10 de noviembre de 2017

Theatrum: MILAGRO EN EL REFECTORIO, un notable compendio temático de pintura barroca







MILAGRO EN EL REFECTORIO
Felipe Gil de Mena (Antigüedad, Palencia 1603 - Valladolid 1673)
Hacia 1644
Óleo sobre lienzo
Museo Nacional de Escultura
Procedente del convento de San Francisco, Valladolid
Pintura barroca española. Escuela de Valladolid







Valentín Carderera. Capilla de los linajes del convento de San Francisco
de Valladolid, lápiz y aguada,1836. Museo Lázaro Galdiano, Madrid

REMEMBRANZA DE UN ESPACIO DESAPARECIDO

Esta pintura de grandes dimensiones —3,90 m. de ancho x 2,73 m. de alto—, que actualmente se conserva en el Museo Nacional de Escultura y que aparece firmada, formaba parte de una amplia serie dedicada a la hagiografía del santo poverello de Asís que estuvo colocada en el claustro bajo del convento de San Francisco de Valladolid, extinguido y derribado en 1836. La obra es un indicio de la magnificencia que debían presentar, en cuanto a dotación artística, los espacios de aquel convento franciscano cuya fachada principal se abría a la Plaza Mayor vallisoletana, hecho que podemos reafirmar si tenemos en cuenta la descripción detallada de algunas capillas del mismo realizada por Valentín Carderera1 durante sus viajes a Valladolid, tras la Desamortización, con el fin de seleccionar pinturas de conventos e iglesias clausuradas para ser destinadas al proyectado Museo Nacional de Madrid.

Durante esos viajes, Valentín Carderera selecciona esta pintura de la que anota: "En un capítulo que celebró San Francisco de su orden, en compañía de Santo Domingo, faltando la comida bajaron ángeles a traerla. Así principia la leyenda en un cartel del cuadro. Está firmado por Felipe Gil, en tela de unas 4 varas de ancho por tres de alto". Pero no sólo eso, pues Carderera en su impagable testimonio también selecciona otras pinturas del mismo convento, como otro cuadro compañero que representaba el Bautismo de San Francisco, anotando que en la escena aparecía un ángel con vestuario de peregrino que asistió a su nacimiento y que se ofreció para ser su padrino. Otro cuadro de grandes dimensiones —tres varas y media de ancho— representaba la escena de El papa Inocencio confirmando la Regla de San Francisco, atribuido a fray Diego Frutos, que se acompañaba de otro de idénticas dimensiones con La muerte de San Francisco, así como otra pintura firmada por fray Diego Frutos con un Capítulo penitencial en Roma de la Orden Seráfica.
    
Podemos acercarnos someramente a la forma de estar colgadas estas pinturas a través del dibujo a lápiz y aguada que realizara el propio Valentín Carderera en 1836 representando la Capilla de los linajes del convento de San Francisco de Valladolid (original en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid), en cuyo fondo de la espaciosa capilla se observa parte del claustro bajo y la serie de pinturas colgadas en sus muros.

Juan van der Hamen. Bodegón con alcachofas, flores y recipientes
de vídrio, 1627. Museo del Prado, Madrid (Foto Museo del Prado)
Ello viene a ratificar la información sobre el convento de San Francisco aportada por fray Matías de Sobremonte en 1660 en su manuscrito Noticias Chronographicas y Topographicas del Real y religiosísimo convento de los Frailes Menores Observantes de San Francisco de Valladolid (Biblioteca Nacional de España), que describe las bóvedas del claustro mayor pintadas, el pavimento con enchinarrados y los muros revestidos de un zócalo de azulejos y decorados con pinturas sobre lienzo que narraban episodios de la vida de San Francisco, colocadas "entre las pilastras de los hijos y prelados de este convento que ocupan las lunetas y de los santos de la Orden que adornan las esquinas y lunetas de los ángulos". Esta decoración fue impulsada por fray Alonso de Prado y llevada a cabo bajo los mandatos de fray Juan de Salcedo (1638-1640) y fray Francisco de Borja (1647-1648), siendo Felipe Gil de Mena el autor de treinta y tres pinturas destinadas al claustro mayor que incluían los lienzos dedicados a la vida del fundador y los prelados y santos franciscanos representados en los lunetos y ángulos del claustro.

Estas pinturas no pasaron desapercibidas a los viajeros del siglo XVIII2. El académico Antonio Ponz (1725-1792), en el tomo XI de su Viage de España, fijaba sus ojos en estas pinturas del convento de San Francisco, destacando por su calidad la escena del Milagro de San Francisco, un "convite con muchos sentados a la mesa y varias figuras en pie". Asimismo, el historiador Isidoro Bosarte (1747-1807) en el tomo primero de su Viaje artístico a varios pueblos de España, reparaba en esta pintura y en su firma: "Felipe Gil faciebat 1644".           

Felipe Gil de Mena. Detalle del "Milagro en el refectorio"
FELIPE GIL DE MENA

Las primeras noticias sobre Felipe Gil de Mena fueron escritas por Antonio Palomino antes de 1724 y publicadas en su obra Museo Pictórico y Escala Óptica, en cuyo capítulo 144 se refiere a Felipe Gil, pintor. En la resumida biografía le presenta como un excelente pintor vallisoletano que fue aprendiz en la escuela del madrileño Juan van der Hamen. También cita sus trabajos en el Colegio de Niñas Huérfanas y en el claustro del convento de San Francisco de Valladolid, a las que añade las del claustro del convento de San Francisco de Segovia y de Medina de Rioseco. Asimismo, alude en tono genérico a las pinturas realizadas para retablos y casas particulares de Valladolid, Zamora, Tordesillas, Peñafiel, Cuéllar y otros lugares, así como la pintura de un Auto General para la Santa Inquisición, resaltando su faceta de retratista y de poseer un prestigioso estudio en Valladolid con abundantes dibujos, modelos y objetos relacionados con su oficio.    

Sobre la escueta biografía hoy se pueden hacer algunas precisiones aportadas por Jesús Urrea. Ahora sabemos que nació en 1603 en la población de Antigüedad, enclavada en el Cerrato palentino y que hacia 1620 iniciaba su aprendizaje en Valladolid teniendo como maestro a Diego Valentín Díaz (cuya biografía inexplicablemente no recoge Palomino), del que fue oficial asalariado entre 1623 y 1626 y con el que mantuvo una estrecha amistad3.
En Valladolid, desde 1628 hasta 1652, estuvo ocupando una casa alquilada a su maestro en las proximidades de la iglesia de la Antigua, por lo que sus contactos con el gran bodegonista Juan van der Hamen (1596-1631), en el caso de ser ciertos, lo serían por un tiempo breve antes de la muerte del aquel maestro especializado en bodegones y floreros, aunque es más probable que conociera su obra por los cuadros que poseía en su taller vallisoletano Diego Valentín Díaz4, también autor de pintura de flores.
 
Felipe Gil de Mena. Detalle del "Milagro en el refectorio"
En 1640 contrajo matrimonio con doña Ana de Muga, con la que tuvo cinco hijos de los cuales dos, Felipe y Manuel, seguirían el oficio paterno. Desde 1651, recuperado de una grave enfermedad, Felipe Gil de Mena, que era miembro de la cofradía de pintores de San Lucas de Valladolid, desarrollaría una gran actividad con la ayuda de los numerosos oficiales y aprendices de su taller, llegando a colocarse a la cabeza de los pintores vallisoletanos del momento tras la muerte de Diego Valentín Díaz en 1660, cuya residencia, situada frente a la iglesia de San Lorenzo, llegó a comprar por 10.000 reales, incluyendo la colección de estampas, modelos y útiles que poseyera su maestro5.

En su última etapa Felipe Gil de Mena estuvo ocupado en realizar pinturas para retablos, solicitadas desde diversas poblaciones vallisoletanas y palentinas, hasta que se produjo su muerte en Valladolid el 17 de enero de 1673.


LA PINTURA DEL MILAGRO EN EL REFECTORIO DURANTE EL ENCUENTRO EN ROMA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS Y SANTO DOMINGO DE GUZMÁN
  
Esta pintura puede datarse en la década 1635-1645, después de independizarse de su maestro Diego Valentín Díaz, que junto a los pintores Blas de Cervera, Jacinto Rodríguez y el propio Felipe Gil de Mena participó en la decoración del claustro del convento de San Francisco, donde fue colocado un amplio programa iconográfico dedicado al santo de Asís.

Felipe Gil de Mena. Detalle del "Milagro en el refectorio"
Las obras realizadas por Felipe Gil de Mena para el mismo —algunas conservadas en los almacenes del Museo Nacional de Escultura en preocupante estado de conservación— son de calidad desigual por la intervención de los ayudantes del taller. Entre ellas se encuentran San Francisco niño repartiendo limosna (Museo de Valladolid), que aparece firmada al igual que la Entrada triunfal de San Francisco de Asís, donde el santo, sobre un asno, es acompañado por un grupo de frailes y recibido por personajes populares. Otros presentan las escenas de San Francisco reconfortado por un ángel y La muerte de San Francisco, obra firmada, de notable calidad, que cierra la serie con la figura yacente del santo rodeada de frailes franciscanos y una gloria abierta en la parte superior.

También en el Museo Nacional de Escultura se conservan casi todas las pinturas con retratos de franciscanos que estuvieron colocadas en los lunetos del claustro con diferentes formatos, entre ellas Los 40 mártires de Inglaterra, fray Alonso de Argüello, fray Jerónimo de Olivares y fray Mateo de Burgos, los cuatro con una altura ligeramente superior al resto, figurando entre la serie de retratos el de fray Antonio de Guevara, fray Juan de Zumárraga, fray Juan de Pineda, fray Francisco de Vera y fray Francisco de Rivas, todos ellos con evidente participación del taller6.

Entre toda la producción destinada al convento franciscano destaca la pintura firmada del Milagro en el refectorio, que, debido a su temática y dimensiones, bien pudo presidir el refectorio del convento. La obra, de notable calidad, puede considerarse tanto como un compendio de la pintura barroca del momento, como una síntesis del personal estilo desplegado por Felipe Gil de Mena en su taller vallisoletano.

Bernardino Passeri. San Benito en el refectorio
acompañado de sus frailes, grabado, 1579
Vita et miracula sanctissimi patris benedicti
La escena narra un milagro producido durante el encuentro de San Francisco de Asís y Santo Domingo de Guzmán en Roma, donde ambos concurrieron, seguramente en 1215, para participar en el Concilio de Letrán. En tal ocasión estrecharon su amistad y acordaron las directrices que salvaran las diferencias entre sus respectivas órdenes. Siendo invitado el fundador dominico al refectorio franciscano y faltando la comida suficiente, una oración de San Francisco fue atendida y los ángeles suplieron la penuria.  El momento queda aclarado en la cartela que subtitula la escena, en la que aparece la leyenda: "En un capítulo que celebro San Francisco de su ordé[n] / se hallo presente Sancto Domingo, y faltando la comida / hicieron oracion los dos Sanctos y luego vajaron vein- /te angeles que trajeron[...] messas/ Diole la Cofradía del Sant[...]".

La representación no puede ser más explícita, pues ocupando la mesa del refectorio franciscano aparecen una docena de frailes franciscanos, uno de ellos dirigiendo la lectura desde el púlpito y San Francisco en el centro, a cuyo lado se sientan como invitados Santo Domingo y un fraile dominico acompañante. Deambulando por delante de la mesa, seis ángeles irrumpen milagrosamente en la estancia portando y repartiendo abundantes alimentos como respuesta a la oración de San Francisco para paliar la carencia debida a su pobreza.

Este episodio responde al afán de algunos hagiógrafos del santo por establecer un paralelismo entre su vida y la de Cristo a través de resaltar los estigmas compartidos, el tener numerosos discípulos y seguidores, la incorruptibilidad del cuerpo y la facultad de obrar milagros, en este caso con evidentes concomitancias a la multiplicación de los panes y los peces. Este paralelismo queda reforzado con la colocación del santo en el eje central de una composición ajustada a una rígida simetría y justamente debajo de la pintura de Cristo crucificado que preside el refectorio, situando seis personajes a cada lado del santo, una disposición que recuerda las tradicionales composiciones de la Última Cena que solían presidir los refectorios monacales.

Zurbarán. San Hugo en el refectorio de los Cartujos, h. 1635
Museo de Bellas Artes, Sevilla
En el cuadro afloran con nitidez las características del estilo de Felipe Gil de Mena, como la búsqueda de un naturalismo propia de la pintura española del primer tercio del siglo XVII, apreciable en el tratamiento de las telas, en la representación de animales, en este caso tres gatos atentos a las migajas, y en el trabajo individualizado de las cabezas, que adquieren el sentido de verdaderos retratos. Otro elemento es la experimentación lumínica, apreciable en el contraste entre la semipenumbra en que se encuentra la bancada y la luz sobrenatural que baña los ángeles en primer plano, siempre procurando una volumetría escultórica y con los rostros repitiendo rasgos que hacen reconocible su estilo.

Esta pintura también denota la obsesión del pintor por buscar inspiración en grabados y estampas para sus composiciones, lo que produce cierta coacción a su creatividad. En este caso la composición se puede relacionar con un grabado de San Benito en el refectorio acompañado de su frailes realizado por el romano Bernardino Passeri y publicado en el libro Vita et miracula sanctissimi patris benedicti (Roma, 1579), así como con una ilustración florentina de 1550 de la novela Gualterio y Griselda, que Benito Navarrete Prieto relaciona con la pintura San Hugo en el refectorio de los Cartujos, realizada por Zurbarán para la cartuja de las Cuevas hacia 1635, actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla7.

Crispin de Passe. Serie de grabados "Angelorum Icones", h. 1575, Biblioteca Nacional de España, Madrid
Asimismo, el repertorio de ángeles que portan alimentos parecen inspirarse en la serie de grabados Angelorum Icones que realizara el grabador neerlandés Crispin de Passe (1560-1642), actualmente conservados en la Biblioteca Nacional de Madrid. A partir de estos modelos, Felipe Gil de Mena los coloca de forma simétrica y por parejas deambulando por el espacio central como protagonistas del milagro, dos de ellos repartiendo panes y otros dos portando cestos con racimos de uvas —simbología eucarística—, junto a otros que en primer plano muestran bandejas con pescado (izquierda) y carne asada (derecha), a los que se  suman los querubines que revolotean sujetando guirnaldas en lo alto, un arquetipo barrigudo muy utilizado por el pintor, consiguiendo fundir con naturalidad lo prodigioso y lo cotidiano.

Felipe Gil de Mena. Detalle de floreros, 1660
Retablo fingido de la sacristía de la iglesia de San Miguel, Valladolid
Es precisamente en los elementos domésticos de atrezo donde Felipe Gil de Mena demuestra sus grandes dotes para el bodegón y la naturaleza muerta de tipo naturalista, con múltiples ejemplos en la pintura del Milagro en el refectorio que así lo demuestran, como las bandejas y cestas que portan los ángeles, el mantel blanco desdoblado y recién sacado del arca, las ordenadas servilletas, la vajilla diseminada por la mesa —decorada con motivos azules y ocres al modo de Talavera— que incluye jarras con el anagrama de Jesús, aceiteras y vinagreras señaladas con la inicial, así como cuchillos, cucharas de madera, grandes cántaros barnizados de uso común en Castilla, el libro sobre un atril del púlpito y las vidrieras emplomadas de los ventanales, elementos que contribuyen a acentuar la verosimilitud y el fingimiento de la escena, lo que trae a la memoria los jarrones con flores del retablo fingido que Felipe Gil de Mena pintara hacia 1660 para la sacristía de la antigua iglesia de San Ignacio de Valladolid, actualmente parroquia de San Miguel.
Por abordar la temática de la vida monástica de una forma tan detallada en sus pinturas —como ocurre en este caso—, se explica que algunos autores le denominen el "Zurbarán castellano".             
           
Felipe Gil de Mena. Calvario con ánimas del Purgatorio
y santos, 1643. Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Informe: J. M. Travieso.
Fotografías del cuadro: Museo Nacional de Escultura.

NOTAS

1 CARDERERA Y SOLANO, Valentín: Viajes artísticos por Castilla y León. Dibujos de la Colección Carderera en el Museo Lázaro Galdiano. Estudio y notas de Itziar Arana Cobos y Rocío Calvo Martín. Prólogo y edición de Juan Antonio Yepes Andrés. Domus Pucelae y Museo Lázaro Galdiano, Madrid, 2016, pp. 291-295.  

2 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Pintura del Museo Nacional de Escultura. Siglos XV al XVIII. San Francisco y Santo Domingo en el refectorio. Madrid, 2001, pp. 149-150.

3 URREA FERNÁNDEZ, Jesús y VALDIVIESO, Enrique: Pintura barroca vallisoletana. Universidad de Valladolid y Universidad de Sevilla, Sevilla, 2017, p.272.

4 Ibíd., p. 274.

5 Ibíd., p. 275.

6 Ibíd., p. 286.

7 URREA FERNÁNDEZ, Jesús: Pintura del Museo Nacional de Escultura..., Op. cit. p. 151.

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