13 de abril de 2018

Theatrum: SEPULCROS DE LOS CALDERÓN, testimonio de una malograda ambición






SEPULCROS DE
DON FRANCISCO CALDERÓN Y DOÑA MARÍA DE ARANDA Y SANDELÍN
Y DON RODRIGO CALDERÓN Y DOÑA INÉS DE VARGAS
Taddeo Carlone (Rovio, Suiza, 1543-Génova 1615)
Hacia 1610
Mármol
Iglesia del convento de Portacoeli, Valladolid
Escultura barroca. Escuela genovesa








Sepulcro de don Rodrigo Calderón y doña Inés de Vargas, 1610
El céntrico convento de Portacoeli en Valladolid se conoce popularmente como convento de las "calderonas", puesto que el linaje de los Calderón fue el que adquirió el patronato del mismo para establecer en su iglesia el panteón familiar. Ese es el motivo por el que a los lados del crucero aparecen los flamantes sepulcros de don Francisco Calderón, acompañado de su esposa doña María de Aranda, y de don Rodrigo Calderón junto a doña Inés de Vargas, protagonistas de una larga historia de la que es necesario recordar algunos acontecimientos.

Don Francisco Calderón, de origen vallisoletano y capitán de los Tercios de Flandes en tiempos de Felipe II, contrajo matrimonio con doña María de Aranda y Sandelín, fruto del cual nacía en 1578 en Amberes don Rodrigo Calderón. Tras la muerte de su esposa, don Francisco regresó a Valladolid acompañado de su hijo, que en 1591 cursaba estudios de Gramática en la Universidad. Merced a las influencias paternas, el joven Rodrigo se traslada a Madrid para trabajar como paje al servicio de don Francisco Gómez de Sandoval y Rojas, marqués de Denia, donde debido a su inteligencia y formación consigue su afecto y confianza, llegando a obtener el título de ayuda de cámara del Rey tras ejercer como espía en lo que era la pequeña corte del de Lerma.

Tras el fallecimiento de Felipe II en 1598 y la subida al trono de Felipe III, don Francisco Gómez de Sandoval pasó a ocupar el puesto de primer ministro, siendo nombrado en 1599 duque de Lerma, momento en que, debido a la abúlica personalidad del monarca y a la extraordinaria ambición del duque, se convirtió en el personaje más poderoso e influyente del reino. Es entonces cuando, gozando de toda la confianza del duque de Lerma, don Rodrigo Calderón emprende una carrera meteórica, participando como ministro en la política llena de desaciertos y excesos llevada a cabo por el duque de Lerma. Don Rodrigo, hombre activo y petulante, llega a ocupar el cargo de privado y a ser ascendido a Secretario de Cámara del Rey, recibiendo los títulos de Caballero de Santiago, Grande de España y marqués de Siete Iglesias, a los que añade los nombramientos de comendador de Ocaña, capitán de la Guardia Alemana —Guardia Tudesca—, contino de la Casa de Aragón, embajador extraordinario en los Países Bajos y registrador de la Chancillería, junto a los de archivero mayor, correo mayor y alcaide de la cárcel real de Valladolid.   

En 1601, destaca como organizador de festejos cuando la Corte se instala en Valladolid debido a los intereses personales del duque de Lerma, que junto a don Rodrigo compartían una ambición y falta de escrúpulos que les permitió reunir una inmensa fortuna, no siempre conseguida por métodos lícitos, desplegando ambos en la ciudad su actividad de mecenas para convertir sus residencias y fundaciones en representativos centros cortesanos y reflejo de su inmenso poder.

En ese momento don Rodrigo Calderón ya había conseguido una privilegiada situación económica y estaba casado con la acaudalada doña Inés de Vargas, poseedora de su hacienda en la Oliva, cerca de Plasencia1. Su privilegiada economía le permitió comprar en 1605 la desaparecida Casa de las Aldabas de Valladolid —palacio situado en la actual calle de Teresa Gil en el que en 1425 había nacido el rey Enrique IV— a doña Mariana de Paz Cortés, viuda de don Juan Bautista Gallo, regidor de Valladolid y depositario de la Chancillería, en ese momento agobiada por las deudas. Don Rodrigo no sólo acometió la reforma del palacio, llevada a cabo por el arquitecto Diego de Praves, sino que también dotó al edificio de un elegante patio, suntuosos salones y numerosos objetos suntuarios, manteniendo el "derecho de asilo" que proclamaban las aldabas en la fachada. Paralelamente, don Rodrigo Calderón compraba otro palacio en la calle del Reloj (hoy de San Bernardo) de Madrid2, al que igualmente dotó de pinturas, alfombras, tapices, bufetes, vajillas, adornos de plata y todo tipo de objetos de lujo.

Pero no sólo eso, pues con el deseo de establecer el panteón familiar, don Rodrigo Calderón adquirió en Valladolid el patronato de la iglesia situada junto a su palacio, perteneciente al convento de monjas franciscanas de Nuestra Señora de Portacoeli, recién fundado en 1601 por la ya citada doña Mariana de Paz Cortes, al que cedió parte de su residencia para levantar dicha iglesia, obra igualmente realizada por Diego de Praves —algunos autores la consideran obra de Francisco de Mora—, disponiendo de los testeros del crucero para colocar los proyectados enterramientos familiares, como titular de un patronato perpetuo, y cambiando la fundación franciscana por otra de monjas dominicas, tras obtener del papa Paulo V dos breves pontificios en 1608 y 1609, homologándose de esta manera —patronazgo y orden dominica— con lo establecido por el duque de Lerma en la vallisoletana iglesia de San Pablo.

Y al igual que ocurriera con su residencia, don Rodrigo Calderón comenzó a gestionar con grandes pretensiones la dotación de la iglesia, en cuya capilla mayor mandó abrir dos balcones o tribunas para su uso personal y el de su familia. Admirador del arte italiano, en 1611 encomendaba una serie de pinturas al pintor romano Orazio Borgiani (1575-1616), sirviéndose como intermediario de don Francisco de Castro, duque de Taurisano, que en ese momento ejercía como embajador español en Roma y que posiblemente recomendó a don Rodrigo este pintor, al que admiraba. Al mismo tiempo, hacía llegar desde Génova —vía Cartagena— y desde las canteras portuguesas de Estremoz ricos mármoles para el revestimiento del retablo mayor, obra que corrió a cargo milanés Andrea Rapa, enviado desde Génova por el duque de Tursi para realizar la labra (es autor de la magnífica custodia del retablo), y del ensamblador vallisoletano Juan de Muniátegui, que intervino realizando la traza entre 1611 y 1612.

Para la suntuosa iglesia, de estética netamente italiana, que cuenta con una cripta que nunca llegaría a cumplir el cometido de albergar el cuerpo de don Rodrigo, don Carlos Doria, duque de Tursi, Capitán General de la Escuadra de las Galeras de Génova, enviaba como regalo las estatuas orantes de don Francisco Calderón y de su hijo don Rodrigo Calderón, acompañadas de las de sus esposas. El gesto de realizar un agasajo a un destacado gobernante español de don Carlos Doria (1576-1650), nieto Andrea Doria, célebre almirante genovés y hombre de estado en tiempos del emperador Carlos, responde a la alianza de esta familia genovesa con la corona española para la defensa de los intereses en el Mediterráneo y frente a otras monarquías europeas desde el reinado de Carlos V al de Felipe IV.

A finales de 1594, don Carlos Doria llegaba a Madrid para tratar sobre el asiento de las galeras y confirmar los privilegios concedidos a la familia. Para ello, se puso bajo el consejo de Juan de Idiáquez, embajador en Génova y consejero de Felipe II, que desde 1575 mantenía una sólida amistad con su padre, Giovanni Andrea Doria. Muestra del peso de esta familia en la corte española es la concesión de Felipe II a Carlos Doria del título de duque de Tursi y el de poner bajo su mando a dos mil españoles en Cerdeña3.

Sepulcro de don Francisco Calderón y doña María de Aranda, 1610
Además, la familia de los Doria fortaleció la relación genovesa-española con el matrimonio del heredero de los duques de Gandía, Francisco Diego Pascual, con su prima Artemisa María Doria, hija del príncipe de Melfi. Por otra parte, Carlos Doria tendría un papel destacado durante el proceso de expulsión de España de los moriscos, decretado por Felipe III en 1609, especialmente, por decisión del duque de Lerma, en el embarque de los moriscos valencianos en el puerto de Denia4, los primeros en abandonar el país.

El gusto refinado de don Carlos Doria en Génova, compartido por don Rodrigo Calderón en España, se refleja en la serie de suntuosos regalos intercambiados mutuamente. Están documentados los que llegaban a las casas de Valladolid y Madrid a través de los puertos de Barcelona y Cartagena, entre ellos marcos de puertas y chimeneas de mármol para la Casa de las Aldabas y los sepulcros de la iglesia de Portacoeli.

LOS SEPULCROS DE LOS CALDERÓN EN PORTACOELI       
    
A través del puerto de Cartagena, llegaron a Valladolid desde Génova, en uno de cuyos talleres los bultos funerarios fueron elaborados en 1610, once años antes de la muerte de don Rodrigo Calderón. En este sentido, hay que considerar que entre la nobleza era frecuente el realizar las estatuas sepulcrales antes de la muerte de los personajes, a los que los escultores solían representar con aspecto idealizado y luciendo sus mejores galas, ya que el objetivo era transmitir una imagen de inmortalidad.

Por su elaboración se pagaron 38.500 reales y por los portes desde Cartagena a Valladolid otros 5.559, llegando acompañados del maestro milanés Andrea Rapa, maestro especialista en mármoles que permaneció en Valladolid asentando el retablo mayor de la iglesia y los sepulcros durante siete años.

Los sepulcros se disponen en nichos abiertos en los testeros de los brazos del crucero, apareciendo los de don Francisco Calderón y doña María de Aranda y Sandelín, su segunda esposa (madre de don Rodrigo), en el lado del evangelio y los de su hijo don Rodrigo Calderón y su esposa doña Inés de Vargas en el lado de la epístola. 
Dispuestos enfrentados, ambos se cobijan bajo una embocadura pintada, de corte clasicista, que simula un templete en forma de arco de triunfo, con el nicho rematado con un arco de medio punto, pilastras a los lados, un friso de remate y un coronamiento en forma de frontón entrecortado que alberga en su interior el emblema familiar, así como bolas a los lados, todo ello mediante el fingimiento pintado de elementos arquitectónicos labrados en jaspe y fondos con los característicos veteados del mármol blanco de Estremoz.
 Ambos cenotafios de disponen de igual manera, con las efigies de rodillas en actitud orante —habitual desde el siglo XVI— y la mirada dirigida al altar mayor, ocupando las mujeres el lugar más avanzado y, entre las dos figuras, un yelmo reposando en el suelo que las separa. Cada uno de los volúmenes aparecen trabajados en mármol con una finura excepcional y labrados en un solo bloque. Tanto las figuras masculinas como las femeninas se apoyan sobre altos cojines con borlones y repiten una indumentaria que corresponde a la moda cortesana del momento.
 Don Francisco y don Rodrigo Calderón lucen un coselete de gala (media armadura que se comenzó a utilizar en los tercios de Flandes), compuesto por un peto (decorado con la Cruz de Santiago en el caso de don Rodrigo), guardabrazos (hombreras), brazales (antebrazo) y escarcelas (faldar sujeto por correas del peto), partes a las que se suman las celadas con penachos colocadas junto a ellos. Todos estos elementos aparecen trabajados minuciosamente y decorados con franjas en relieve en las que se alternan formas vegetales que le proporcionan un aspecto de trabajo en filigrana. Se completa su indumentaria con virtuosas gorgueras y puños de lechuguilla (de uso común en la época), abultados gregüescos (dos grandes bullones acuchillados), calzas y capa sobre los hombros, quedando resaltada su dignidad de mando con la espada que portan a la cintura.

Sala Capitular del convento de Ntra. Sra. de Portacoeli, Valladolid
Tras la celosía se conserva el cuerpo de don Rodrigo Calderón
El mismo tipo de indumentaria también es compartido por las efigies femeninas de doña María de Aranda y Sandelín y doña Inés de Vargas, madre y esposa de don Rodrigo Calderón respectivamente. Los atuendos responden a la moda femenina del momento que distinguía a la mujer noble como referencia social, caracterizados por una protección extrema del cuerpo. Ambas lucen una saya entera —típicamente española— con aspecto rígido y acampanado, símbolo de nobleza, que ocultan un corpiño y verdugado interior. Esta se decora con cintas que caen desde los hombros formando un pico por delante (en forma de "V") rematado por lazos, con hileras de botonaduras en el frente y los antebrazos, y manguillas que cubren los brazos labradas en el mármol en forma de finas láminas, al igual que la gorguera y los puños de lechuguilla, que repiten el modelo de sus esposos, aunque en las mujeres esto obligaba a peinados recogidos y dirigidos hacia atrás, completando su atuendo con sofisticados tocados.

Respecto al tratamiento de los rostros, como pretendidos retratos, los cuatro aparecen sumamente idealizados y con rasgos muy similares, aunque el semblante de don Rodrigo se ajusta con fidelidad al retrato ecuestre que se hiciera pintar por Rubens en 1612 (The Royal Collection, Londres).

Taddeo Carlone. Sepulcro de Álvaro de Idiáquez y Gracia de Olaozábal
Museo de San Telmo, San Sebastián
La autoría de estos sepulcros, que se encuentran entre lo más destacado de la escultura funeraria en la España del siglo XVII, se atribuye Taddeo Carlone, arquitecto, escultor y pintor que trabajó al servicio del príncipe Giovanni Andrea Doria, muy conocido en Génova por la decoración del palacio Doria-Tursi, el más suntuoso de la ciudad, sede de la Comune y declarado en 2006 Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. De Taddeo Carlone también se conserva en España el sepulcro de don Álvaro de Idiáquez y doña Gracia de Olazábal, fundadores en 1516 del convento de dominicos de San Telmo de San Sebastián (Museo de San Telmo, San Sebastián).


TADDEO CARLONE (1543-1615)

Taddeo Carlone pertenece a una saga de artistas escultores5. Era hijo de Giovanni Carlone y hermano del escultor Giusseppe Carlone. Casado con Geronima Serra, fue padre de los pintores Giovanni Andrea y Giovanni Battista di Tadeo y del escultor Bernardo Carlone.
Nació en 1543 en Rovio (Mendrisio), cerca del lago de Lugano, realizando su primer aprendizaje junto a su padre. A mediados del siglo XVI, se trasladó a Roma para completar su formación, estableciéndose hacia 1570 en Génova. Allí aparece trabajando en 1571, junto a su padre, en la decoración escultórica de puertas y balaustradas. Ese año también realizaba esculturas para Pasquale Spinola.

Taddeo Carlone. Moisés haciendo brotar agua de una roca, 1600
Museo Diocesano, Génova
Entre 1574 y su muerte, producida en Génova el 25 de marzo de 1615, realizaría una prolífica producción en el ámbito genovés que revela la asimilación del manierismo romano, con una especial habilidad para realizar mascarones y relieves ornamentales aplicados a la arquitectura, crear galerías de personajes, conjuntos funerarios, un amplio santoral y recubrimientos murales en mármol.

Taddeo Carlone fue autor de una pródiga serie de escultura religiosa de santos en mármol. En 1583 realizaba cuatro estatuas para la iglesia de San Pedro en Banchi y otras encargadas por Lorenzo Invrea para la iglesia de San Siro de Génova. Obras suyas aparecen en la capilla de San Sebastián de la catedral de San Lorenzo (1594) de Génova, en la capilla Odone de la iglesia de Santa María del Castillo (1603) de Génova, en el santuario de Santa Lucía de Toirano (1603), en las iglesias de San Esteban (1605) y San Nicolás de Tolentino (1608) de Génova, y en la fachada del santuario de Nuestra Señora de la Merced (1609-1610) de Savona.

Como especialista en decoración y recubrimientos de mármol, en Génova destacan sus trabajos en la capilla de la Inmaculada de la iglesia de San Pedro in Banchi (1581), en la capilla del Crucifijo de la iglesia de Santa María de las Viñas (1587), en distintas capillas de la iglesia de Santa María del Castillo (1592-1593), en la iglesia de Santa María de las Gracias (1592) de Génova-Voltri, donde se conserva el tabernáculo de mármol, y en la capilla de la Piedad de la iglesia de San Siro (1595) de Génova. En 1606 comenzaba a levantar la fachada de la iglesia de Nuestra Señora de la Merced de Savona.

Taddeo Carlone. Fuente de Neptuno, 1599-1601
Villa del Príncipe, Fassolo
Obras de decoración arquitectónica realizada por Taddeo Carlone en Génova son los bajorrelieves en mármol (1580) de la Loggia de la Borsa de la plaza Banchi (Sottoripa), la portada (1580) del Palacio Antonio Doria, la portada con dos telamones del Palacio Lercari-Parodi (1581), las arcadas, balaustradas y mascarones (1596-1598) del Palacio Doria-Tursi  y las máscaras del Palacio Sinibaldo Fieschi.

Asimismo, realizó en mármol diversas fuentes, como la Fuente con sirena (1578) de la plaza Soziglia de Génova y algunas fuentes realizadas en 1585 para el Palacio Doria de Loano y para la Villa del Príncipe o Palacio de Andrea Doria de Fassolo, en cuyos jardines se encuentra una de sus obras más conocidas: la Fuente de Neptuno (1599-1601).

Taddeo Carlone también fue autor de retratos en mármol, como los bustos de Francesco Lercari y su esposa (1581) del Palacio Lercari-Parodi, la estatua de Vincenzo Odone (1590) del Ospedale degli Incurabili, las estatuas de Giuliano di Negro y Manfredo Centurione (1600-1602) del Palacio San Giorgio y la estatua de Giovanni Andrea Doria (1600) para la escalera del Palacio Ducal de Génova, donde se conservan algunos fragmentos.

Taddeo Carlone. Restos de la estatua de Giovanni Andrea Doria, 1600
Palacio Ducal, Génova
A estos se suman los trabajos funerarios, entre los que se encuentran los sepulcros de Ceva Doria (1574)  y Giovanni Battista Doria (1577), ambos en la iglesia de Santa María della Cella, en el barrio genovés de Sampierdarena; el sepulcro de don Alonso de Idiáquez, Secretario de Estado de Carlos V, y de su esposa doña Gracia de Olazábal (1577), conservados en el Museo de San Telmo de San Sebastián; y los sepulcros de Francisco Calderón y María de Aranda y Rodrigo Calderón e Inés de Vargas (1610) de la iglesia del convento de Portacoeli de Valladolid.


ADENDA 

Respecto al destino de don Rodrigo Calderón, a partir de la fundación del convento de Portacoeli su rumbo discurrió por derroteros bien distintos, pues acabaría pagando sus desmanes y los del duque de Lerma que, mucho más hábil, consiguió salvarse de la quema.

Taddeo Carlone. Traslado del cuerpo de Santa Catalina al monte Sinaí
Iglesia de San Bartolomeo degli Armeni, Génova
Todo comenzó con la desconfianza de la reina Margarita de Austria ante la usurpación de funciones del duque de Lerma y los tejemanejes de don Rodrigo Calderón. La reina, influenciada por sus más allegados consejeros, como el fraile franciscano Juan de Santa María, el dominico aragonés padre Aliaga, confesor del rey, y Mariana de San José, priora de la Encarnación, favoreció una investigación sobre el entramado de corrupción, con casos de cohecho, con la figura de don Rodrigo en el ojo del huracán. Todo se precipitó tras la muerte de la reina Margarita en octubre de 1611 a consecuencia de un parto, suceso en el que los adversarios de don Rodrigo Calderón difundieron el rumor de haberse producido a consecuencia de un envenenamiento urdido por éste.

En este ambiente enrarecido, aunque conservó la confianza del duque de Lerma, don Rodrigo fue cesado en 1612 como secretario real y, como retiro honorable, enviado a una misión especial como embajador en Flandes, por la que fue premiado a su regreso en 1614 con el título de marqués de Siete Iglesias. Pero el 1618, una conspiración cortesana alentada por Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares, el padre Aliaga y el Duque de Uceda, hijo del Duque de Lerma, que deseaba y conseguiría sustituir a su padre en el poder, consiguió apartar del pode al duque de Lerma, que abandonó la Corte y la política, consiguiendo del papa Paulo V en marzo de aquel año, como medio de inmunidad jurídica, el capelo cardenalicio. A partir de ese momento, el objetivo de los nobles conspiradores fue don Rodrigo Calderón, que acusado de asesinato, brujería, fraude, cohecho y malversación de finanzas públicas fue detenido en Valladolid y conducido a Madrid.

Retablo mayor de la iglesia de Ntra. Sra. de Portacoeli, Valladolid
En la Corte madrileña, tras un turbulento proceso, fue condenado a muerte y a ser confiscados todos sus bienes, sentencia que fue cumplida el 21 de octubre de 1621 en el patíbulo levantado en la Plaza Mayor de Madrid, donde a las doce del mediodía fue degollado por el verdugo. Pasados más de dos años, su esposa doña Inés de Vargas, que había logrado recuperar el título para sus hijos, el palacio de la Casa de las Aldabas y el patronato del convento de Portacoeli de Valladolid, consiguió trasladar sus restos a la iglesia del convento vallisoletano, donde todavía se conservan momificados, en el mismo ataúd que llegó desde Madrid, en un nicho abierto en la Sala Capitular del convento.        


Informe y fotografías: J. M. Travieso.




Andrea Rapa. Custodia del retablo de Ntra. Sra. de Portacoeli, Valladolid
NOTAS

1 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José: Bienes artísticos de Don Rodrigo Calderón. Boletín del Seminario de Arte y Arqueología (BSAA) nº 54, Universidad de Valladolid, Valladolid, 1988, p. 269.

2 Ibídem. p. 269.

3 PIZARRO LLORENTE, Henar: Bisnieto de un santo. Carlos Francisco de Borja, VII duque de Gandía, mayordomo mayor de la reina Isabel de Borbón (1630-1632). Librosdelacorte.es. Monográfico 1, año 6, 2014.

4 LOMAS CORTÉS, Manuel: El puerto de Denia y el destierro morisco (1609-1610). Universidad de Valencia, Valencia, 2011.

5 COSTA CALCAGNO, Paola: Diccionario biográfico de italianos, vol. 20, 1977.

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