26 de diciembre de 2014

Theatrum: LA VIRGEN CON EL NIÑO Y SAN JUANITO, la amable sutileza del barro humanizado













LA VIRGEN CON EL NIÑO Y SAN JUANITO
José Risueño  (Granada, 1665-1732)
Hacia 1715
Barro policromado
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Procedente del convento de San Antón, Granada
Escultura barroca española. Escuela granadina














La Navidad es tiempo de intenciones amables, de celebración jubilosa, de la presencia de figuras de barro integrando artísticos belenes para exaltar al Niño y su Madre, con recreaciones de pastores que remiten a un pasado casi legendario. Amabilidad, júbilo, exaltación materna, manufactura en barro y presencia pastoril se condensan en un fascinante grupo escultórico del que podemos gozar vallisoletanos y foráneos: La Virgen con el Niño y San Juanito, de José Risueño, obra integrante de la colección permanente del Museo Nacional de Escultura.

Desde que Juan de Juni elaborara magistrales obras en barro en el siglo XVI, durante su estancia en León, fueron escasos los grandes maestros que se decantaron por este tipo de material en España, con ejemplos notables en época barroca apenas reducidos al talento del granadino Alonso Cano y la sevillana Luisa Roldán, la Roldana.

Sin embargo, la producción escultórica realizada con el más sencillo de los materiales, el barro, inherente a la esencia humana, fue un medio de expresión desde el origen de los tiempos. Sobre el barro se gestó la epopeya de la escritura cuneiforme y en barro mostraron sus preocupaciones y creencias artistas y artesanos de antiguas civilizaciones en todos los continentes.

La fragilidad de esta materia prima encontró un cauce de perdurabilidad mediante su sometimiento al fuego, que proporciona a las piezas endurecimiento, impermeabilidad y consistencia, solución aplicada de oriente a occidente, en ocasiones a través de procesos muy complejos. Las piezas resultantes hoy las definimos con el término latino de "terracota", o lo que es lo mismo, "tierra cocida".

En barro cocido se han escrito grandes páginas del arte universal, desde las creaciones etruscas y chinas anteriores a nuestra era, a las experiencias renacentistas florentinas o las manufacturas belenistas napolitanas del XVIII, sin olvidar las culturas africanas y precolombinas. Queda patente, pues, que la creatividad de ciertos autores ha elevado a la categoría de arte mayor las obras producidas con un material tan humilde como el barro, obras en las que su fragilidad, junto a la morbidez que permite el modelado, constituye un acicate más a su belleza.

De ello es buen exponente el grupo escultórico del granadino José Risueño, que fue adquirido por el Estado en el mercado del arte en 2012 con destino al Museo Nacional de Escultura, del que sabemos que originariamente fue realizado para el convento de religiosas franciscanas de San Antón de Granada.


El polifacético José Risueño y Alconchel, nacido a la vera de la Alhambra en 1665, se formó como escultor en el taller granadino de Bernardo de Mora y sus hijos José y Diego, continuadores de la obra de Pedro de Mena y Alonso Cano, que mantuvieron una fecunda actividad que marcó los derroteros de la escultura granadina cuando el primero marchó a Málaga en 1658 y el segundo murió en 1667. Junto a los Mora, José Risueño recogió la herencia de realizar imágenes de devoción de concepción esbelta y elegante, alejadas del hondo dramatismo y con una expresividad cercana a la mística, profundizando en los aspectos humanos. Por su gran talento, José Risueño, que trabajó tanto en madera y piedra como en barro y telas encoladas, alcanzaría un gran prestigio en la actividad artística de las postrimerías del Barroco con obras devocionales, procesionales y otras destinadas a retablos.

Este escultor y pintor, que tenía una gran habilidad para realizar dibujos del natural y modelar bocetos con rapidez, muchas veces tomaba como inspiración grabados de obras de Rubens y otros artistas flamencos. Una producción especialmente atractiva es la que realizó en barro policromado, en unas ocasiones como representaciones infantiles aisladas del Niño Jesús o San Juanito, y en otras como grupos escultóricos de la Virgen o San José con el Niño. Entre otras, se conservan muestras de esta actividad en la iglesia de San Francisco de Priego (Córdoba), en el convento de Santa Paula de Sevilla, en el Museo de Bellas Artes de Granada y en el Victoria & Albert Museum de Londres, que, como en el caso de la obra de Valladolid, siempre se muestran plenas de gracilidad y con una ejecución técnica muy depurada.

Muy satisfechas debieron quedar las franciscanas granadinas, orden proclive a las representaciones belenistas y pasionarias, al recibir esta imagen en que la Virgen, con la espalda apoyada sobre un  tronco, la  mano al pecho y gesto placentero y ensimismado, retiene en su regazo a un Niño rollizo y vivaracho que dirige su mirada, en un juego de complicidad, hacia la figura del profeta niño, su pariente, que postrado junto a la Virgen junta sus manos en el pecho en señal de sumisión y ofrecimiento. Con una gran sensibilidad, el escultor vincula las figuras a través de un expresivo cruce de miradas y del sugestivo lenguaje de las manos, creando una escena de gran intimidad en la que prevalece la ternura y el regocijo místico.

Aunque aparentemente todo parece referirse a los momentos gozosos de la infancia, donde nada sugiere el drama futuro por la ausencia de los elementos que simbólicamente suelen acompañar a este tipo de iconografía, como la presencia del simbólico cordero sacrificial, no pasan desapercibidos algunos matices que así lo insinúan, como la indumentaria pastoril de San Juan niño, una piel de camello de gruesos mechones que aluden a su futura condición de predicador en el desierto y su función de Precursor, así como el rojo intenso de la túnica de la Virgen, que preludia su papel de copasionaria, y la colocación de Jesús infante sobre un paño blanco que se transmutará en sudario en las escenas pasionales de la Piedad.

José Risueño. Virgen con el Niño
Museo de Bellas Artes, Granada
Es destacable el magnífico modelado de las figuras, en las que contrasta la tersura de las anatomías, que incluyen detalles de gran morbidez que el barro permite, con el acentuado juego curvilíneo de los drapeados y los cabellos, con pliegues muy redondeados y naturalistas. Realzan su aspecto realista los efectos de la policromía, con aplicaciones de colores lisos en los paños y sin detalles ornamentales, según la moda del momento, y suaves matices de color en las carnaciones, con el mismo tratamiento que una pintura de caballete y el mismo resultado que la madera policromada. El magnífico grupo escultórico, muestra de la madurez alcanzada por el artista, adopta, en contra de lo que suele ser habitual en el Barroco, una composición replegada y con esquema piramidal, efecto reforzado por la sencilla peana sobre la que reposa la base pedregosa.

José Risueño se revela como genial creador de figuras infantiles, expresivas y llenas de vivacidad, así como excelente representante de la escuela granadina de su tiempo, con figuras de gran serenidad y elegancia de ademanes que adquieren un especial atractivo cuando, como ocurre en este caso, las escenas se refieren a los felices momentos de la infancia. Iconográficamente, este grupo de alguna manera se anticipa al célebre medallón en altorrelieve de la Virgen de la Leche que elaboraría Francisco Salzillo treinta y cinco años después para la catedral de Murcia.

Sirva para disfrutar en Navidad esta imagen reducida a lo esencial, desprovista de la parafernalia del belén, pero capaz de transmitir los mejores sentimientos de júbilo a través de la obsesiva búsqueda de la belleza por parte de su autor. Y si ello despierta tu curiosidad y decides contemplarla en vivo en el Museo Nacional de Escultura como un acto lúdico navideño, pues mucho mejor.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.




Este artículo ha sido publicado en diciembre 2014 en la revista Aleluya que edita la Asociación "Belenistas de Valladolid".


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