7 de septiembre de 2012

Historias de Valladolid: GÓNGORA Y QUEVEDO EN VALLADOLID, el talento al servicio de la burla



     Una de las consecuencias del establecimiento de la Corte española en Valladolid en 1601 fue la llegada a la ciudad no sólo de nuevas órdenes religiosas y toda una pléyade de funcionarios, comerciantes, artesanos y artistas plásticos, sino también de un nutrido grupo de escritores y editores, todos ellos con la aspiración de medrar al amparo del poder político y económico, en aquel momento encarnado por el Duque de Lerma, verdadero valedor del abúlico rey Felipe III. Esta avalancha de nuevos vecinos dio lugar a un espectacular aumento demográfico de ciudadanos de toda índole y condición que desbordó el entramado urbano preexistente, de modo que, en apenas dos años, Valladolid llegaba a superar los 70.000 habitantes, una cifra ilustrativa si tenemos en cuenta que Madrid, en la otra cara de la moneda, veía mermado su vecindario de 80.000 a 23.000 habitantes.

     Movidos por distintos intereses, durante el quinquenio que finalizó en 1606, llegaron una serie de escritores a los que el destino tenía reservado un lugar de honor en la historia de las letras hispánicas. El primero de ellos fue el madrileño Francisco de Quevedo, que se convirtió en vecino de Valladolid en 1601 y permaneció junto al Pisuerga hasta el regreso de la Corte a su ciudad natal. En 1603 llegaba el cordobés Luis de Góngora y al año siguiente lo hacía el alcalaíno Miguel de Cervantes, cada uno de ellos persiguiendo objetivos bien diferentes, pero compartiendo el haber dejado huella impresa de su talento en composiciones referidas a la ciudad, que no siempre salió bien parada en sus escritos.

     Ya nos hemos referido en otra ocasión a las circunstancias del establecimiento en Valladolid en 1604 de Miguel de Cervantes, que podemos resumir en el deseo de tramitar los permisos de impresión de su novela "El Ingenioso Hidalgo Don Quixote de la Mancha", cuyos derechos había vendido en Madrid por 1.500 reales a su amigo y paisano Francisco de Robles, editor y librero del Rey, que también estaba establecido en la calle Librería de Valladolid desde 1601 y que favoreció la emisión de la cédula real o privilegio de Felipe III del 26 de septiembre de 1604 que autorizaba su publicación, lo que permitió la impresión de la primera edición de la novela, en 1605, en la imprenta madrileña de Juan de la Cuesta.

GÓNGORA EN VALLADOLID

     La permanencia en Valladolid de Luis de Góngora fue más efímera, ya que su estratégica presencia en la ciudad durante el año 1603, año en que también llegó a la corte el pintor Rubens, respondía, en su calidad de canónigo, a su amistad con el Duque de Lerma, a través del cual intentaba obtener de Felipe III el título de capellán real, hecho que finalmente conseguiría en 1617.

     No obstante, durante su estancia vallisoletana hizo alardes de sus cultos recursos semánticos para expresar su queja sobre el ambiente, la suciedad y la climatología de la ciudad que acogía la Corte, a la que personificaba con ingeniosas palabras de doble sentido y a través de metáforas, presentándola de forma despiadada en sus sonetos, trasluciendo en ello su pesar por el traslado de la capitalidad. Es el caso del titulado "Valladolid, de lágrimas sois valle":

          Valladolid, de lágrimas sois valle,
          y no quiero deciros quién las llora,
          valle de Josafat, sin que en vos hora,
          cuanto mas día de juicio se halle.

          Pisado he vuestros muros calle a calle,
          donde el engaño con la corte mora,
           y cortesano sucio os hallo ahora,
          siendo villano un tiempo de buen talle.

          Todos sois Condes, no sin nuestro daño;
          dígalo el andaluz, que en un infierno
          debajo de una tabla escrita posa.

          No encuentra al de Buendía en todo el año;
          al de Chinchón sí ahora, y el invierno
          al de Niebla, al de Nieva, al de Lodosa.

     Sin pretender hacer un estudio semántico de tan culto lenguaje, labor que dejamos para filólogos y literatos, simplemente queremos apuntar que con un pequeño ejercicio de agudeza no es difícil captar ciertas alusiones. La ciudad es referida como valle de lágrimas, haciendo alusión tanto a la forma de vida social como al estar surcada por el Pisuerga y los distintos ramales del Esgueva que recorrían el centro urbano, parece ser que con un entorno bastante insalubre. También hace referencia a los engaños de la Corte y a la transformación de una ciudad "villana" en otra "cortesana", usando esta antonimia para denunciar que al amparo del poder muchos se consideraban condes y terminar, bajo la óptica de un sureño, aludiendo a ciertos linajes para arremeter contra la climatología: es difícil encontrar un buen día y en el invierno están presentes la niebla, la nieve y el lodo. Todo un ejercicio de metáforas literarias de gran pureza en las que los términos imaginarios sustituyen a los reales.

     Tal era el talento y el ánimo de Góngora en Valladolid, que con sus versos satíricos también arremetió contra la vanidad de las mujeres de la ciudad en el soneto "¿Vos sois Valladolid? ¿Vos sois el valle...?":

          Serenísimas damas de buen talle,
          no os andéis cocheando todo el día,
          que en dos mulas mejores que la mía
          se pasea el estiércol por la calle.

     Recogen los lingüistas una curiosa anécdota de la estancia de Góngora en Valladolid. El poeta, que recientemente había compuesto una letrilla que comienza con el verso "¿Qué lleva el señor Esgueva?", se hallaba una mañana de abril en una ventana en compañía de dos caballeros cuando aconteció un hecho que todos observaron. Un médico, que salía distraído de visitar al Almirante enfermo, tropezó sin darse cuenta con los cagajones de su mulo. El animal, asustado de aquel brusco movimiento, se escapó al galope. Corriendo el médico tras él se le cayó la capa, que fue a dar a "cierta provisión de Mérida" (excremento caballar), de las muchas que había por la calle en aquel tiempo. Después de recuperar el macho, el médico volvió a por la capa y comenzó a ponérsela sin advertir la suciedad. Cuando se percató de la situación, con gesto de asco, la tiró al Esgueva y emprendió su retirada contrariado.

     Los acompañantes de Góngora, con cierta sorna, plantearon al poeta como desafío si aquel incidente callejero, tan escatológico, era capaz de plasmarlo en un romance. Góngora les sorprendió en poco tiempo con el largo romance "Cuando la rosada aurora" (1), donde narra el incidente, tan poco trascendental, poniendo de manifiesto su erudición, el dominio del lenguaje y el ingenio en el uso de metáforas.

     Sin embargo, cuando el culterano Góngora tenía estas experiencias por las calles de Valladolid en 1603, habiendo ya superado la cuarentena, un joven de 23 años y estudiante de la Universidad se había ya establecido en la ciudad desde hacía dos años: Francisco Gómez de Quevedo y Villegas. El enfrentamiento literario entre ambos, cocinado durante la estancia de ambos en la nueva capital de la Corte, constituye uno de los casos más elocuentes de rivalidad en el Siglo de Oro, de una enemistad no disimulada al hilo de la creación literaria en la sociedad barroca del momento.

LA HIRIENTE PLUMA DE QUEVEDO EN LAS RIBERAS DEL ESGUEVA

     Francisco de Quevedo había nacido en Madrid en 1580, era el tercero de los seis hijos de un matrimonio oriundo de Cantabria y perteneciente a la aristocracia cortesana. Su padre, Pedro Gómez de Quevedo y Villegas, había ocupado en la corte el cargo de escribano de cámara de la reina Ana y de secretario particular del príncipe y los infantes, mientras su madre, María de Santibáñez, a la muerte de su esposo en 1586, cuando el pequeño Francisco sólo tenía seis años, hubo de ejercer como tutora de sus hijos.

     Gracias a ella y a su abuela Felipa de Espinosa, Francisco pudo iniciar su formación primero en el Colegio Imperial de los jesuitas de Madrid y después en el Colegio de la Compañía de Ocaña, comenzando en 1596 estudios de artes en la Universidad de Alcalá de Henares, donde en tres años logró su título de bachiller y al año siguiente el de licenciado, que completó con estudios de Teología en la misma universidad.

     El año 1601, un año después de morir su madre, Quevedo llegaba a Valladolid y junto a sus hermanos permanecería por dos años bajo la tutela del escritor Andrés de Ozaeta, aunque aprovechó la circunstancia de que Agustín de Villanueva, casado con su pariente Ana Díez de Villegas, ocupara el cargo de Secretario del Rey, para pasar a ser tutelado por él y así intentar prosperar en torno a la Corte, siguiendo la tradición familiar. En la Universidad vallisoletana proseguiría sus estudios de Teología, perfeccionando al tiempo sus conocimientos de las lenguas hebrea, griega, latina y modernas, destacando muy pronto por su gran cultura y por sus críticas ácidas y mordaces.

     Es durante esta estancia en Valladolid cuando comienzan a circular los primeros poemas de Quevedo, que, bajo el seudónimo de Miguel de Musa, imitaba los cultismos de Góngora para convertirlos en una auténtica parodia. Esta obra llegó a manos del canónigo cordobés, que enseguida captó el interés del joven madrileño por conseguir celebridad a su costa y enturbiar su reputación y prestigio. La defensa, o el ataque, según se mire, se produjo a través de unos incisivos poemas gongorinos:

          Musa que sopla y no inspira
          y sabe que es lo traidor
          poner los dedos mejor
          en mi bolsa que en su lira,
          no es de Apolo, que es mentira (2).

     No obstante, los poemas de Quevedo ya habían comenzado a ser apreciados, siendo recogidos 21 de ellos en 1604 por el malagueño Pedro de Espinosa en su recopilación Flores de poetas ilustres de España, obra impresa y publicada en Valladolid en 1605 bajo el mecenazgo del Duque de Béjar (lo mismo que el Quijote), obra que también incluía 37 poemas de Góngora.

     En Valladolid no sólo surgió la visceral enemistad entre Góngora (el hombre a una nariz pegado) y Quevedo, sino que el joven poeta también realizó la redacción de El Buscón, su única novela, y comenzó la composición filosófica de Los Sueños, que completaría tras su regreso a Madrid en 1606. Igualmente, desde Valladolid, entre 1604 y 1605, Quevedo mantuvo su relación epistolar con el filólogo y humanista Justo Lipsio, profesor en las universidades de Jena, Leiden y Lovaina, representante del movimiento intelectual conocido como neoestoicismo. También dejó una serie de poemas dedicados a la ciudad en los que remarca sus defectos y carencias, ocupando un lugar destacado el curso del Esgueva.

     No era Quevedo un personaje fácil. Cojo, ligeramente pelirrojo, de carácter agrio y contradictorio, de vocación cortesana, un tanto misógino y con un espíritu burlesco y despiadado que llegaba a resaltar las taras físicas de los demás sin tener en cuenta las suyas propias. Sin embargo, con un talento inigualable para plasmar en sus páginas las sátiras más brillantes de la literatura española sobre los vicios y debilidades de los mortales, una obra lírica de gran altura, traducciones de los clásicos, un dominio magistral de la lengua castellana y reflexiones morales y políticas de gran profundidad intelectual.

     Tras su marcha de Valladolid llegó a ostentar los títulos de Caballero de la Orden de Santiago y Señor de la villa manchega de Torre de Juan Abad, prosiguiendo las diatribas contra Góngora, al que acusaba de sacerdote indigno, homosexual, escritor oscuro y sucio y personalmente indecente, siendo célebre la sátira "A una nariz" que le dedicara dejando entrever su origen judío, pues era creencia en la época que un rasgo característico de los judíos era la nariz larga.

     Después de abandonar Valladolid, el destino tenía deparadas a Quevedo vivencias complicadas al servicio de Pedro Téllez Girón, duque de Osuna y virrey de Nápoles y Sicilia, así como un desgraciado matrimonio con Esperanza de Mendoza y el enfrentamiento con el conde-duque de Olivares, valido de Felipe IV, un proceso que culminó con su condena a prisión desde 1639 a 1643, acusado de conspirador, en el monasterio de San Marcos de León, dos años antes de su muerte en el convento de Santo Domingo de Villanueva de los Infantes (Ciudad Real) en 1645.

     De la impronta hiriente de Quevedo con Valladolid no se libró ningún elemento de la ciudad, a pesar de que fuera en tierra vallisoletana donde adquirió su fama de gran poeta. Se plasman a continuación fragmentos del poema "No fuera tanto tu mal", subtitulado como "Alabanzas irónicas a Valladolid mudándose la Corte de ella".

     Comienza diciendo:

          No fuera tanto tu mal,
          Valladolid opulenta,
          si, ya que te deja el Rey,
          te dejaran los poetas.

     Las calles de Valladolid le merecen estas apreciaciones:

          No quiero alabar tus calles,
          pues son, hablando de veras,
          unas tuertas y otras bizcas,
          y todas de lodo ciegas.

     Así valora algunos edificios:

          Pues si son hechos de lodo,
          de él fueron Adán y Eva;
          y si le mezclan estiércol,
          es para que con él crezcan.

     También aparecen las recurrentes aguas del Esgueva:

          Solas las suyas son aguas,
          pues si bien se considera,
          de las que todos hacemos
          se juntan y se congelan.

     Otro tanto ocurre con el poema "De Valladolid la rica", en el que expresa cierta añoranza de Madrid y que comienza aludiendo a los resfriados (romadizos):

          De Valladolid la rica,
          de arrepentidos de verla,
          la más sonada del mundo
          Por romadizos que engendra;

     De nuevo el entorno del Esgueva:

          de aquel que es agora Prado
          de la Santa Madalena,
          pudiendo ser su desierto
          cuando hizo penitencia.

     Como denominador común, la ciudad de Valladolid fue blanco de la sátira de aquellos dos célebres vates que no compartían el traslado de la Corte, de modo que si Góngora calificaba a la ciudad como "Babilonia" (Todo se halla en esta Babilonia / como en botica, grandes alambiques, / y más en ella títulos que botes), Quevedo se dolía de Madrid denominándola "Jerusalén asolada".

LA HERENCIA SATÍRICA DEDICADA POR GÓNGORA Y QUEVEDO A VALLADOLID

     En la misma línea, siguiendo la personificación de la ciudad emprendida por Góngora y Quevedo, florecieron otros romances satíricos sobre el traslado de la Corte. Sirva como ejemplo aquel titulado "Señora Valladolid", copiado entre los folios 196-199v. del ms. 3.857 de la Biblioteca del C. S. I. C. de Madrid (fondo Rodríguez Marín) (3), que comienza así:

          Señora Valladolid,
          si a su merced se le acuerda
          del tiempo que fue villana,
          de don Pero Ançures dueña,

          cuando la llamaron rica
          y eran todas sus riqueças
          muchas guindas de Simancas,
          muchas roscas de Tudela;

          cuando fue su turbio amante
          el viejo aguador Pisuerga,
          y Esgueba, sucia de vasos,
          fregona de su limpieza;

     El desconocido poeta se queja de la poca hospitalidad que encuentra en la Valladolid cortesana:

          Valladolid en Castilla,
          ya de todo el mundo reyna,
          por mil años cortesana
          y por ninguno corte enferma,

          palabras quiero tener
          esta tarde con su alteça,
          y pues no me da posada,
          por merced que me dé audiencia.

     De esta manera se alude a la expansión de la ciudad y a la revitalización del Pisuerga con fines cortesanos:

          No se encrezca ni se ensanche,
          que no es Castilla la Vieja,
          y viejas sin artificio
          poco tiempo se sustentan.

          Salga de madre su río,
          y assí como el Nilo riega
          a Egipto, riegue sus bocas
          de su multitud sedienta,

          que se quejan que no ay agua
          en golfo cuyas galeras
          sustentan dos magestades,
          a quien Neptuno respeta.

     En definitiva, el traslado de la Corte de Madrid a Valladolid, que propulsó la vitalidad de la ciudad en todos los ámbitos, también generó toda clase de sátiras entre las plumas más mordaces que añoraban la capitalidad de Madrid, proliferando los escritos que, haciendo un aparente canto a las excelencias de la ciudad, en realidad clavaban un aguijón envenenado en sus entrañas, generando una rivalidad entre Madrid y Valladolid que duró muchos años. Seguramente sea por eso que el rastro de la presencia en la ciudad castellana de poetas tan inspirados y encumbrados apenas haya sido resaltado, pero aquí lo hacemos, porque somos conscientes de que también forman parte de nuestra historia las ácidas e ingeniosas diatribas quevedescas y gongorinas hacia la ciudad que les acogió durante un tiempo determinante para sus vidas, pensando que aquellas hirientes manifestaciones sin duda se debieron a lo que con tanto acierto expresó el cojo incorformista: "... pues que da y quita el decoro y quebranta cualquier fuero, poderoso caballero es don Dinero".

Informe: J. M. Travieso
Registro Propiedad Intelectual - Código 1208172132980

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NOTAS
(1) JAMMES, Robert. Dos sátiras vallisoletanas de Góngora. Rev. Criticón nº 10, 1980, Centro Virtual Cervantes, pp. 43-44.
(2) JAURALDE POU, Pablo. Francisco de Quevedo: (1580-1645), Ed. Castalia, Madrid, 1998, pp. 906-907.
(3) NAVARRO DURÁN, Rosa. Una nueva sátira sobre el traslado de la Corte: el romance "Señora Valladolid", Anales de Literatura Española nº 3, 1984, pp. 327-347.

Ilustraciones
1 Escritorio de la Casa de Cervantes de Valladolid,
2 Recreación de Luis de Góngora en el Colegio Santa Cruz, a partir del retrato de Velázquez.
3 Calle de Santo Domingo de Guzmán de Valladolid.
4 Detalle del patio del Palacio Real de Valladolid.
5 Recreación de Quevedo en el Palacio Real de Valladolid, a partir del retrato de Velázquez.
6 Vista actual del río Esgueva a su paso por Valladolid.
7 Recreación de Quevedo ante el Colegio de Santa Cruz, a partir del dibujo de un retrato.
8 Retrato de Quevedo. Dibujo de Salvador Jordan. Grabado de F. Gazan.
9 Sala ambientada en el Siglo de Oro, Museo de Valladolid.
10 Detalle del río Esgueva a su paso por Valladolid.
11 Escrito autógrafo de Francisco de Quevedo.
12 Detalle del empedrado del patio del Palacio Real de Valladolid.
13 Retrato de Felipe III en la Casa de Cervantes de Valladolid.

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