15 de septiembre de 2017

Theatrum: CALVARIO, cuando la devoción supera a las modas estéticas













CALVARIO
Anónimo
Primera mitad del siglo XIV
Madera policromada
Iglesia de San Quirce y Santa Julita, Valladolid
Escultura gótica
















En el lado del Evangelio de la iglesia de San Quirce y Santa Julita de Valladolid, próximo a la reja que a los pies de la nave comunica con el coro bajo del que fuera el monasterio más antiguo de Valladolid, después de las Huelgas Reales, se encuentra un retablo del último cuarto del siglo XVII con un diseño muy peculiar. Reproduce la forma de un baldaquino, con cortinas recogidas y sujetas por querubines de bulto, columnas corintias a cada lado con el fuste estriado y decorado con guirnaldas de cintas y una gran tarjeta cactiforme en el remate. Se corona con un ático en forma de mandorla que contiene la figura de Cristo resucitado, junto a dos pebeteros colocados en los extremos. Pero hoy queremos fijar nuestra atención en el grupo escultórico que aparece colocado sobre un fondo que simula un tapiz en el interior de la gran hornacina del retablo, un Calvario de inconfundible estética gótica, a pesar de que las figuras de la Virgen y San Juan presenten elementos seguramente incorporados en el momento de la realización del retablo.

Al referirnos en un artículo anterior al Calvario gótico que se conserva en el coro de la iglesia de Santa Clara, ya hacíamos referencia a la apreciación de Julia Ara de la rareza que supone en la provincia de Valladolid encontrar representaciones completas de Calvarios góticos1, tan escasos frente a la pervivencia de numerosos crucifijos, en ocasiones únicos supervivientes de antiguos grupos del Calvario. Es por este motivo que el conjunto de San Quirce adquiere un interés especial, pues sin duda alguna su presencia está vinculada a la antigua historia del monasterio cisterciense, que contaba con la protección real y cuya aparición en Valladolid se remonta a 1256.

Su primer emplazamiento estuvo localizado en la margen derecha del Pisuerga, en terrenos próximos al Puente Mayor, para cuya construcción tanto Teresa Gil como la reina María de Molina ejercieron como benefactoras aportando fondos. Sin embargo, superada la mitad del siglo XIV y por razones de seguridad —constantes peligros durante el enfrentamiento de Pedro I de Castilla con su hermanastro don Enrique— la comunidad decidió trasladarse al interior de la muralla de Valladolid, en un enclave cedido por la familia de los Ulloa. Tiempo después el antiguo convento sería reconvertido en Hospital de San Lázaro, extramuros de la ciudad por razones de higiene.

Es posible que el Calvario de San Quirce sea mudo testigo de aquella mudanza, pues Julia Ara, por sus características formales, lo data en la primera mitad del siglo XIV2. De modo que este grupo escultórico sería una de las obras más antiguas de cuantas atesoraba aquella comunidad de monjas que adoptó la regla de San Bernardo y que estuvieron dependiendo del monasterio de San Benito el Real hasta 1632, año en que el papa Urbano VIII otorgó la dispensa que libraba de esta obediencia.

A este respecto, no pasa desapercibido el hecho de que en la iglesia barroca de San Quirce y Santa Julita, levantada en 1620 por Francisco de Praves, maestro de obras de Su Majestad, bajo las bóvedas de cañón con decoradas con yeserías geométricas planas, se preservara un espacio para ser colocado de nuevo al culto aquel Calvario medieval, para el que en las últimas décadas del siglo se elaboró expresamente el retablo ya descrito de acuerdo a las corrientes barrocas imperantes, siendo un hecho muy significativo el afán por mantener como objeto de devoción al anticuado grupo escultórico, teniendo en cuenta que durante esa época en Valladolid estaban activos los prestigiosos talleres de renombrados maestros que escribieron con letras de oro la historia de la escultura barroca castellana y española.

Se nos escapan los motivos, a todas luces devocionales, que movieron a la comunidad cisterciense, contra lo que era habitual, a mantener al culto en el retablo del siglo XVII las tres tallas medievales, siendo modificada la apariencia de la Virgen y San Juan mediante la reelaboración de su policromía y la incorporación de elementos postizos impensables por los escultores góticos, como la aplicación de ojos de cristal, la incorporación de coronas de orfebrería o la reconversión de la Virgen en una Dolorosa mediante la rudimentaria colocación de una espada de plata atravesando su pecho.

Durante un tiempo, como queda recogido en el Catálogo monumental de la Provincia de Valladolid3, la imagen de Cristo crucificado del Calvario fue sustituida por otra de finales del siglo XVI y la original conservada en la clausura, aunque actualmente el grupo aparece recompuesto con sus tres componentes originales.

Cristo crucificado
La escultura del crucificado responde a la tipología del siglo XIV estudiada a fondo por Julia Ara Gil, caracterizada por presentar una figura de Cristo evolucionada hacia el naturalismo desde los esquemas románicos con el afán de humanizarle. Aparece muerto, con la cabeza girada hacia el hombro derecho, larga melena con raya al medio que permite ver las orejas y restos sanguinolentos en la frente que delatan haber tenido una corona de espinas —atributo gótico por excelencia— ceñida a la cabeza en forma de cordón. Su rostro se muestra de perfil, con apariencia tranquila, barba larga y ojos entreabiertos.

En su anatomía, de suave modelado y tendencia naturalista, destacan la abultada cadera, la colocación de los brazos extendidos e inclinados, aunque sin flexionar por los codos, los dedos de las manos igualmente extendidos y la colocación forzada de las piernas para que un sólo calvo atraviese los dos pies, con la pierna derecha remontando la izquierda y colocada de perfil en su visión frontal. Característica es también la disposición de los pies, con el izquierdo en posición vertical y el derecho superpuesto girado en rotación. Tanto la inclinación de los brazos con la cabeza ladeada como el vientre hundido, la proyección de la rodilla derecha hacia el frente y el giro del pie le proporcionan un cadencioso movimiento rítmico que fue generalizado en el siglo XIV.

Mención especial merece el perizonium, que adopta la forma de un lienzo que le cubre desde las caderas hasta las rodillas y que en este caso se prolonga en su caída por la parte trasera llegando a cubrir la rodilla izquierda. Combinando pliegues en diagonal con otros en forma de ondas, presenta un enlazado en la parte derecha que produce la caída de un cabo en forma de pliegues en cascada que potencian su naturalismo, un detalle que define la calidad técnica de la escultura respecto a otros ejemplares de la misma época.

Su policromía es bastante simple, con la carnación en tono muy pálido y salpicada por pequeños regueros de sangre en el rostro, manos, rodillas y pies que en ningún momento ponen su acento en resaltar lo truculento, como ocurre en la modalidad de "Cristos patéticos", de origen centroeuropeo, que se extendió por Castilla en la segunda mitad del siglo XIV y de la que es buen representante el Cristo crucificado que se conserva en el monasterio de las Huelgas Reales. Igualmente sencillo es el madero de la cruz, al que en época barroca le fueron incorporados el letrero del "Inri" y una cartela a los pies de Cristo con una inscripción que le identifica como "Santo Cristo de la Humildad".

Su tipología está relacionada con un Cristo crucificado del tercer cuarto del siglo XIV que, procedente de la población vallisoletana de Portillo, se conserva en el Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid.

La Virgen
La figura mantiene el convencionalismo de la época, representada de pie, colocada a la derecha de la cruz y con la parte posterior plana, sin trabajar. Revestida de forma habitual, con una túnica, un manto y una toca que le enmarca el rostro, presenta un canon corto  —1,24 m. de altura— y un gran hieratismo, a pesar de los abundantes pliegues de los paños y su disposición naturalista.

Destaca el trabajo de la cabeza, que sigue modelos franceses, con una toca pronunciada en altura y ceñida a la cabeza por una cinta a modo de diadema y con el rostro esbozando una sonrisa equiparable a las representaciones de la Anunciación. Característica del siglo XIV es la colocación de las manos cruzadas a la altura del pecho, actitud que Emile Male4 considera de origen bizantino e interpreta como un símbolo de su vinculación al sacrificio de Cristo.

Su aspecto original aparece desvirtuado tanto por la aplicación de ojos de pasta vítrea como por la policromía reelaborada en el siglo XVII, con profusión de motivos vegetales esgrafiados que dejan aflorar la capa de oro incorporada y que nada tiene que ver con los colores lisos que se aplicaban en su época. Igualmente anacrónica es su reconversión en una imagen de Dolorosa mediante la incorporación de una espada de plata que le atraviesa el pecho y de una corona de plata de diseño barroco de tipo resplandor.

Anónimo. Cristo crucificado. Tercer cuarto siglo XIV
Museo Diocesano y Catedralicio (Procedente de Portillo, Valladolid)
San Juan
Colocado a la izquierda de la cruz, presenta características muy similares a las de la Virgen, igualmente con el dorso plano y revestido de túnica y manto, en este caso sujetando con las dos manos, a la altura del pecho, un libro como atributo. De talla muy esquemática, con 1,30 m. de altura y un pronunciado cuello, presenta un gesto ensimismado en el que está ausente toda connotación dramática.

Su policromía fue igualmente transformada en el siglo XVII, resaltando en su rostro una barba incipiente, al tiempo que se le practicó en el pecho una cavidad a modo de teca y se le incorporó como corona un nimbo con forma de disco metálico con inscripciones.          


Informe y fotografías: J. M. Travieso.



NOTAS

1 ARA GIL, Clementina Julia: Escultura gótica en Valladolid y su provincia. Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1977, p. 121.

2 Ibíd. p. 124.

3 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José y DE LA PLAZA SANTIAGO, Francisco Javier: Catálogo monumental. Edificios religiosos de la ciudad de Valladolid. Parte segunda. Valladolid, 1987.

4 MALE, Emile: L'art religieux de XIIe siècle en France. París, 1924, p.83.


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