11 de septiembre de 2015

Theatrum: SAN JUAN BAUTISTA NIÑO, la grandeza del pequeño formato













SAN JUAN BAUTISTA NIÑO
Antonio Ferreira (Braga?, activo en Portugal 1701-1750)
Entre 1701 y 1733
Barro cocido y policromado
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca portuguesa














Hay ocasiones en que algunas manifestaciones artísticas llegan a nuestras fibras más sensibles para producir una emoción difícil de explicar. Ello ocurre independientemente del tamaño de la obra y del material en que esté realizada. Eso es justamente lo que sucede con esta escultura de pequeño formato, que de forma tan delicada y atractiva está elaborada con el más humilde de los materiales: el barro.

Ya nos hemos referido en otras ocasiones a peculiares relieves y esculturas realizadas en barro policromado que se conservan en Valladolid y que tienen un encanto especial, como es el caso del pequeño relieve manierista de Juan de Juni que representa el tema de la Piedad, conservado en el Museo Diocesano y Catedralicio, el relieve de San Jerónimo penitente de Alonso Cano, máxima expresión del barroco español, o la escultura dieciochesca de la Virgen con el Niño y San Juanito, del también granadino José Risueño, ambas exhibidas en el Museo Nacional de Escultura como verdaderas obras maestras. A estas podríamos sumar la colección de figuras que integran el fantástico Belén napolitano del mismo Museo, en su mayor parte elaboradas por destacados escultores del siglo XVIII en los afamados obradores de Nápoles.

Relacionada tanto con el espíritu barroco del siglo XVIII, como con la obra de escultores especialmente creativos en la elaboración de figuras para belenes, se encuadra esta pequeña y bella escultura de San Juan Bautista Niño que Marcos Villán1 considera de procedencia portuguesa y atribuye al escultor Antonio Ferreira, que la habría realizado en un momento indeterminado del primer tercio del siglo XVIII, cuando los "presepios" portugueses elaborados por Joaquim Machado de Castro y Antonio Ferreira causaban verdadero furor entre las familias burguesas y la aristocracia portuguesa en pleno reinado de Juan V el Magnánimo.

La obra llegó al museo vallisoletano tras ser adquirida por el Estado en 2008, alegrando una pequeña sala de tránsito dentro de una vitrina. Se trata de un representación de San Juan Bautista con sus característicos atributos, pero en su condición de infante, una iconografía que alcanzó un gran desarrollo durante el siglo XVI y se incrementó en el XVII junto a las más variadas representaciones del Niño Jesús, con el que comparte protagonismo en algunas ocasiones, como en la emblemática pintura de Los niños de la concha de Murillo (1670, Museo del Prado), cuyo tono amable y simbólico es mantenido por Ferreira en esta escultura de resabios cortesanos.

San Juanito aparece de pie sobre una base rocosa escalonada que le permite colocar los pies a distintas alturas, rompiendo su estatismo con la rodilla izquierda flexionada. Se sitúa en posición frontal y lleva el cuerpo recubierto por una túnica rústica, elaborada con ruda piel de camello, y un manto superpuesto que se desliza por debajo de los hombros y se cruza en diagonal al frente, mientras que en la parte trasera cae completamente plano, lo que induce a pensar que la imagen fuera concebida para ser colocada en un pequeño retablo destinado a un oratorio privado. Se completa con la presencia de un cordero rampante que es señalado por el infante —prefiguración del sacrificio de Cristo que alude a su futura condición de Precursor— y con una peana de madera dorada sobre la que descansa la escultura.

Es llamativa la destreza en el blando modelado de la anatomía infantil y en el detallismo de las texturas de los paños, elementos básicos de la morbidez que el barro permite, a lo que se suma el atractivo trabajo de la cabeza, con un rostro carnoso de boca pequeña y cierto aire ensimismado, así como abultados cabellos formando rizos sobre los que destaca un voluminoso mechón colocado sobre la frente, un recurso estético muy utilizado por los escultores barrocos andaluces en las figuras infantiles desde el siglo XVII.

Se completa con una bella policromía que, aplicada con maestría, contrasta las carnaciones, con toques sonrosados aplicados a punta de pincel sobre la piel tersa, con las diferentes texturas de los paños y la piel del cordero, destacando la rica ornamentación del manto rojo —símbolo de la sangre a derramar— a base de pequeños motivos florales dorados. Asimismo, sobre la base verdosa de la ambientación rocosa, se combinan manchas en las que aflora el propio color del barro (por desprendimiento de la pintura) y pequeñas flores y plantas que despuntan entre ellas. En líneas generales, la escultura recibe el mismo tratamiento en su minucioso acabado que las figuras integrantes de los monumentales "presepios" portugueses, realizadas por escultores especializados durante el siglo XVIII.

A este respecto, es conveniente recordar que la elaboración en barro de estas figuras para belenes en Portugal constituye una de las creaciones artísticas más interesantes del arte europeo en el siglo XVIII, fruto de una tradición nacional de escultura en barro cocido aparecida a finales del XVII en el monasterio de Alcobaça2, después elevada a la categoría de arte mayor en el primer tercio del XVIII por los escultores Antonio Ferreira y Joaquim Machado de Castro.


EL ESCULTOR ANTONIO FERREIRA  

Posiblemente originario de Braga, se desconocen la mayoría de sus datos biográficos, pues siempre es citado en testimonios de forma indirecta, aunque se tiene la certeza de que estuvo en plena actividad entre 1701 y 1750. Es posible que se trate del escultor llamado Antonio Ferreira que es citado en 1702 como morador de una casa en la Rua Grande de Lisboa, apareciendo también inscrito en 1692 en el Libro de la Hermandad de San Lucas3 de la ciudad, al que posteriormente se añadiría la anotación de fallecido después de 1712. Su padre, Dionisio Ferreira, también ejercía como escultor y "barrista", según el pintor, escultor y arquitecto dieciochesco Cirilo Volkmar Machado, siendo tal vez el artista al que se refiere el padre Manuel do Portal cuando describe el Presepio das Necessidades que actualmente se expone en el Museu Nacional de Arte Antiga de Lisboa.

Desgraciadamente, el catálogo de obras de Antonio Ferreira es escaso, pues en su mayoría han desaparecido o no están catalogadas. Célebre fue el desaparecido belén monumental de la Cartuja das Laveiras de Lisboa, así como el denominado Presepio da Madre de Deus, de la iglesia de la misma advocación, actualmente recogido en el lisboeta Museu Nacional do Azulejo, en el que trabajó entre 1700 y 1730 en colaboración con su padre Dionisio Ferreira, en cuyas figuras de ángeles músicos y en la corte de querubines se aprecian numerosas similitudes, tanto formales —en las cabezas— como estilísticas —en el modelado de los paños— con este San Juan Bautista Niño.
También se atribuye a Antonio Ferreira una Cavalgada o séquito ecuestre de los Reyes Magos que se conserva en el Museu Nacional Machado de Castro de Coimbra, un Ángel músico y un grupo de Cristo socorrido por ángeles guardados en la Casa dos Patudos o Museo de Alpiarça y un grupo Ángeles músicos de los Museos Estatales de Berlín, así como grupos de pastores del Museo Arqueológico Nacional de Madrid.    

En todos los casos Antonio Ferreira revitalizó con sus refinadas creaciones el arte escultórico portugués de la primera mitad del siglo XVIII, con figuras de gestualidad barroca y ciertas reminiscencias manieristas, alcanzando su máxima inspiración en la elaboración de figuras para belenes monumentales para las que encontraba su inspiración tanto en los tipos populares como en grabados de origen nórdico, entre ellos del afamado lorenés Jacques Callot (Nancy, 1592-1635). Sus figuras representan todo un alarde en el necesario dominio del modelado del barro, en el que alcanza valores sorprendentes.

El otro gran artista portugués destacado en la elaboración de esculturas en barro para "presepios" fue Joaquim Machado de Castro (1731-1822), aunque entre ellos no existiera relación alguna.  Sus personajes muestran los trabajos humildes y cotidianos realizados por tipos populares, a los que eleva a una dimensión de grandeza expresada por el color y movimiento de las indumentarias y las alegres expresiones de los rostros. Incorporando animales, instrumentos musicales y utensilios de uso común sus figuras se integran en los paisajes del "presepio" de forma natural como complementos esenciales para definir la simbiosis entre lo divino y lo profano. Entre sus obras destacadas se encuentran el presepio de la Sé o catedral (1776) y el de la Basílica da Estrela (1782), ambos en Lisboa.

Antonio Ferreira. Santa Bárbara, barro policromado

Informe y fotografías: J. M. Travieso. 






NOTAS

1 MARCOS VILLÁN, Miguel Ángel. San Juan Bautista Niño. El Museo crece. Últimas adquisiciones 2005-2010. Ministerio de Cultura, Madrid, 2011, p. 74.

2 Ibídem.

3 Ficha del escultor Antonio Ferreira, Instituto dos Museus e da Conservação, Portal MatrizNet, Internet.






Antonio Ferreira. Séquito de los Reyes Magos, barro policromado
Museu Nacional Machado de Castro, Coimbra
















Dionisio y Antonio Ferreira. Detalle presepio da Madre de Deus
Museu Nacional do Azulejo, Lisboa

















Dionisio y Antonio Ferreira. Niño Jesús, presepio da Madre de Deus
Museu Nacional do Azulejo, Lisboa

















Joaquim Machado de Castro. Sagrada Familia, 1770-1780
Museu de Aveiro

















Joaquim Machado de Castro. Figuras en barro policromado, 1782
Presepio de la Basilica da Estrela, Lisboa













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