuerpo humano. A pesar de todo, en la obra subyace un evidente mensaje moral que gira en torno al pecado original, ratificado en el cartel que cuelga de una rama en la pintura de Eva, en el que, junto a la firma del autor, anagrama habitual y fecha de ejecución, figura la frase "post Virginis partum" en alusión a la Virgen como nueva Eva o mujer libre del pecado que Adán y Eva se disponen a cometer.

     Pero estas dos pinturas nunca fueron concebidas para formar parte de algún retablo destinado al culto religioso, pues ambas pinturas pueden sugerir a simple vista las puertas de un tríptico, sino como una composición alegórica en la que Durero experimenta sobre la perfección de las proporciones humanas, una constante entre los pintores del Renacimiento que en la obra de Durero se traduce en obsesión.

     Las dos anatomías destacan tanto por su esbeltez y estilización, fruto de haber utilizado el pintor un canon de nueve cabezas en lugar del canon vitrubiano de ocho, como por su colocación sobre un fondo neutro que potencia las formas y la fluida línea del dibujo, con un espacio muy reducido para la ambientación espacial. En las figuras Durero hace un ejercicio de manierismo que no será habitual en su obra, claramente apreciable en las posturas inestables de la pareja, en los movimiento rítmicos de los cuerpos, próximos a la danza en la figura de Eva, la afectación de los gestos de las manos y el ensimismamiento de los rostros, con la cabeza de Adán colocada en tres cuartos y de frente la de Eva, aparentemente sin relación entre sí y con la manzana como único vínculo de unión.

     Un elemento que no pasa desapercibido al espectador es el principal objetivo perseguido por el pintor, esto es, la belleza que emana de los cuerpos y los rostros, una belleza lograda a través de una estudiada y elegante composición, así como una perfección técnica impecable en la utilización del óleo, con perfiles recortados nítidamente sobre el fondo uniforme y una gama cromática que define un magistral modelado volumétrico. A ello se suma la ausencia de detalles anecdóticos, con un virtuosismo de tipo científico y naturalista en la representación del árbol del bien y del mal, de las manzanas y de la serpiente.

     Por este motivo, Adán puede sugerir la representación clásica de Apolo y Eva la de Venus, con la belleza y serenidad propia de los artistas griegos y la idealización de la figura humana propia de los pintores renacentistas italianos, con cual la pintura se revela como un ejercicio intelectual, relacionado por su complejidad con la obra de Leonardo da Vinci, en el que Durero funde los modelos de procedencia clásica con los temas cristianos: la concordatio aplicada por los artistas del Renacimiento italiano. De modo que lo personajes no sólo siguen un clasicismo formal, estético y de gran pureza artística, sino que adquieren una nueva dimensión ideológica y teórica muy alejada del arte precedente. Todo ello se aprecia con nitidez en estas pinturas, donde Durero muestra a los primeros habitantes de la Humanidad, los primeros padres según el relato bíblico, representando una belleza humana sin la contaminación producida por el pecado, donde lo bueno y lo bello sólo puede ser alcanzado a través del arte.

     Las tablas de Adán y Eva de Alberto Durero son los primeros desnudos de tamaño natural realizados por la pintura nórdica, destacando la sutileza del tono bronceado en el cuerpo masculino y el blanco rosado en el de la mujer. En el escueto paisaje, que en lenguaje actual diríamos de aspecto lunar, parece soplar una ligera brisa que agita los cabellos de la pareja, lo que contribuye a resaltar el movimiento de los cuerpos y la emoción de los rostros, utilizando una luz cenital un tanto artificiosa para resaltar los volúmenes de las anatomías, toda una serie de sabios recursos técnicos para hacer desparecer bajo el brillante cromatismo del óleo aplicado la precisión y el naturalismo del dibujo subyacente, una modalidad en la que el pintor era un auténtico genio.

PERIPECIAS DE ESTAS PINTURAS

     No existe un soporte documental que informe acerca de quién pudo encargar estas pinturas ni su destino, pero sí de que fueron adquiridas por el Ayuntamiento de Nurmeberg tras la muerte de la esposa de Durero, siendo regaladas en 1586 por aquel municipio al emperador Rodolfo II, que las colocó en su galería del castillo de Praga. Allí formaron parte de las obras expoliadas por los suecos durante el saqueo de Praga de 1648, momento en que fueron trasladadas a la corte de Estocolmo. Seis años después Cristina de Suecia, que sentía una especial predilección por la pintura italiana, no así por la germánica, se las regaló al rey español Felipe IV.

     A su llegada a Madrid en 1655, las dos tablas fueron consideradas como atrevidos "desnudos", aunque de gran calidad, por lo que pasaron a formar parte de un gabinete privado del Alcázar conocido como las "Bóvedas de Tiziano", así llamado por la colección real de desnudos del pintor veneciano junto a otros de Tintoretto, Rubens, Ribera y otros afamados pintores. Tras el célebre incendio del Alcázar en 1734, que afortunadamente no afectó a aquel gabinete, todas aquellas obras fueron trasladadas al palacio del Buen Retiro.

     Pero no habían acabado los problemas, pues los prejuicios morales del puritano Carlos III hicieron que en 1762 fueran incluidas en una lista de "cuadros indecentes" listos para su destrucción. Afortunadamente Mengs, pintor del rey, supo convencerle de que eran unas pinturas muy apropiadas para los estudiantes de pintura, siendo confinadas con fines didácticos en los almacenes de la Real Academia de San Fernando, de donde sólo salieron durante el reinado de José Bonaparte (1809-1813), siempre como modelo para los alumnos de Bellas Artes.

     Tras su ingreso en 1827 en el Museo del Prado, formaron parte de una sala reservada que reunía pinturas de desnudos de destacados maestros, siendo incorporadas a las salas públicas a partir de 1838.

     El año 2008 las pinturas fueron sometidas a un lento proceso de restauración en el Museo del Prado que afectó tanto al soporte de madera como a la limpieza y reintegración de la pintura, siendo aplicadas sofisticadas y vanguardistas técnicas en el campo de la restauración, especialmente aplicadas al soporte. El magnífico estado final de las obras fue presentado públicamente el 24 de noviembre de 2010.

Informe: J. M. Travieso.














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