27 de octubre de 2017

Theatrum: SAN JUAN DE LA CRUZ Y SANTA TERESA, el influjo de la corriente rococó en Valladolid







SAN JUAN DE LA CRUZ Y SANTA TERESA DE JESÚS
Pedro de Sierra (Medina de Rioseco, 1702 - Valladolid, h. 1760)
Hacia 1726
Madera policromada
Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid
Procedentes del convento de San Pablo de San Pablo de la Moraleja (Valladolid)
Escultura barroca española. Escuela castellana







Ruinas del Convento de San Pablo. San Pablo de la Moraleja (Valladolid)
Las tallas de estos dos santos carmelitanos llegaron al Museo Diocesano y Catedralicio de Valladolid desde el arruinado convento de San Pablo de la localidad vallisoletana de San Pablo de la Moraleja, una construcción barroca que desde el siglo XVII fue habitada por la orden de Carmelitas Descalzas. A partir de entonces, se conformaría un pequeño municipio en las proximidades del convento que todavía subsiste, presentando en la actualidad el aspecto de un conjunto de ruinas nostálgicas entre las que destaca su austera portada de ladrillo y la alta espadaña ocupada por cigüeñas, perviviendo en el pequeño pueblo, como recuerdo de aquella presencia carmelitana, la celebración festiva de la Virgen del Carmen cada 16 de julio.

También de esencia carmelitana son estas dos esculturas que de allí proceden y que representan a San Juan de la Cruz y Santa Teresa de Jesús, muestra del virtuosismo alcanzado en los talleres vallisoletanos durante el último aliento barroco, cuando ya era imparable la influencia de la corriente rococó, de origen francés, llegada desde los ambientes cortesanos. Su autor es el notable escultor Pedro de Sierra, perteneciente a una saga de ensambladores, escultores y doradores creada en Medina de Rioseco por el prolífico Tomás de Sierra.

Tomás de Sierra. Izda: Dolorosa del paso de Longinos, 1692, Medina de
Rioseco. Dcha: Dolorosa, finales s. XVII, catedral de Orense
EL TALLER RIOSECANO DE TOMÁS DE SIERRA

Tomás de Sierra (h. 1654-1725), escultor con el corpus de su obra todavía por definir, era natural de Santalla del Bierzo (León) y comenzó a trabajar primero en Valladolid para posteriormente asentar su taller en Medina de Rioseco, donde en la segunda mitad del siglo XVII contribuyó a la formación de un importante foco escultórico que pervivió hasta bien entrado el siglo XVIII. Desde la "Villa de los Almirantes" Tomás de Sierra suministró numerosas esculturas para retablos tanto de iglesias riosecanas como de otras poblaciones de las provincias de Valladolid, Palencia y Zamora, incluso Orense, en un momento en que hacía furor el Barroco más recalcitrante.

En 1681 contrajo matrimonio con Inés de Oviedo, vecina de Medina de Rioseco1, con la que tuvo cinco hijos: Jacinto, José, Tomás, Pedro y Josefa. Mientras Tomás se decantó por la pintura, Jacinto y Pedro siguieron el oficio paterno, iniciando su formación en el taller de su padre para terminar trabajando como colaboradores, siendo Pedro el que se convertiría en un digno continuador.

Tomás de Sierra. San Marcos, San Vicente y San Eutimio, 1695
Capilla-relicario de la Colegiata de San Luis, Villagarcía de Campos
En la obra de Tomás de Sierra se aprecian inevitables influencias de los modos y modelos de Gregorio Fernández, e incluso de Juan de Juni, sin duda debidas a las exigencias de los comitentes, aunque en su abundante obra los plegados duros van dando paso paulatinamente a otros más fluidos y naturalistas, muy diferentes a los de Gregorio Fernández y más acordes con los nuevos tiempos, rasgo que se intensifica en su última etapa con dobladuras angulosas y pliegues cortados con aristas vivas, siguiendo la tipología introducida en la escuela castellana por Pedro de Ávila.

Entre las obras más destacadas de Tomás de Sierra podemos citar las figuras de la Virgen, San Juan, la Magdalena y un sayón que realizó en 1692 para la remodelación del "Paso de Longinos" de Medina de Rioseco, el exquisito conjunto de esculturas elaboradas en 1695 para la capilla del Relicario de la colegiata de San Luis de Villagarcía de Campos, entre las que destacan las de los mártires San Marcos, San Vicente y San Eutimio, y el conjunto de esculturas y relieves del majestuoso retablo mayor de la iglesia de Santiago de Medina de Rioseco, verdadera apoteosis barroca cuyas trazas fueron realizadas por Joaquín de Churriguera.

Pedro de Sierra. Sillería del coro del convento de San Francisco (Foto MNE)

PEDRO DE SIERRA, NOTABLE ESCULTOR DEL PERIODO ROCOCÓ


Cuarto hijo de Tomás de Sierra, nació el 12 de mayo de 1702 en Medina de Rioseco, iniciando su formación, como ya se ha dicho, en el taller paterno. Muy joven se desplazó a Toledo, años en que realizaba el "Transparente" de la catedral Narciso Tomé, del que asimilaría ciertos rasgos, y posteriormente a Segovia para trabajar al servicio del rey, donde se puso en contacto con la corriente rococó que seguían los escultores franceses —Carlier, Tierry, Pitué y Freminx— que trabajaban en el Palacio de la Granja de San Ildefonso. Tras una breve estancia en Aranjuez, en 1726 regresaba a Medina de Rioseco, contratando el 2 de diciembre de ese año las esculturas y relieves de la fachada de la iglesia de Santa Cruz, que labró en piedra de Urueña con gran sentido pictórico y un dinamismo decididamente rococó.


Pedro de Sierra. Inmaculada del coro del convento de San Francisco, 1735
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Durante unos años previos a 1735 estuvo dedicado a elaborar las "tarjetas, armas, imágenes y figuras" que componen la meritoria sillería del coro de la iglesia del convento de San Francisco de Valladolid, en opinión de Mª del Rosario Fernández González una de las obras más excelentes del barroco castellano. Compuesta en sus dos lados por 48 sitiales altos y bajos y otros 44 situados enfrente, junto al órgano mayor, en ellos trabajó Pedro de Sierra, a petición de Fray Juan de Soto, General de la Orden, dirigiendo un numeroso grupo de oficiales y contando con la colaboración de su hermano Jacinto, que había ingresado como franciscano y que ejerció como ensamblador.

El conjunto, cuyo programa iconográfico fue concebido como exaltación de la Orden franciscana, consta de una colección de respaldos, medallones, relieves decorativos, frontones partidos y pequeñas figuras exentas que despliegan un innumerable repertorio de santas y santos franciscanos, patriarcas, apóstoles, evangelistas, mártires, papas, cardenales, arcángeles, virtudes, etc., y constituyen una incomparable muestra de arte rococó, a lo que se suma una bella imagen policromada de la Inmaculada que presidía el frontispicio del coro. En estos trabajos ya son apreciables los rasgos característicos de Pedro de Sierra en las pequeñas y delicadas cabezas, los dedos largos, pronunciadas barbas, tratamiento de los paños, esbeltez de las figuras, dinamismo corporal y elegantes actitudes.

La sillería de San Francisco ingresó en 1842, fruto de la Desamortización, en el Museo Provincial de Bellas Artes de Valladolid, donde fue desmontada. En 1933, cuando esta institución se reconvirtió en Museo Nacional de Escultura, fue recompuesta por Constantino Candeira en el coro alto de la capilla del Colegio de San Gregorio, donde sigue expuesta de forma fragmentaria de acuerdo a las posibilidades del espacio disponible, aunque la bella Inmaculada se muestra como figura exenta.

Pedro de Sierra. Izda: Retablo de la Sagrada Familia. Capilla Sta. Cándida María
de Jesús, Valladolid. Dcha: Dolorosa. Iglesia del Carmen Extramuros, Valladolid
Tras un breve retorno a Toledo, donde Pedro de Sierra había conocido a su esposa Josefa Sevilla, en 1736 se establecía en Valladolid, realizando ese año una imagen de la Virgen con el Niño para la Cofradía de la Piedad, así como la atribuida imagen de San Antonio de Padua y el delicado Retablo de la Sagrada Familia costeado por el canónigo Rubín de Celis, ambos para la iglesia del Rosarillo (actualmente y respectivamente en el Oratorio de San Felipe Neri y en la nueva capilla de Santa Cándida María de Jesús, de las Hijas de Jesús), continuando la actividad en 1739 con la imagen de San Siro penitente de la iglesia de San Miguel. También atribuida a su taller es la imagen de la Dolorosa de la capilla de la misma advocación en la iglesia del Carmen Extramuros de Valladolid.

En 1740 se enfrentaría a otro magno proyecto, pues recién concluida la iglesia de la Asunción de Rueda (Valladolid), por distintas ciudades se hicieron públicos los edictos convocando a un concurso para realizar el retablo mayor, al que en febrero de ese año concurrió Pedro de Sierra estableciendo la traza, condiciones y el precio de 40.000 reales, obra que el Concejo de Rueda, a falta de otros licitadores, acabó contratando con el riosecano en el mes de mayo.

Pedro de Sierra. Retablo de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)
El majestuoso e innovador retablo, con planta de trazado mixtilíneo y compuesto por un banco en el que se alternan originales ménsulas con grandes hornacinas a los lados del tabernáculo, un único cuerpo de orden gigante articulado con columnas corintias y un gran cascarón de remate, acoge una buena serie de esculturas, entre las que se encuentran las de los Padres de la Iglesia del banco, desplegando una gran capacidad inventiva en las que representan a San Jerónimo (chupándose el dedo para pasar página de su Biblia Vulgata) y San Gregorio (sujetándose la pesada tiara papal mientras lee), la Asunción sobre un transparente de inspiración toledana (Narciso Tomé), flanqueada por Santa Ana y San Joaquín, padres de la Virgen, con el grandilocuente relieve de la Coronación bajo una prefiguración del Espíritu Santo en el cascarón, acompañada a los lados por las figuras de los Santos Juanes sedentes, San Pedro y San Pablo y relieves ovalados con grupos de santos y santas mártires. En todas estas esculturas, seguramente basadas en estampas, prevalece un impetuoso movimiento y un trabajo preciosista en la recreación de las formas y actitudes. El conjunto fue dorado en 1766 por Hermenegildo Gargollo.

Pedro de Sierra. San Jerónimo y San Gregorio, 1740
Pertenecientes al retablo de la iglesia de la Asunción, Rueda (Valladolid)
Tras un fructífera vida profesional como arquitecto y escultor, con obras que llegaron en territorio guipuzcoano hasta los retablos del convento de la Purísima Concepción de las Isabelinas de Segura (1742-1745) y al de las clarisas de la Santísima Trinidad de Bidaurreta, en Oñate (1751.1753), realizados con la colaboración de su hermano fray Jacinto de Sierra, Pedro de Sierra moría en Valladolid hacia 1760. Un año después, su esposa Josefa Sevilla, viuda sin hijos, declaraba su intención de volver a Los Yébenes, su tierra natal.

LAS ESCULTURAS DE SAN JUAN DE LA CRUZ Y SANTA TERESA DE JESÚS    
     
Por su temática, composición, tipo de policromía y diseño de la peana, estas esculturas fueron concebidas por Pedro de Sierra para formar pareja, posiblemente para presidir las hornacinas centrales de dos retablos homólogos dedicados a las glorias de las Carmelitas Descalzas en el templo de San Pablo de la Moraleja. Teniendo en cuenta que San Juan de la Cruz fue canonizado en 1726 por el papa Benedicto XIII, más de cien años después de que lo fuera Santa Teresa por Gregorio XV en 1622, no sería descabellado pensar que ambas esculturas le fueran encargadas a Pedro de Sierra para celebrar tan importante acontecimiento carmelitano, lo que situaría su fecha de ejecución en torno a ese año de 1726.

San Juan de la Cruz
Desde el Concilio de Trento, el pensamiento tradicional de la Iglesia se vino sirviendo de la plástica de las imágenes con una doble finalidad: pedagógica y devocional. Con ello facilitaba la comprensión de la doctrina y estimulaba sentimientos de piedad. El propio San Juan de la Cruz resaltaba la facultad de las imágenes para despertar devoción y elevar la mente a lo que representan2. Las mismas representaciones del Santo Padre Fray Juan se iniciaron mucho antes de que la Iglesia lo beatificara en 1675, pues pronto su vida y muerte se rodearon de una aureola de santidad. Sin embargo, su canonización en 1726 se produce en un momento histórico poco adecuado para las recreaciones descriptivas plagadas de matices anecdóticos, siendo la propia espiritualidad de la reforma carmelitana poco propicia a los temas figurativos expresados con grandilocuencia. Asimismo, lo tardío de su culto oficial impidió que grandes artistas del Siglo de Oro representaran episodios de su hagiografía, como había ocurrido con Santa Teresa.

Por este motivo la iconografía aportada Pedro de Sierra debe considerarse completamente inédita y original, sin referentes inmediatos, sin ajustarse siquiera a los supuestos retratos o descripciones suministradas por los contemporáneos del santo, que le definían con semblante apacible, compasivo, mortificado y alegre, nariz algo aguileña, frente despejada y ancha, ojos negros y calvicie pronunciada con un pequeño mechón sobre la frente. Tan sólo contempla como atributo convencional una cruz de palo que sujetaría en su mano derecha —por ser tan devoto de la cruz de Cristo, que incluyó en su propio nombre monacal— y que no se ha conservado.

La imagen de San Juan de la Cruz de Pedro de Sierra, con el santo revestido del hábito carmelitano, cabeza tonsurada y en actitud de mostrar alguno de sus escritos, presenta el habitual canon esbelto del escultor, a lo que contribuye el reducido tamaño de la cabeza (microcefalia) y la disminución del volumen hacia los pies, así como un agitado dinamismo a través de la línea serpentinata que recorre el cuerpo y el movido juego de los paños tallados —manto y escapulario—, en los que mezcla con virtuosismo pliegues cortados en aristas vivas con láminas que alcanzan un finísimo espesor, dando como resultado unas superficies de fuertes contrastes lumínicos y gran valor pictórico.

El santo carmelita está representado en plena juventud, con ojos de cristal postizos, un rostro evidentemente idealizado y elegantes ademanes que denotan la influencia rococó, ofreciendo como rasgos personales los dedos largos, el esmero en la talla —incluyendo las páginas del libro— y la aplicación de una policromía con una ornamentación muy comedida, con las carnaciones tratadas como pintura de caballete.

Santa Teresa de Jesús
Si original es la iconografía del santo de Fontiveros, no lo es menos la que representa a Santa Teresa con el Niño Jesús en brazos, atípica a todas luces. En su afán creativo, Pedro de Sierra se aparta de la iconografía tradicional, basada en su faceta de reformadora, de escritora con inspiración divina, incluida su consideración de Doctora, de sus arrobamientos en oración, con el episodio de la Transverberación como más habitual, de sus visiones o de sus padecimientos. En este caso la santa abulense se presenta con el Niño en brazos, recibiendo del escultor el mismo tratamiento que la Virgen del Carmen.

Para justificar esta iconografía sin duda Pedro de Sierra tuvo que documentarse con el afán de innovar y seguramente encontró el motivo en una leyenda que no es recogida por los hagiógrafos de la santa abulense, pero que circulaba por los conventos carmelitanos. Según ésta, según aparece recogida en el Acta Sanctorum, un día Santa Teresa se encontró frente a uno de los monasterios por ella fundados a un niño muy hermoso, al que preguntó su nombre. El niño respondió: “dime primero el tuyo”. La monja carmelita contestó “me llamo Teresa de Jesús”, a lo que el niño respondió “y yo Jesús de Teresa”. Este pasaje, apenas utilizado como fuente para la creación artística, en el fondo hace referencia al amor divino de los desposorios místicos que el alma experimenta cuando ha llegado a la última de las Moradas del Castillo Interior (Moradas 7ª, 1, 3, p. 567).     

La escultura repite idénticas características a las ya citadas en la imagen de San Juan de la Cruz, con la santa con gesto ensimismado mientras le mira con gesto compasivo el dinámico y rollizo Niño, figura en la que Pedro de Sierra aplica los expresivos modelos de querubines por él creados que están presentes en las bases de sus vírgenes, en sus relieves y en sus retablos.  
         

Informe y fotografías: J. M. Travieso.





NOTAS

1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Escultura barroca castellana. Fundación Lázaro Galdiano, Madrid, 1958, p.362.

2 SAN JUAN DE LA CRUZ: Subida al Monte Carmelo. Alcalá, Viuda de Andrés Ezpeleta, 1618.














































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