7 de octubre de 2011

Historias de Valladolid: CATALINA DE ERAUSO, una mujer travestida en la Casa Revilla


     Nacer en un cuerpo equivocado, es decir, pertenecer biológicamente a determinado sexo y mentalmente al contrario, una disfunción que las personas afectadas interpretan como un error de la naturaleza, no es un asunto circunscrito a los tiempos actuales en que la ciencia trata de aportar soluciones al problema y los avances se divulgan en medios de comunicación, sino que se revela como un hecho inherente a la naturaleza humana desde el origen de los tiempos, especialmente desde que se configuraron los distintos roles sociales.

     Ahora nos referimos a una mujer vasca que padeció tal circunstancia a partir de su nacimiento en San Sebastián en 1585 y que, según su propio testimonio, recaló en Valladolid en 1601, año en que la Corte española estaba afincada junto al Pisuerga, y aquí permaneció durante siete meses vestida y trabajando como un hombre. Una religiosa llamada Catalina  que se fugó del convento y que con el paso de los años sería reconocida como el soldado Antonio de Erauso, aunque alcanzaría mayor celebridad en la historia por el sobrenombre de "La Monja Alférez", una mujer de carácter pendenciero cuyas andanzas, un fascinante periplo vital, serían relatadas por ella misma en Nápoles.

     Catalina de Erauso  era hija del capitán don Miguel de Erauso  y de doña María Pérez de Gallárraga y Arce, vecinos de San Sebastián, ciudad donde pasó su infancia, primero junto a sus cuatro hermanos y a partir de los cuatro años en el convento de monjas dominicas de San Sebastián el Antiguo, donde fue criada por su tía doña Úrsula de Unzá  y una prima hermana de su madre, llamada Sarasti, que era la priora del convento. Allí permaneció hasta cumplir los quince años, momento en que tuvo que decidir si profesaba como monja.

     Cuando estaba a punto de terminar el noviciado sufrió las consecuencias de una reyerta con doña Catalina de Aliri, una corpulenta viuda que había profesado como religiosa y que le odiaba, hecho que determinaría su intención de abandonar el convento. En la víspera de San José de 1600 se encontró orando en el coro a su tía Sarasti, que le mandó traer un breviario al tiempo que le daba la llave de la celda. Cuando fue a por él, allí encontró las llaves del convento colgadas de un clavo, por lo que dejó la puerta abierta antes de entregar el breviario a su tía. Esa noche, cuando la comunidad realizaba los maitines en el coro, fingió sentirse mal y consiguió obtener la licencia de su tía la priora para acostarse. Pero lo que hizo en realidad fue proveerse de paños y regresar a la celda de la priora, donde tomó unas tijeras,  aguja, hilo, unos cuantos reales y las llaves del convento, consiguiendo abrir todas las puertas hasta salir a la calle, dejando las llaves y su escapulario junto a la entrada.

     Desorientada por no conocer el exterior, deambuló por un castañar próximo al convento, donde confeccionó pacientemente su nueva indumentaria: una basquiña azul, unos calzones, una ropilla verde y unas polainas. Después se cortó el pelo y se desplazó andando hasta Vitoria, alimentándose de hierbas por el camino.

CATALINA DE ERAUSO EN VALLADOLID

     A su llegada a Vitoria fue recogida y vestida por el catedrático don Francisco de Peralta, que estaba casado con una tía hermana de su madre, aunque no le desveló este parentesco para no ser localizada. En su casa permaneció durante tres meses, hasta que su anfitrión, comprobando sus conocimientos de latín, le propuso que realizase estudios, algo a lo que mostró su oposición costándole algunos golpes propinados por su protector. Fue entonces cuando, tras robarle algún dinero, contrató el viaje con un arriero que se dirigía a Valladolid.

     Nada más llegar a la ciudad en que estaba asentada la Corte, corría el año de 1601, se acomodó como paje en casa del vasco don Juan de Idiáquez, secretario del rey Felipe III  e influyente personaje que habitaba un caserón que hoy es conocido como la Casa Revilla, donde se hizo llamar Francisco de Loyola. Allí recibió buenos vestidos y permaneció a su servicio durante siete meses, hasta que se vio forzada a reemprender su huída.

     Y es que al cabo de este tiempo, estando una noche de guardia un paje compañero, llegó hasta esta casa su padre, don Miguel de Erauso, preguntando por don Juan. Cuando el joven subió a avisarle, Catalina  se quedó a solas con el recién llegado, que por su aspecto masculino no fue capaz de reconocer a su hija. Poco después el capitán comentaba al dueño de la casa que Catalina  había abandonado el convento y que le estaba buscando siguiendo un rastro incierto, manifestando don Juan  mucho pesar, tanto por la persona de su amigo don Miguel, pues sabía lo mucho que quería a su hija, como por el convento del que había escapado, que era fundación de sus antepasados en la ciudad donostiarra de origen.

     Al enterarse de que estaba siendo buscada por su disgustado padre, recogió temerosa su ropa y el dinero que tenía ahorrado y se dirigió a un mesón vallisoletano para pernoctar. Allí tomó contacto con un arriero que salía para Bilbao al día siguiente y ajustó el precio del viaje.

LA PERIPECIA VITAL DE LA MONJA ALFÉREZ

     En Bilbao no consiguió albergue y fue objeto de chanza por parte de unos muchachos, a uno de los cuales hirió de una pedrada, por lo que fue detenida y condenada a permanecer en la cárcel durante un mes, hasta que sanó el herido. De allí se dirigió a Estella, en Navarra, siempre con el aspecto de un mancebo, donde se colocó de paje al servicio de don Carlos de Arellano, de la orden de Santiago, para el que estuvo trabajando durante dos años. Su inquietud le hizo desplazarse más tarde a San Sebastián, su ciudad natal, donde no fue reconocida ni siquiera por su madre, con la que coincidió en una misa.

     En el puerto de Pasajes entabló conversación con el capitán don Miguel de Berroiz, consiguiendo que le llevase a Sanlúcar, desde donde se acercó a conocer Sevilla durante dos días. En Sanlúcar se puso en contacto con el donostiarra Miguel de Acharreta, capitán de la flota de galeones a cuyo mando estaban el general don Luis Fernández de Córdoba  y don Luis Fajardo, siendo aceptada como grumete en un galeón que partía para Punta de Araya y a cuyo mando estaba un tío suyo, el capitán Esteban Eguiño, primo hermano de su madre. El lunes santo de 1603 partía hacia América.

     A partir de entonces comenzaría su periplo aventurero en el que repetidamente puso de manifiesto su astucia y carácter violento. Primero en Punta de Araya, después en Cartagena de Indias, donde se convirtió en soldado a las órdenes del capitán Eguiño, su tío, que tenía como misión trasladar a España un cargamento de plata. Catalina de Erauso  robó dinero y se evadió del galeón evitando su regreso a España, acomodándose con el capitán Juan de Ibarra, que partía para Panamá. Al no recibir salario suficiente, pasó a trabajar con Juan de Urquiza, mercader de la plaza americana de Trujillo, con el que permaneció tres meses en Panamá atendiendo una tienda con dos esclavos a su servicio.

     Seguidamente cometió varios desmanes en Saña, donde agredió a un tal Reyes, siendo detenida y apresada. Tiempo después en Trujillo dio muerte a un hombre, lo que le valió ir de nuevo a prisión acusada de varios delitos más que tuvieron que resolverse con una carta de recomendación en Lima, donde pasó a atender otro negocio de Juan de Urquiza. De allí fue expulsada por cortejar a una doncella hermana de la mujer de su jefe e ingresó como soldado en una compañía que se dirigía a Concepción, en Chile.

     En Chile hallaría a su hermano, el capitán Miguel de Erauso, al que no conocía, que al enterarse de su origen donostiarra le preguntó por su familia y por ella misma, pero nunca le descubrió su secreto. Estuvo a su servicio durante tres años, hasta que comenzó a rondar a una dama que tenía relaciones con su hermano, lo que motivó una discusión que acabó con su destierro a Paicabí. Durante un enfrentamiento con los indios en Valdivia demostró su instinto sanguinario y su coraje, lo que le valió el grado militar de alférez. En Concepción mató a dos hombres, un alférez y un auditor, por haber sido insultada como "cornudo", dando también muerte por error a su hermano, al que no pudo reconocer durante una reyerta.

     Aquellos sucesos le causaron problemas legales que resolvió desplazándose a Tucumán, después a Potosí y finalmente a la ciudad de la Plata, donde pasó la vida combatiendo a los indios y participando en disputas y bravuconadas que le costaron nuevas estancias a la cárcel. Otros destinos de su agitado periplo fueron Charcas, Piscobamba, Cochabamba, Mizque y La Paz, donde mató a un criado del corregidor, por lo que recibió una condena a muerte de la que se salvó poniéndose al amparo de la Iglesia.

     Su siguiente afincamiento se localizó en Lima, en cuyo puerto combatió contra los ataques holandeses, y en Cuzco, donde mató a un hombre apodado "El Cid", resultando herida en el envite, aunque logró recuperarse. En la ciudad de Guamanga, tras un altercado en una casa de juego, fue apaciguada por el obispo fray Agustín de Carvajal, al que confesó el secreto de su condición de mujer y sus peripecias hasta hacerle llorar, siendo confirmado su sexo por unas matronas ante la incredulidad del prelado, que finalmente le facilitó el ingreso en un convento de clarisas, divulgándose tan extraordinario caso entre la población, que comenzó a referirse a ella con el apelativo de la "monja alférez".

     De Guamanga pasó al convento de la Santísima Trinidad de Lima, donde estuvo dos años y medio hasta su regreso a España. En 1624 llegó a Cádiz y después recorrió Sevilla, Madrid y Pamplona con la intención de llegar a Roma, pero un robo sufrido en el Piamonte, por ser sospechosa de espía, le hizo regresar recorriendo distintas ciudades francesas. En Madrid se presentó ante el rey para solicitarle un salario por los servicios prestados durante veinte años como soldado y a continuación se desplazó a Barcelona, donde pudo entrevistarse de nuevo con el rey y enrolarse en una galera que se dirigía a Génova, donde vivió nuevas trifulcas.

     Llegada a Roma, en junio de 1625, se presentó ante el papa Urbano VIII, al que refirió su vida, sus correrías, su sexo y virginidad, obteniendo del pontífice la recomendación de llevar una vida honesta y licencia para vestir como hombre. Allí fue obsequiada por príncipes, nobles, obispos y cardenales y aceptada como ciudadano romano.

     Poco después se dirigió a Nápoles, donde Catalina  vivió un periodo tranquilo. En julio de 1626 comenzó en aquella ciudad la narración de sus memorias, que no serían publicadas hasta 1829 en París. De ellas están sacadas estas notas. No obstante, se sabe que en 1630 estuvo en Sevilla y que partió de nuevo para Nueva España figurando en la tripulación como el alférez doña Catalina de Erauso. En 1645 se hallaba en Veracruz, donde era conocida como Antonio de Erauso. Tan peculiar personaje murió en 1650 en Quitlaxtla, localidad mexicana próxima a Puebla, según consta en la obra "El Virreinato", escrita por don Vicente Riva Palacio.

     Su atribulada peripecia vital, desde la España sacralizada de su tiempo a las junglas y cordilleras del continente americano, dejó rastros de su existencia en una gran cantidad de documentos otorgados por peticiones ante distintas autoridades e instituciones en las innumerables plazas que recorrió, algunos de los cuales narran con minuciosidad sus peripecias.

     Nadie podía imaginar que aquel paje barbilampiño de procedencia vasca, que rondaba la parroquia de San Martín de Valladolid en 1601, sería protagonista de una de las biografías más controvertidas y pintorescas de la Historia de España, un espíritu insatisfecho por haber nacido con el sexo equivocado que ha hecho correr ríos de tinta entre los historiadores. Después de ser ensalzada por la historiografía romántica, su figura y su aventurero periplo vital ha sido fuente de inspiración de distintos novelistas, feministas e incluso de directores de cine, como Javier Aguirre, que llevó su vida a la pantalla en 1986.

Ilustraciones: 1 Retrato del alférez Catalina de Erauso, Francisco Pacheco, 1630. 2 Catalina de monja, a partir de una pintura de Sebastián LLanos Valdés. 3 Recreación de Catalina de Erauso como paje en la Casa Revilla de Valladolid (J. M. Travieso). 4 Galeón español. 5 Duelo de Catalina de Erauso con su hermano (ilustración Ice Blink Studioswoa) 6 Grabado con el retrato de Catalina de Erauso, Jean Claude Auguste Fauchery, 1829, Biblioteca Nacional de España. 7 Monumento a Catalina de Erauso en el Archivo Municipal de Orizaba (México).

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual -Código: 1110070240325


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