4 de julio de 2009

Historias de Valladolid: LA REJA DE LA CATEDRAL, del coro al caño


     El capítulo de la reja de la catedral de Valladolid forma parte de la historia negra del maltratado patrimonio de la ciudad. Un turbio episodio en torno a la especulación y al desprecio del legado histórico-artístico en tiempos pasados, aunque no excesivamente lejanos, ya que hablamos de 1928. Y tampoco es un caso aislado, si tenemos en cuenta que incluso en nuestros días el Ayuntamiento de Valladolid y el Cabildo están empecinados en mutilar en el mismo templo el atrio atribuido a Alberto Churriguera, dando lugar a un enfrentamiento con la Dirección de Patrimonio de la Junta de Castilla y León que todavía no está resuelto. Suma y sigue.

     El punto de partida lo encontramos en la meritoria actividad de los rejeros y herreros vallisoletanos durante el Siglo de Oro, que tanto en edificios públicos como privados lograron elevar en sus fraguas este trabajo manual, propio de artesanos, a la categoría de arte. Esto ocurría desde mediados del siglo XVI hasta bien entrado en XVII, encontrando cierta decadencia a partir del siglo siguiente. Por este motivo, cuando el obispo Isidro Cosío y Bustamante decide costear, a mediados del siglo XVIII, una reja para el cerramiento del coro de la catedral levantada a partir de 1589 por Diego de Praves, hombre de confianza de Juan de Herrera, tiene que recurrir a Rafael y Gaspar de Amezúa, rejeros vizcaínos con taller en Elorrio, tan prestigioso en ese momento como lo fueran los talleres vallisoletanos pocos años antes.

     El coro de la catedral de Valladolid, que ocupaba desde los pies el segundo tramo de la nave central, se construyó en 1667 y albergó tres sillerías distintas. En principio se colocó una sillería procedente de la antigua colegiata de Santa María, con sitiales tardogóticos del siglo XV, que fue sustituida por otra adaptada a las nuevas necesidades durante el siglo XVII, en cuyos años finales se colocaron sobre ella dos órganos barrocos con fachada de trompetería, uno a cada lado como era costumbre, ubicados bajo los grandes arcos formeros que separan la nave central. Algunos paneles tallados de aquella primitiva sillería gótica se reconvirtieron en batientes de puerta (una de ellas se conserva en el Museo Catedralicio) y la silla abacial se llevó al Palacio Arzobispal.

     A principios del siglo XIX se renueva otra vez la sillería. Se colocan ricos sitiales procedentes del coro alto de la iglesia de San Pablo de Valladolid, costeado en su tiempo por el Duque de Lerma y formado por cincuenta sillas altas y cuarenta y cinco bajas, todas de estilo herreriano y talladas en madera procedente de las indias portuguesas.

     Pero volvamos al encargo de la reja a Rafael y Gaspar de Amezúa, cuyas dimensiones eran descomunales, todo un reto para una obra que habría que ajustarse al milímetro a su grandilocuente emplazamiento. Tras meses y meses de trabajo, los rejeros vizcaínos la terminaron en 1763, siendo trasladada en carretas, despiezada, desde Vitoria a Valladolid. Fue montada y asentada el 7 de diciembre de aquel mismo año, hecho que se celebró con una fiesta, y pintada y dorada al año siguiente por doradores segovianos, los mejores de la época.


     El resultado fue muy satisfactorio para todos. La reja se compone de tres cuerpos de diferente altura recorridos por columnillas torneadas, finamente trabajadas, el inferior apoyado sobre un basamento de piedra y con una puerta practicable en el centro, un friso sobre cada uno de los cuerpos y un vistoso remate superior simétrico a modo de crestería. Este remate está compuesto de un círculo central coronado por una gran cruz calada y óvalos a cada lado, todos enmarcados por roleos vegetales y acompañados de floreros y pebeteros, con dos jarrones con lirios sobre adornos calados en los extremos, algo más bajos que los motivos centrales. Todo ello siguiendo una estética rococó. Se acompañaba del emblema del obispo mecenas colocado en el centro del segundo cuerpo y una inscripción de agradecimiento, emblema que poco después sería sustituido por el del Cabildo.

     Así permaneció hasta 1928, momento en que se hace una remodelación de la catedral que culmina con un desaguisado de turbios intereses, similar a la venta de los frescos de la Ermita de San Baudelio de Casillas de Berlanga, Soria, a un anticuario estadounidense en 1922, el mismo año en que se asienta en la catedral vallisoletana, en teoría provisionalmente, el retablo de la iglesia de Santa María la Antigua, junto a una pequeña sillería, ambas obras de Juan de Juni, con motivo de unas obras realizadas en aquella iglesia, a la que tampoco volverían jamás.

     Parece ser que el perfecto encaje en la catedral del fantástico retablo de Juni, sustituyendo a otro anterior más discreto, traído en 1865 desde la iglesia de Arrabal de Portillo, movió al Cabildo en 1922 a prescindir del coro para no dificultar su visión, aunque esta es una interpretación bastante benévola.

     Lo cierto es que en 1928 el coro se desmontó y se construyó una tribuna situada sobre la puerta de entrada, donde se instaló uno de los dos órganos, el que en 1904 había sido restaurado por el prestigioso organero vasco Aquilino Amezúa. El otro fue vendido como chatarra. La sillería se recolocó en semicírculo en el presbiterio (32 sillas altas y 22 bajas), a los lados del retablo, junto a los sitiales de Juan de Juni, y la reja quedó almacenada, comenzando en torno a ella las intrigas y las tentaciones del dinero.

     Ante las necesidades de fondos para rematar la remodelación de la catedral, pronto apareció en escena Arthur Byne, marchante de antigüedades estadounidense que había trabajado como conservador en la Hispanic Society of America de Nueva York, cuyo fundador, Archer Milton Huntington, había prescindido de sus servicios al rechazar sus prácticas poco legítimas en la compra de obras de arte en España. Este personaje, ave de rapiña, bien informado por alguna alta jerarquía de la catedral, se presentó en Valladolid en 1928 ofreciendo sumas de dinero por distintas obras que al Cabildo parecieron suculentas y no supo rechazar. Así se consumó un desgraciado expolio mediante la compra a la catedral de dos órganos, una biblioteca entera de cantorales y la reja de la catedral. Toda una ganga.

     Posteriormente, Arthur Byne vendió la reja en Estados Unidos al poderoso empresario de la prensa William Randolph Hearst, creador de la Fundación Hearst, para ser colocada en su rancho de San Simeón, aunque finalmente, por dificultades de instalación, éste la donó en 1956 al Metropolitan Museum de Nueva York, en una de cuyas salas se exhibe en la actualidad rodeada de piezas medievales y renacentistas de procedencia europea, con un letrero explicativo que lacónicamente dice que al colocar el nuevo retablo de la catedral de Valladolid en los años 20, la reja “ya no era necesaria”.

     Hay espíritus malévolos que dicen que, cuando la sala del museo norteamericano queda en silencio, entre los barrotes de la reja viajera se oyen tristes cantos gregorianos que ensalzan a un dios: el Dólar.

Ilustraciones: 1 y 2 La reja y su cartela en la sala del Metropolitan Museum de Nueva York. 3 Fachada de la catedral de Valladolid. 4 Aspecto actual de la nave central de la catedral de Valladolid.

Informe y fotografías de la catedral: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1104108945016


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2 comentarios:

  1. Conocia la Hispanic Society of America de Nueva York por la serie de obras para exposicion que Sorolla pinto para ella con los motivos de la gente de españa, pero mira por donde vuelve a aparecer todo.

    Nunca me fije en lo de la reja, cierto, solo conzco la de san benito y mas pense que era una curiosidad, amen de que la catedral esta mas en el suelo que arriba. Bueno es saberlo.

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  2. interesante el articulo, pero inexacto en varios puntos. Tiene narices que el que eche piedras al tejado de la caedral sea un vallisoletano (por que lo eres ¿no?) antes de hablar de contenciosos, organos... informate de fuentes fidedignas.

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