11 de febrero de 2011

Visita virtual: LA GIOCONDA, el eterno enigma de una sonrisa



LA GIOCONDA
Leonardo da Vinci (Anchiano-Vinci (Italia) 1452-Cloux (Francia) 1519)
Entre 1503 y 1506
Óleo sobre tabla
Museo del Louvre, París
Pintura del Renacimiento. Periodo clasicista.


     Tratar sobre La Gioconda inevitablemente supone recurrir a lugares comunes repetidos hasta la saciedad. La fascinación que esta pintura ha producido a lo largo de los siglos y el poder que ejerce sobre la mirada del espectador obstaculizan un análisis objetivo por tratarse del icono por excelencia de la cultura del mundo moderno, un mito universal en el arte de todos los tiempos.

     En ella confluyen toda una serie de factores que definen el portentoso modo de pintar de un genio como Leonardo. Por un lado, el magistral dominio del dibujo y la aplicación sobre él de la técnica del sfumato, un recurso del que trataremos seguidamente. Por otro, el hermoso paisaje plasmado al fondo, agreste y salvaje, con un matizado tono azul degradado que lo hace desaparecer paulatinamente. También la ambigüedad del rostro, cuya indefinición sexual puede sugerir el retrato de una mujer o de un adolescente, un ejercicio de androginia con referencias indescifrables basadas en teorías filosóficas y religiosas. Finalmente, y por encima de todo, la mueca convertida en la sonrisa más melancólica y enigmática de la historia del hombre.

LA TÉCNICA DEL SFUMATO

     La aplicación del sfumato o esfumado aplicado al óleo, un término así denominado por el propio Leonardo, está orientado a difuminar suavemente los rasgos hasta hacer indefinibles los contornos, un proceso de elaboración que podemos conocer con nitidez gracias a algunas pinturas inacabadas y dibujos preparatorios del mismo pintor. El proceso consiste en grandes rasgos en aplicar sobre la tabla de madera una imprimación blanquecina o creta (carbonato de calcio, blanco de zinc, cola de conejo y huesos molidos) sobre la que se traza a pincel el esbozo de la pintura en tonos oscuros, de modo que el motivo queda dibujado con las zonas sombreadas, con un aspecto parecido al de un dibujo sobre papel (ilustración 2, cartón de Santa Ana, National Gallery de Londres). A continuación se aplican sobre toda la superficie de la pintura sucesivas veladuras en color o capas de óleo muy diluidas en aceite esencial, que dejan transparentar las zonas oscuras del dibujo subyacente. Con otras veladuras se refuerzan las sombras hasta lograr un suave degradado entre las zonas de sombra y de luz, quedando difuminados los contornos de cada uno de los elementos del cuadro.

     El resultado nada tiene que ver con la precisión dibujística de los pintores precedentes del Quattrocento, apareciendo la imagen muy próxima al modo en que capta la realidad el ojo humano, lo que supone una técnica de base científica completamente innovadora.

LEONARDO Y LA GIOCONDA

     Leonardo realizó este retrato entre 1503 y 1506 y le retuvo consigo durante toda su vida, negando su venta a pretendidos clientes, ya que la pintura alcanzó una gran celebridad desde el momento en que fue conocida, no dejando de trabajar en ella hasta el momento de su muerte. De sus manos pasó a la colección del rey de Francia y hoy es la estrella del Museo del Louvre, donde se expone en una vitrina protegida por un cristal blindado.

     La Gioconda es el exponente de la búsqueda de perfección que se convirtió en una verdadera obsesión para Leonardo, que en sus cuadernos preguntaba "Diganme, diganme, ¿se ha terminado algo alguna vez?", insistiendo con frecuencia en su deseo por igualar sus creaciones a la perfección de la creación divina.

     Pintada sobre un delgado soporte de madera de álamo, que aún mantiene su fragilidad, La Gioconda es una realización ejemplar por los sutiles efectos de la luz sobre las carnaduras, el modelado del rostro sorprendentemente realista y el dinámico paisaje que constituye el fondo del cuadro, una obra fruto de la paciencia y el virtuosismo pictórico. El resultado es una imitación perfecta de la realidad a través de un tratamiento refinado de la figura humana mediante el uso del claroscuro, un efecto de semioscuridad que permite al pintor satisfacer sus preocupaciones por imitar a la naturaleza.

     Cuando Georgio Vasari describió la obra insistió en sus valores realistas: "Sus ojos límpidos tienen el resplandor de la vida, orlados de matices rojizos y plomados, estaban bordeados de pestañas cuyo resultado supone la mayor delicadeza. Las cejas, con su implantación a veces más espesa o más rala, según la disposición de los poros, no podían ser más verdaderas. La nariz, de encantadoras aletas rosadas y delicadas, era la vida misma. En el hueco del cuello, el espectador atento percibía el latir de las venas".

     El sfumato aplicado a La Gioconda permitió a Leonardo alcanzar uno de sus objetivos prioritarios, que no era otro que definir la personalidad de la modelo, según se desprende de su propias declaraciones: "El buen pintor debe representar esencialmente dos cosas: el personaje y su estado de ánimo". En su obra la finalidad última es más pintar el alma que el físico, encontrando en el sfumato el recurso apropiado para conseguir una iluminación basada en el claroscuro, un recurso que acentúa el misterio de la pintura, según su criterio de que "sumergir las cosas en la luz es sumergirlas en el infinito".
     Todo en esta obra alcanza límites insuperables en su tiempo en el campo de la pintura. Las prodigiosas manos, modeladas como jamás antes se había conocido, presentan un relajamiento que acentúa la serena majestuosidad de la dama retratada. Los ropajes, con excelentes calidades y texturas que oscilan desde la nitidez de las mangas al tejido vaporoso que le cubre el hombro, así como el sutil velo que le cubre el cabello y el adorno fruncido del escote, con un complejo bordado de lazos y nudos, motivo que fascinaba a Leonardo y al cual todavía se siguen buscando significados, teniendo en cuenta de que nada de lo que aparece en la pintura era elegido al azar.

     Conviene recordar que el formato original de la tabla se recortó por ambos lados, como lo demuestran los dos arranques de columnas, unos elementos que pretendían resaltar la ilusión de que la modela estuviese sentada en una logia palaciega.

     También el paisaje presenta su propias peculiaridades, siendo la cabeza de la dama el elemento que lo divide en dos partes, presentando con habilidad cada una de ellas un punto de vista diferente, un punto de vista alto en la derecha, con la presencia cercana de un puente , y un punto de vista más bajo en la izquierda, con un camino que discurre sinuoso próximo a unas aguas remansadas. Este diferente planteamiento espacial ha motivado estudios científicos que han concluido que la parte derecha arrastra la mirada hacia arriba y la parte izquierda hacia abajo, forcejeo visual que confluye en el centro del cuadro, produciendo que el ojo del espectador vea en las comisuras de los labios un atisbo de una sonrisa, cínica e enigmática para unos, sincera y natural para otros.

LA IDENTIDAD DE LA DAMA RETRATADA

     Es importante señalar hasta qué punto la cuestión del realismo en la representación está relacionado con la identidad de la modelo, pues hasta el día de hoy no conocemos si Leonardo representó con fidelidad a una modelo real, si idealizó a alguna mujer de su entorno o si trató de plasmar la idea de un prototipo de mujer universal. Y es que el tema de la identidad de la mujer representada ha originado ríos de tinta y un sinfín de teorías que han planteado múltiples hipótesis, incluidas las más descabelladas. Para algunos podría tratarse de Isabella d'Este, dama que gobernaba en Mantua cuando Leonardo permaneció en aquella ciudad y de la que se conserva un dibujo realizado por Leonardo, en torno al año 1500 con un retrato que también se guarda en el Museo del Louvre de París. Para otros la mujer es una posible amante de Juliano de Médici o del propio Leonardo e incluso teorías más fantasiosas han querido reconocer a un adolescente vestido de mujer e incluso un autorretrato del genio del Renacimiento.

     El primer testimonio que concierne a la modelo de La Gioconda, que data de los últimos años de la vida del pintor, se refiere al retrato "de una cierta dama florentina realizado del natural por encargo del magnífico Juliano de Médici". No hay documentación que lo acredite. Lo que sí tenemos certeza es que el retrato fue comenzado en Florencia, durante la estancia de Leonardo en esta ciudad (1503-1506), y después llevado por el pintor a Francia cuando acudió a trabajar en la corte del rey Francisco I. Parece pues más probable que la modelo, tenga la identidad que tenga, fuese una dama florentina.

     En esta línea se encuentran las afirmaciones de Giorgio Vasari, que lo describía como un retrato de Monna Lisa, mujer del gentilhombre florentino Francesco del Giocondo, un rico burgués con responsabilidades políticas en la ciudad que realmente existió, aunque la vida de su esposa, Lisa Gherardini, nacida en 1479, no es fácil de recomponer, conociéndose apenas que contrajo matrimonio en 1495.

     Un texto fechado en 1625 se refiere al "retrato de medio cuerpo de una tal Gioconda", una referencia que ha dado definitivamente el título francés al cuadro. Al margen de la polémica acerca de la posible identidad de la dama representada, en la actualidad la pintura es más apreciada por los valores universales que contiene el cuadro, como son la evidente idealización de la mujer en el retrato, la inspiración para representar un paisaje de acuerdo a las leyes de percepción del ojo humano, el equilibrio y armonía en la postura de la modelo, no concediendo importancia a la especulación de que el personaje existiera realmente o si se trata de una fabulación del pintor para exponer sus teorías sobre los valores de la pintura.

     Lo cierto es que La Gioconda es el retrato que más expresiones artísticas ha generado a lo largo de toda la historia del arte, sirviendo de inspiración a pinturas, cuentos, novelas, películas, poemas, canciones e incluso una ópera.

Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Museo del Louvre.

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