21 de septiembre de 2012

Historias de Valladolid: UN CRISTO CON LA FAZ DE UN MUSULMÁN, los avatares de Juan Guraya en Tetuán



     Informa Giorgio Vasari que cuando Leonardo da Vinci estaba inmerso en el proceso de pintar al fresco la mítica escena de la Última Cena, entre 1495 y 1497, en el refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie de Milán, realizada a petición del duque Ludovico Sforza, la tardanza en finalizar la pintura llegó a colmar la paciencia del prior del convento, que constantemente mostraba sus quejas ante el duque para que apremiara al pintor. El motivo era que Leonardo, que acostumbraba a tomar repetidamente apuntes del natural para seleccionar rostros y aspectos para sus personajes, estuvo mucho tiempo sin decidirse qué rostro aplicar a las figuras de Cristo y de Judas, intentando contrastar en ellos la idea de bondad y depravación. Al dar estas explicaciones al duque, el genio toscano insinuó con ironía que podría solucionar el problema poniendo como rostro de Judas el retrato del prior insistente e impertinente.

     Una situación parecida se llegaría a producir durante el largo proceso de elaboración del monumental paso procesional de la Sagrada Cena de Valladolid, un trabajo encomendado en 1942 al escultor bilbaíno Juan Guraya Urrutia por la Cofradía de la Sagrada Cena con la ilusoria pretensión de que pudiese desfilar el Viernes Santo de 1943, pues el proceso, marcado por complicadas vicisitudes económicas y la lenta elección de modelos para Cristo y el apostolado por parte del escultor, llegaría a dilatarse en el tiempo ante la desesperación de los comitentes, dando lugar a una larga secuencia que finalizó felizmente con su bendición por el arzobispo García Goldáraz el 30 de marzo de 1958, dieciséis años después de su comienzo.

EL ENCARGO DEL PASO DE LA SAGRADA CENA

     La Cofradía Sacramental de la Sagrada Cena, constituida oficialmente el 26 de mayo de 1940 como respuesta a la labor emprendida por el arzobispo Gandásegui, desde el año 1920, en la recuperación de las tradicionales procesiones de Semana Santa, desde un primer momento mostró su interés por disponer de un paso propio, tal vez queriendo recuperar la tradición de aquel otro que realizado en papelón (técnica de imaginería ligera) en el siglo XVI fuera citado por Tomé Pinheiro da Veiga en su Fastiginia (1). En este sentido mostraron su intención Andrés Gamboa Murcia, director espiritual de la Cofradía, y Ángel Gómez Caminero, su primer Presidente, que con este fin llegó a tomar un primer contacto con el pintor y escultor valenciano Enrique Vicent y con el imaginero local Sergio Trapote.

     El 18 de mayo de 1942 eran presentadas ante el arzobispo García y García las bases de un concurso público, para elegir el modelo y el imaginero, que debería ajustarse escrupulosamente a la tradición escultórica castellana. Para tal efecto se estableció un jurado de expertos constituido por un grupo de personalidades académicas muy significativas: Faustino Herranz, catedrático de Arqueología del Seminario Diocesano, como representante del arzobispado; Cayetano Margelina, rector de la Universidad de Valladolid; Francisco de Cossío, director del Museo Nacional de Escultura; Narciso Alonso Cortés, presidente de la Real Academia Provincial de Bellas Artes; y el arquitecto Juan Agapito y Revilla, vocal de la Comisión de Monumentos (2). Ellos serían quienes evaluasen los bocetos, maquetas y presupuestos de acuerdo a las bases difundidas a nivel nacional.

     Reunido el jurado el 30 de noviembre de 1942 en la Capilla de los Arces de la catedral, el informe fue favorable al proyecto presentado bajo el lema "Corpus Christi", que correspondía al escultor Juan Guraya Urrutia, residente en Las Arenas, Guecho (Bilbao), cuya propuesta era acompañada de un boceto muy genérico realizado en barro.

     Dos meses después esta comisión, con Margelina a la cabeza, decidió solicitar al escultor el envío de la figura de Cristo completamente acabada y policromada, cuyos valores determinarían la adjudicación definitiva del paso. La petición fue aceptada por Guraya, que la ofreció al precio de 15.000 pesetas, incluyendo el compromiso de realizar en escayola dos o tres apóstoles como muestra, en tamaño inferior al natural pero capaces de mostrar detalles. Desde entonces comenzó la expectación por ir recibiendo el conjunto, con el sacerdote Andrés Gamboa como principal defensor del proyecto de Juan Guraya, después de que conociera por la prensa el grupo de la Santísima Trinidad tallado por el vasco, actualmente en la catedral de la Almudena de Madrid (ilustración 3), entablándose entre ambos un amistoso intercambio epistolar que después ha sido decisivo para recomponer el proceso.

     La llegada a Valladolid del Cristo terminado que habría de presidir la Cena y los bocetos de los apóstoles en escayola suscitó juicios satisfactorios generalizados, así como el expreso reconocimiento de Narciso Alonso Cortés, Esteban García Chico y Fernando Chueca Goitia, ocasionalmente residente en Valladolid, que junto al fervor de Gamboa fueron factores determinantes para la adjudicación definitiva del paso a Juan Guraya, que con fanfarronería vasca afirmaba en abril de 1946 "tengo la convicción de que haré lo que nadie sospecha de mí" (3), aunque pronto su principal preocupación sería la monetaria, pues su situación personal era realmente precaria.


LA LENTA LLEGADA DE LAS TALLAS A VALLADOLID

     A partir de entonces, las relaciones del escultor con la Cofradía de la Sagrada Cena fueron desiguales. Unas veces compartieron la ilusión por el proyecto y otras produjeron cierto distanciamiento, siempre como consecuencia de peticiones de dinero no atendidas, usando el medio epistolar con Gamboa para declarar que no defraudaría a los que creyeron en él y que su ruina económica, producida por la falta de pagos, y su deterioro físico, por el enorme trabajo de realizar las trece figuras, al menos le servirían para glorificar a Cristo. Este tipo de alusiones piadosas fueron frecuentes en el proceso, lo que le retrata como un escultor con profundas creencias, con una obra conocida mayoritariamente religiosa.

     También manifiesta en su correspondencia su interés por conseguir una obra a la altura de los grandes imagineros castellanos, preocupado por dotar de fuerza teológica y solemnidad a la escena, así como de infundir nobleza y sentimiento a las figuras, elementos que le habrían llevado a probar numerosas formas de colocar las manos y a hacer constantes retoques en la indumentaria, esfuerzo que a veces le producía un peligroso agotamiento, siempre preocupado en superar el trabajo realizado en 1943 en el paso de la Última Cena destinado a la Cofradía de la Santa Vera Cruz de Bilbao (actualmente desfila con la Cofradía Penitencial de la Santa Eucaristía), del que sólo llegó a tallar las cabezas, pies y manos. Este afán, junto a las reiteradas reclamaciones dinerarias y el no tener el paso adjudicado de forma definitiva, motivarían algunas peticiones de aplazamiento en la entrega de los apóstoles, así como el pago de una indemnización en el caso de que la cofradía no siguiera adelante con el proyecto.

     El año 1946 la cofradía vallisoletana lograba reunir una importante cantidad económica, estimulando al escultor a comprar madera en Valladolid y a trabajar en las figuras de Santiago el Menor y Judas Tadeo. Sin embargo, con el paso de los años, las imágenes proyectadas iban incrementando su precio y eran constantes las reclamaciones de Juan Guraya de recibir cantidades mensuales para su subsistencia, dada su precariedad de medios. Todo ello suponía un nuevo hándicap que movió a la cofradía a solicitar donaciones de comerciantes, industrias, bancos, instituciones y particulares, recibiendo el ofrecimiento del cofrade Martín Fernández de exponer en sus escaparates comerciales de la Acera de Recoletos las imágenes a medida que llegaran a Valladolid, hecho que creó una expectación pública estimulante de donativos.

     Si en 1949 llegaban las figuras de San Andrés y San Bartolomé, el año 1951 lo hacía Santiago el Menor y en 1952 San Felipe. A principios de 1953 surgió un nuevo problema cuando el escultor, hospedado en el Hotel Imperial durante su viaje a Valladolid, procedió a ensamblar los cuatro apóstoles enviados junto a la figura de Jesús, como se le había solicitado, pudiendo percibir que la escala de ésta era superada por la de los apóstoles, comprometiéndose a realizar una nueva figura de Cristo y proponiendo que la sobrante fuera vendida por la cofradía, que ya la había pagado, hecho que motivó ciertas desavenencias entre el autor y la cofradía cliente. La venta sugerida no se llevó a cabo y la primera imagen recibida quedó en poder de la cofradía, siendo relegada durante años al abandono, aunque después fue recuperada y restaurada por Mariano Nieto para desfilar independientemente como Jesús de la Esperanza, una talla que tomó las facciones del hijo del escultor, según desvelara él mismo en 1989 (ilustración 4).


BÚSQUEDA DE INSPIRACIÓN EN TETUÁN

     La generosa donación del hermano mayor de la Cofradía, Juan María Roger, permitió una asignación mensual al escultor de 4.000 pesetas, que con este respaldo económico pudo cumplir su deseo de viajar a Tetuán (Marruecos) para captar y tomar modelos de rostros y atuendos árabes para caracterizar a los apóstoles pendientes de tallar. Durante su estancia en Tetuán, donde tuvo instalado un modesto taller, es cuando Juan Guraya desvela en su correspondencia la razón que da título a este artículo, pues allí conoció a un musulmán cuyo rasgos le parecieron idóneos para la cabeza del nuevo Cristo proyectado, una persona que aún viviendo en la miseria declaró ser descendiente de un Sultán y que rechazó posar para el artista a cambio de dinero, problema que Guraya superó compartiendo asiduamente unas tazas de té y realizando paseos en su compañía cogidos de la mano, según sus propias palabras " a la usanza mora", siempre conversando por señas, dada la imposibilidad de un lenguaje común, y con una relación de suma confianza. Queda así desvelado un secreto de esta monumental maquinaria de escultura policromada, en la que Juan Guraya supo infundir a los varoniles rasgos marroquíes de su Cristo la rotundidad de la cabeza clásica de un Zeus olímpico (ilustración 7), trabajo aderezado con una radiante policromía aplicada por el dorador Isidro Cucó, que también doró el conjunto junto a Enrique Nieto Ulibarri.

     Con aquella imagen de inspiración norteafricana, por la que fueron pagadas inicialmente 30.000 pesetas, Juan Guraya también lograba cambiar el sentido de la escena, pasando de representar el momento en que Cristo, abalanzado sobre la mesa, anuncia que será traicionado, por el solemne momento de la institución de la Eucaristía, idea reforzada con la colocación en sus manos de espigas y uvas como símbolos eucarísticos, a pesar de que los apóstoles con sus posturas siguieran mostrando su agitada reacción, entre sorpresiva y contrariada, ante el anuncio de la traición, mientras Judas se retuerce en el suelo apretando la bolsa con monedas.

CULMINACIÓN DEL PROYECTO

     La llegada de cada apóstol despertaba gran expectación, siendo muchos los que acudían a la Estación del Norte cuando llegaban por ferrocarril procedentes de Bilbao. Después del envío del alto y enjuto San Mateo, en 1956 se realizó la entrega de las figuras de San Pedro y San Juan, valoradas en 25.000 pesetas cada una, llegando a subir hasta las 29.000 en los cuatro apóstoles restantes, San Simón, San Judas Tadeo, Santiago el Mayor y Santo Tomás (el último entregado), culminando con el pago en 1957 de 34.800 pesetas por la original imagen de Judas Iscariote, la última realizada. En toda esta serie final el escultor, que vio rechazada la financiación de un nuevo viaje a Tetuán en búsqueda de modelos tipológicos, aplicó algunos bocetos tomados del natural en el viaje anterior, apareciendo un nuevo escollo cuando el tozudo Guraya mostró su interés por retocar algunos pliegues de la espalda del nuevo Cristo, operación que suponía el incremento de otras 30.000 pesetas (4).

     Transcurridos 15 años en la lenta gestación y financiación del grupo escultórico, éste fue concluido en 1957 tras haber producido una hernia al escultor, que pasó a ocuparse de la parte mecánica de la carroza, sobre cuya plataforma recreó una sala ficticia con una larga mesa en el centro y una tinaja, un brasero y un candelabro en los ángulos como elementos de atrezo (hoy retirados de la composición). En 1958 la Junta de Fomento de Semana Santa daba el visto bueno para la incorporación del paso a los desfiles vallisoletanos, dejando la cofradía de alumbrar provisionalmente el paso Camino del Calvario de Gregorio Fernández, tras ser el nuevo paso bendecido en la catedral el 30 de marzo de 1958, Domingo de Ramos, por el arzobispo José García Goldáraz, de modo que el paso salió a la calle por primera vez el 3 de abril de aquel año, durante el Jueves Santo de la Semana Santa.

     Tras proceder a la liquidación de las cuentas pendientes, se enfriaron las relaciones entre la cofradía y el escultor, al que su altanería llevó a declarar que había realizado "el mejor paso de Europa". Lo cierto es que la composición, la primera en el ciclo de la Pasión, pasaba a integrarse con gran naturalidad en el magistral repertorio barroco vallisoletano (hecho que no ocurre con algunas incorporaciones posteriores), impactando con sus anatomías agitadas y arriesgadas torsiones, no ajenas, en opinión de algunos, al desasosiego del grupo los Burgueses de Calais, célebre obra de Rodin.

     El enorme peso inicial del paso —todas las imágenes superan el natural y están talladas sin ahuecar en pino de Soria— motivó posteriores modificaciones de la primitiva carroza elaborada en los talleres Goval, que después de recorrer distintas iglesias por su gran tamaño actualmente reposa durante todo el año, junto al Cristo de la Esperanza, en la iglesia de San Pedro Apóstol, sede canónica de la Cofradía de la Sagrada Cena.

     Cada Semana Santa este conjunto, integrado en la tradición por méritos propios, permite apreciar la original escena sacra creada por Juan Guraya, de modernidad muy contenida y trabajo personalizado para cada apóstol, permitiendo reconocer una amalgama de fisionomías propias de campesinos castellanos, pescadores vascos y artesanos tetuanís, destacando la imponente presencia de un Cristo curiosamente inspirado en un musulmán.

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código 1208172133017

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NOTAS
(1) PINHEIRO DA VEIGA, Tomé. Fastiginia. Traducción de Narciso Alonso Cortés, Ayuntamiento de Valladolid, 1973, pp. 45-46.
(2) GARABITO GREGORIO, Godofredo. Intrahistoria del paso "La Sagrada Cena" de Juan Guraya: la Cofradía, el escultor y las circunstancias, Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción nº 43, Valladolid, 2008, p. 67.
(3) Ibídem, p. 69.
(4) Ibídem, p. 76.

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