1 de noviembre de 2017

Fastiginia: LAS TENERÍAS, un espacio para el antiguo trabajo de curtidores


Estampas y recuerdos de Valladolid



De los antiguos trabajos gremiales relacionados con el cuero solamente quedan en Valladolid algunas referencias toponímicas en los nombres del callejero, como calle de Zurradores, calle de Curtidores, calle de Gaudamacileros, calle de Guarnicioneros, corral de Boteros o plaza de las Tenerías, por poner unos ejemplos. De la actividad concreta nada de nada o, para ser más exactos, vagas reliquias. Sin embargo, fue una actividad fructífera dilatada en el tiempo, algo que encuentra su explicación en el privilegio que suponía la bonanza del caudal del Pisuerga, pues el agua era parte fundamental en el proceso de transformación de las manufacturas de pieles.

Antiguos oficios: Curtidor y zapateros
De todos los enclaves relacionados con este tipo de trabajo el que más resistió fue el de las tenerías, entendiendo como tales unas instalaciones enclavadas a la orilla del río en las que, a través de un complejo y laborioso proceso artesanal, las pieles de diferentes animales eran reconvertidas por los curtidores en cuero apto para numerosas aplicaciones, es decir, un negocio en toda regla.

Hoy queremos evocar a aquellos curtidores vallisoletanos cuyo sudor quedó diluido en las aguas del Pisuerga, aunque su dura actividad haya pervivido de forma tan vaga en el nomenclátor callejero. Este trabajo, como el de pellejeros, zurradores, etc., tuvo su origen en la Edad Media, cuando en los núcleos urbanos comenzaron a instalarse rudimentarios negocios basados en la transformación manufacturera de algunas materias primas, en este caso concreto relacionadas con el aprovechamiento de la piel de los animales destinados al consumo de carne, es decir, como un complemento a la labor de las carnicerías. Pero este proceso era arduo pues, como la carne, la piel es material orgánico inherente a la descomposición o putrefacción, consistiendo el trabajo de los curtidores en evitar que esto se produjera y en convertir el carácter efímero de los pellejos en un material perdurable y consistente, apto para numerosas aplicaciones realizadas por otros gremios de la ciudad.

Dicho esto, vamos a intentar adentrarnos en las tenerías vallisoletanas para conocer, tal vez valorar, el trabajo allí realizado. 
En primer lugar tenemos que desplazarnos al extrarradio de la ciudad, justamente hasta el lugar donde terminaba el Espolón Viejo, es decir, el dique situado donde el Pisuerga ya había salvado el casco urbano y donde además se producía la desembocadura del ramal sur del Esgueva. 

Sirva para situarnos el ilustrativo dibujo del Plan del Campo Grande realizado en 1787 por Diego Pérez Martínez, hijo del cronista Ventura Pérez, que se conserva en el Museo de Valladolid. En él es visible una hilada de sucesivas casas de las que parten rampas hasta el río. Son las tenerías, en cuya memoria, según informa Juan Agapito y Revilla, el Ayuntamiento decidió el 10 de abril de 1863 establecer en dos tramos la denominación de calle de Tenerías y calle de Curtidores, tal como aparecen en la actualidad.

Detalle del dibujo de Diego Pérez Martínez, 1787. Museo de Valladolid
Esta ubicación no era casual, sino que tiene su explicación. Los desagradables efluvios producidos por la manipulación de la piel proporcionada por los pellejeros hizo que, de manera generalizada, las tenerías se instalaran en lugares apartados de las zonas residenciales de las ciudades, extramuros y junto a riberas abundantes en agua que sirviera tanto como suministro a las instalaciones del proceso como para eliminar los desechos a través de vertidos al río.

Básicamente, el proceso del curtido o reconversión de los pellejos del ganado en cueros y badanas comenzaba con la clasificación de las pieles recibidas en las tenerías, dependiendo el tratamiento de cada tipo de su destino final. Recortadas y desechadas las partes no utilizables, pertenecientes a cabezas, rabos, patas, etc., los pellejos eran sometidos al remojo, operación que intentaba volver la piel a su estado natural mediante su inmersión en un alumbre a base de una solución de taninos de origen vegetal, como la corteza de zumaque. Estos reaccionaban con las proteínas de colágeno presentes en las pieles de los animales uniéndolas entre sí, de modo que aumentaba la resistencia de la piel al calor, a la putrefacción por agua y al ataque de insectos.

Noque de las Tenerías vallisoletanas, estado actual
Estas operaciones eran llevadas a cabo en los noques, pequeños pilones o estanques compartimentados, en ocasiones con forma de tinas, cuyo líquido había que renovar cada pocos días vertiéndolo al río, lo que producía un hedor insoportable que invadía todo el entorno y más allá. 

A continuación se procedía al descarnado, consistente en eliminar el máximo de sebos y carne adheridos al pellejo. Para ello la piel era colocada sobre un pelambre, un tronco convertido en un banco de madera en el que era eliminado manualmente el pelo con una caña o un raspador de hierro (a modo de navajas curvadas para depilar, afiladas como las guadañas) mediante la aplicación de cal viva. Esto también exigía agua abundante que igualmente revertía en el río.

El proceso culminaba con un baño en alumbre por el que los tintoreros conseguían el brillo y la vivacidad del cuero, siendo colgadas las pieles para su secado a la intemperie o colocadas sobre bastidores en los que eran tensadas para alisarlas antes de pasar a manos de guarnicioneros, marroquineros, zapateros, sastres, etc., que se ocupaban de las últimas fases de transformación de las piezas obtenidas.
Noque de piedra con dos compartimentos, Tenerías de Valladolid

De este tipo de manufacturas, aún vigentes con gran pureza en ciudades marroquíes como Fez o Marrakech, el único testigo conservado junto a la ribera del Pisuerga es un noque de dos compartimentos, con el pretil de piedra, a escasos metros del agua en el paseo ribereño junto a la plaza de Tenerías. Un interesante resto arqueológico que afortunadamente se ha preservado como testimonio de aquella actividad manufacturera desaparecida de la ciudad preindustrial, que en Castilla también conoció una gran actividad en Zamora, Ávila, Aranda de Duero y Miranda de Ebro (Burgos) o Cuéllar y Ayllón (Segovia), perviviendo en ocasiones, tras la revolución industrial, hasta el siglo XX.






Zona de las Tenerías con la desembocadura del ramal sur del Esgueva


















Antigua postal de la zona de las Tenerías junto al Pisuerga
















Zona de las Tenerías. Dibujo de Tomás Viforcos Aguilar, 1989  

















Localización de las antiguas Tenerías en la ciudad actual













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