24 de octubre de 2014

Theatrum: CRISTO DE LA AGONÍA, una madera humanizada y sufriente













CRISTO DE LA AGONÍA
Juan Antonio de la Peña (Santa María de Galdo, Mondoñedo (Lugo), h. 1650 - Valladolid 1708)
1684
Madera policromada
Iglesia Penitencial de Jesús Nazareno, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela castellana














Dos figuras de Cristo, relacionadas con la Semana Santa de Valladolid, son grandes obras maestras de la imaginería barroca que presentan la peculiaridad de ser realizadas por seguidores de Gregorio Fernández como consecuencia de diferentes problemas originados en el seno de sus correspondientes cofradías. Una de ellas es el Cristo del paso procesional de la Oración del Huerto, encargado a Andrés Solanes en 1628 por la Cofradía Penitencial de la Santa Vera Cruz, tras haber sido esta objeto de una reclamación judicial por parte de Gregorio Fernández, por haber incumplido el pago acordado respecto al paso del Descendimiento entregado en 1623, lo que motivó la búsqueda de un escultor alternativo. Otra es el denominado Cristo de la Agonía, encargado en 1684 a Juan Antonio de la Peña por la Cofradía Penitencial de Jesús Nazareno como solución a su enfrentamiento con los frailes del convento de San Agustín, donde originariamente esta cofradía tenía su sede canónica, al que al independizarse tuvieron que entregar sus pasos procesionales, tras la reclamación judicial de los agustinos de unas obras que consideraban de su propiedad, lo que obligó a los nazarenos a encargar imágenes sustitutorias.

Por fortuna, en un caso y otro, tanto Andrés Solanes como Juan Antonio de la Peña, fieles seguidores de la estética pasionaria implantada por Gregorio Fernández, no sólo fueron capaces de realizar unas imágenes de evidente calidad y a la altura de lo solicitado siguiendo las pautas del gran maestro gallego, sino dos de las representaciones pasionales de Cristo vivo de mayor fuerza y expresividad en el extenso elenco vallisoletano.

BREVE ESBOZO BIOGRÁFICO DEL ESCULTOR JUAN ANTONIO DE LA PEÑA

La trayectoria biográfica del escultor Juan Antonio de la Peña se limitaba a un escueto catálogo de obras documentadas y atribuciones especulativas hasta que Jesús Urrea publicó en 2007 un documentado esbozo monográfico en el Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción1, un estudio centrado más en la reconstrucción de la vida íntima del escultor que en su obra artística.

Gracias al mismo, sabemos que Juan Antonio de la Peña nació hacia 1650 en Santa María de Galdo, perteneciente al obispado lucense de Mondoñedo, hijo de Jacinto Fernández de la Peña y María López Sanjurjo, que tuvieron siete hijos. Una vez manifestada su inclinación artística, siendo joven se trasladó a Valladolid para realizar su formación, posiblemente estimulado por su paisano Alonso Fernández de Rozas, que en 1670 ya tenía un prestigioso taller abierto en Valladolid. En 1673, ya conseguido el grado de maestro escultor, contrajo matrimonio en la iglesia de la Antigua con Francisca Antonia de Santiago, con la que tuvo nueve hijos de los que sólo sobrevivieron tres: José (1672), pintor que acabaría instalado en Miranda do Douro (Portugal); María Lorenza (1679), que casaría con el escultor Pedro de Ávila, y Juana Rosa, futura monja agustina en el vallisoletano convento de San Nicolás.

Primero vivió en una casa de la calle Cantarranas y después en otra próxima a la primitiva iglesia de San Miguel (en la esquina derecha de la confluencia de la actual Plaza de los Arces y la calle San Antonio de Padua). En 1691 adquirió una pequeña casa situada junto a la ermita de Nuestra Señora del Val, figurando entre su círculo de amistades el pintor Jerónimo Benete, los escultores Andrés Pereda y José de Rozas, los ensambladores Cristóbal Ruiz de Andino, Blas Martínez de Obregón y Alonso Manzano, así como el licenciado y presbítero Juan Antonio González Bahamonde. Hombre piadoso, durante su vida ejerció como benefactor de la iglesia de San Miguel, a la que tuvo presente en su testamento, convirtiéndose, por su devoción y afición al arte, en coleccionista de pintura religiosa. Fue miembro y diputado de las cofradías de Jesús Nazareno y de la Pasión y estuvo inscrito en la Congregación de San Lucas, que con sede en la iglesia del Dulce Nombre de María agrupaba a pintores, escultores y arquitectos.

Entre sus clientes figuraron las cofradías de la Pasión y Jesús Nazareno, la iglesia de San Martín, los jerónimos del Monasterio de Prado, el Colegio de San Albano, los jesuitas de la Colegiata de Villagarcía de Campos y la iglesia de Medina del Campo, cofradías de Ataquines y Montealegre y particulares de Peñafiel, Palencia, León, Zamora, Verín y Azpeitia, para los que elaboró sobre todo imágenes del Niño Jesús, vírgenes y crucifijos, en su gran mayoría ajustándose con gran fidelidad a los modelos creados por Gregorio Fernández, por otra parte requisito exigido por los comitentes.

Tras quedar viudo en 1707, Juan Antonio de la Peña sufrió una grave enfermedad de la que era asistido por el boticario del convento de San Pablo, falleciendo en su casa de Valladolid el 2 de enero de 1708, cuando no había cumplido los 60 años de edad. Fue enterrado la iglesia de San Miguel,  en una ceremonia solemne a la que asistieron doce sacerdotes representantes de dicha iglesia, los niños de la Doctrina y del Amor de Dios y miembros de las cofradías a las que pertenecía. Por su testamento podemos recomponer su nivel de vida acomodado, fruto de su trabajo, y el conjunto de útiles de trabajo utilizados en su taller desde 1684 hasta su fallecimiento.

A su muerte, los talleres escultóricos vallisoletanos más prestigiosos pasarían a ser los de José de Rozas y Pedro de Ávila, como ya se ha dicho yerno de Juan Antonio de la Peña, que llegaría a ser el escultor más sobresaliente en el panorama vallisoletano de finales del siglo XVII.


EL CRISTO DE LA AGONÍA Y LAS PERIPECIAS DE UNA COFRADÍA

Por su constante presencia en las celebraciones de Semana Santa y su custodia en una iglesia vallisoletana tan céntrica y emblemática, el Cristo de la Agonía es posiblemente la obra más conocida de Juan Antonio de la Peña, sobre todo desde que el historiador Filemón Arribas Arranz desvelara su autoría2. Se trata de un crucificado que generalmente es relegado a un segundo plano ante los magistrales ejemplares legados a la ciudad por Pompeo Leoni, Francisco de Rincón y Gregorio Fernández. Sin embargo, este crucifijo, de origen atribulado como después veremos, es una obra maestra que recoge la herencia del mejor arte naturalista que, siguiendo las directrices trentinas, desarrollaron los prestigiosos talleres vallisoletanos desde los albores del siglo XVII, revelando el nivel alcanzado por los seguidores fernandinos en las postrimerías de la centuria.


Sed tengo, antes la Crucifixión. Gregorio Fernández, 1612
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Para justificar su encargo, hemos de referirnos a los avatares de la histórica Cofradía Penitencial de Nuestro Padre Jesús Nazareno, fundada en 1596 en el seno del convento de San Agustín, en cuya iglesia disponían de una capilla que acabaría tomando la advocación de Jesús Nazareno, en la que, según informa el Libro Becerro, la cofradía comenzó a realizar sus cultos y su participación en las procesiones con tres pasos de papelón o imaginería ligera.

En 1612, siguiendo el ejemplo de la Cofradía de la Pasión de sustituir los antiguos pasos de papelón por otros enteramente tallados en madera, de los cuales fue pionero La Elevación de la Cruz, realizado por Francisco de Rincón en 1604, un grupo del gremio de pasamaneros, con Pedro Márquez a la cabeza en representación de Damián Torres, Manuel Hermosilla, Gaspar Baca, Juan de la Torre y de sí mismo, encargaba a Gregorio Fernández el paso de la Crucifixión para ser donado a  la Cofradía de Jesús Nazareno con sede en San Agustín. El paso, compuesto por la figura de Cristo recién crucificado, un sayón encaramado a una escalera apoyada en la cruz y clavando el rótulo "INRI" y un segundo  ofreciendo a Jesús la esponja empapada en hiel, fue incrementado en 1616 con tres nuevas figuras de sayones, los que juegan a los dados, a los que durante algún tiempo se les incorporaron una espada y un puñal, y el que sujeta una lanza y un caldero, motivo por el que fue conocido como el Paso grande (actualmente denominado Sed tengo y conservado íntegro en el Museo Nacional de Escultura).
Del mismo modo, sería el desigual Pedro de la Cuadra el autor del Jesús Nazareno titular de la Cofradía, representado rodilla en tierra durante una de las caídas camino del Calvario a través de una imagen vestidera.

Pasado un tiempo, se produjo un desencuentro entre la Cofradía de Jesús Nazareno y el convento de San Agustín que la acogía, siendo eliminado del Cabildo de Gobierno el representante agustino, al tiempo que las reuniones preceptivas pasaron a celebrarse tanto en la cercana parroquia de San Julián como en la ermita de Nuestra Señora del Val, ambas desaparecidas. Desde entonces, en la Cofradía fraguó la idea de construir una sede propia con su correspondiente iglesia y hospital, hecho que comenzó a materializarse cuando el regidor Andrés de Cabezón ofreció en 1627 unos terrenos colindantes a la plaza de la Rinconada.

Por otra parte, tal fue el impacto causó el crucificado de Gregorio Fernández que los monjes agustinos le solicitaron para ser colocado en el altar mayor, aunque primeramente fue ubicado en la capilla de Nuestra Señora de Gracia, de la que era patrono Pedro Ruiz de la Torre y Buitrón, hasta su asentamiento en el altar mayor en 1616, hecho que originó el recelo de los cofrades nazarenos, que veían peligrar su uso procesional, por lo que hicieron firmar a los agustinos el depósito provisional de sus imágenes hasta la finalización de la iglesia penitencial que estaban construyendo. A causa de estos hechos, la ruptura entre la Cofradía de Jesús Nazareno y los frailes agustinos se hizo realidad en 1651, si bien en tono cordial y manteniendo sus vínculos.

Pero era inminente el desencuentro definitivo. Cuando en 1676 fue terminada la nueva sede, la Cofradía redactó una nueva Regla y se quedaron con los pasos del convento de San Agustín tras su salida en procesión en el Viernes Santo de aquel año, hecho que motivó el establecimiento de un pleito por parte del convento agustino, cuya sentencia de 1684 le fue favorable, teniendo que devolver la Cofradía todos los pasos procesionales a los frailes, entre ellos el crucifijo y los dos primeros sayones del Paso grande.

Para paliar tal carencia, la Cofradía de Jesús Nazareno tuvo que encargar nuevas tallas sustitutorias, ocupándose Juan de Ávila en 1680 del paso del Despojo o del Expolio (Preparativos para la Crucifixión); un escultor desconocido —posiblemente Juan Antonio de la Peña— de una copia mimética de Jesús Nazareno y en 1684 Juan Antonio de la Peña, por entonces Alcalde de la Cofradía, de una nueva imagen de Cristo crucificado —el actual Cristo de la Agonía— para recomponer el paso de la Crucifixión con los tres sayones disponibles, que fue incrementado en 1717 con la compra de los dos sayones fernandinos del rótulo y la esponja al boticario Andrés Urbán, que los había recibido del convento de San Agustín como condonación de una deuda y que los ofreció en venta a la Cofradía.

De este modo, el Cristo de la Agonía de 1684 vino a ser un Cristo "suplente" del original de Gregorio Fernández de 1612, lo que explica las analogías formales entre ambos. Con un tamaño ligeramente inferior, aunque a escala natural (1,83 m.), comparte la peculiaridad de representar a Cristo vivo para adaptarlo al pasaje, algo infrecuente en los crucifijos castellanos, aunque la vigorosa anatomía fernandina se torna en otra más lisa y de suave modelado. Igualmente, seguramente por exigencias de los nazarenos, presenta similitudes en el ondeante paño de pureza, en la colocación abierta y en tensión de los dedos de las manos y en el uso de una corona de espinas postiza.

Fiel al estilo de Gregorio Fernández, la tensión emocional se centra en la impresionante cabeza, una de las más bellas y expresivas del barroco procesional vallisoletano, con larga melena que, siguiendo la estela de Fernández, cae por la derecha sobre el pecho en forma de rizos filamentosos y remonta la oreja por la izquierda, dejándola visible. Con barbas de dos puntas, ojos postizos de cristal y boca entreabierta, con dientes apreciables y parte del paladar, sugiere la sed mencionada en las Siete Palabras.
Complementa su dramática imagen, mezcla de resignación y dolor, una policromía con encarnaciones mates, al gusto de la época en la búsqueda de naturalismo, con hematomas violáceos, llagas abiertas y regueros de sangre producidos por las espinas y los clavos.

A lo largo de su historia, el Cristo de la Agonía ha integrado la segunda versión del paso de la Crucifixión, durante años ha formando conjunto con la Virgen de la Vera Cruz, para completar la secuencia anterior al Descendimiento, dada la peculiaridad de estar Cristo vivo, y en los últimos tiempos desfila de forma aislada en la tradicional procesión del Vía Crucis colocado sobre unas andas en forma de cruz. A lo largo del año, recibe culto en un altar neoclásico de la iglesia de Jesús.

Por su parte, los sayones y el crucificado original, reagrupados tras el proceso desamortizador en el Museo Provincial de Bellas Artes, desde 1933 Museo Nacional de Escultura, se exponen integrando la escena procesional tal como fue concebida por Gregorio Fernández.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.          


NOTAS

1 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. La biografía al servicio del conocimiento artístico. El escultor Juan Antonio de la Peña (h. 1650-1708). Boletín de la Real Academia de Bellas Artes de la Purísima Concepción nº 42, Valladolid, 2007, pp. 43-56.

2 ARRIBAS ARRANZ, Filemón. La Cofradía penitencial de N. P. Jesús Nazareno de Valladolid. Valladolid, 1946, pp. 82-90.


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