24 de octubre de 2011

Historias de Valladolid: FRAY LUIS DE LEÓN y los excesos del Santo Oficio


     Corría el año 1572 cuando Luis de León regresaba a Valladolid, aunque las circunstancias eran bien distintas a cuando siendo niño recalara en la ciudad del Pisuerga treinta y seis años antes. En este momento ya contaba 45 años y llegaba convertido en un docto fraile agustino que ostentaba los títulos de licenciado y doctor en Teología por la Universidad de Salamanca, institución donde por entonces ejercía su actividad dedicado a la docencia. Los motivos de la llegada de Fray Luis de León eran terribles, nada menos que para ingresar como reo penitenciado en los calabozos del temible Santo Oficio, víctima, como él mismo llegaría a declarar, de la envidia y la mentira (ilustración 1). En tan lúgubre lugar permanecería durante cuatro largos años, hasta que, tras un complejo proceso de acusaciones y defensas en el que hizo gala de una gran fortaleza y convicción en sus creencias, obtuvo la libertad en 1576.

EL TRIBUNAL DEL SANTO OFICIO EN VALLADOLID

     La actividad de la Santa Inquisición marca alguna de las páginas más negras de la historia de España, causa de un clima social intolerante respaldado por la Iglesia católica frente a los avances de las ideas protestantes, consideradas heréticas, siendo buen exponente de ello el cúmulo de casos juzgados y sentenciados en Valladolid, especialmente a lo largo del siglo XVI, cuando alcanzaron su punto álgido con la celebración de repetidos y multitudinarios Autos de Fe en espacios públicos (ilustración 2). El ambiente de aquella sociedad oficialmente sacralizada e intransigente por la mano dura del Santo Oficio en Valladolid ha sido magistralmente plasmado por la pluma de Miguel Delibes en su novela "El Hereje", una historia urdida en torno a la figura de Cipriano Salcedo que ilustra al detalle como del celo inquisitorial no se libraba condición social alguna y del hacinamiento en las cárceles de multitud de acusados que finalmente conocían la privación de honores, la confiscación de sus bienes, el destierro, la condena perpetua o la muerte en la hoguera "purificadora".

     Todo tiene su origen remoto en 1233 en la Corona de Aragón, donde fue creado el Tribunal de la Fe para combatir la herejía de los albigenses. Pero se institucionalizó durante el reinado de los Reyes Católicos, cuando la reina Isabel, recogiendo las sugerencias del dominico sevillano Fray Alonso de Hojeda para combatir las prácticas judaizantes entre los conversos andaluces, confirmadas por Pedro González de Mendoza, cardenal arzobispo de Sevilla, y el dominico segoviano Fray Tomás de Torquemada, fundó en 1478 el Tribunal del Santo Oficio de la Inquisición para mantener la ortodoxia católica en sus reinos. Su presencia se extendería a Castilla, donde en 1492 ya existían tribunales en ocho ciudades castellanas, entre ellas en Valladolid. En ello jugó un papel principal Fray Hernando de Talavera, prior del convento de jerónimos de Nuestra Señora de Prado, confesor de la reina Isabel y después primer arzobispo de Granada.

     En un principio la Santa Inquisición ocupó en Valladolid una casa que la familia de los Zúñiga tenía en la calle Francos (actual Juan Mambrilla), pero a principios del siglo XVI se instaló en unas casas de la calle Pedro Barruecos (desde 1842 calle del Obispo, en referencia al palacio que en ella tuvo el obispo de Palencia Fray Alonso de Burgos, y desde el siglo XX calle de Fray Luis de León), en la esquina con la calle de la Galera, siendo presidentes del Tribunal el doctor don Pedro Barahona y el bachiller don Rodrigo de Argüelles. Según Matías Sangrador y Vítores, la primitiva sede, después citada como Inquisición Vieja, contaba con un tribunal compuesto por reconocidos eclesiásticos, bachilleres, licenciados y doctores en Derecho, afirmando este historiador el haber comprobado personalmente la existencia de antiguos calabozos, en los restos del desaparecido edificio, con infinidad de inscripciones grabadas en sus ennegrecidas paredes.

     Allí permaneció el Santo Oficio hasta que en el año 1559 se trasladó a un caserón propiedad de don Pedro González de León situado junto a la iglesia de San Pedro, en la calle Real de Burgos, que sería denominada popularmente como "Cárcel nueva" tras habilitarse como calabozos las cuadras del palacio. Comprado por la Inquisición en 1572, a finales del siglo XVI se acometieron en el recinto diversas obras de remodelación y ampliación, en las que intervino el arquitecto Pedro Mazuecos, dando lugar a un complejo de grandes dimensiones, organizado en torno a un patio central, con dependencias destinadas a los inquisidores, salas judiciales y, sobre todo, calabozos capaces de acoger a multitud de penitenciados, contando con una fachada monumental y entradas separadas para unos y otros (ilustración 3).
     En este edificio que fuera sede de la Inquisición, hoy desaparecido, fue recluido en 1572 Fray Luis de León tras ser acusado de tener predilección por la Biblia hebraica sobre el texto oficial de la Vulgata, traducción en latín de la Biblia realizada a principios del siglo V por san Jerónimo que fue aprobada en Trento para ser aplicada de forma oficial en toda la Iglesia, así como por la traducción que había realizado al castellano del Cantar de los Cantares, siendo en el fondo una incomprensible víctima de las suspicacias y rivalidades entre agustinos y dominicos por ocupar las cátedras teológicas y de un tiempo marcado por una irracional y obsesiva caza de brujas en torno a supuestas ideas heréticas.

     A pesar de que en 1601, por Real Cédula de Felipe III, la sede del tribunal se trasladó a Medina del Campo, esta regresó a Valladolid en 1606, incrementando su jurisdicción territorial hasta llegar a tener potestad sobre más de trescientas veinte poblaciones. Su actividad no cesó a lo largo de los siglos XVII y XVIII, como testimonia Ventura Pérez en su Diario de Valladolid, siendo posteriormente uno de los enclaves ocupados por los diez mil soldados de las tropas francesas cuando llegaron a Valladolid con Napoleón a la cabeza el 5 de enero de 1809. Once meses después el edificio padecería un violento incendio del que sólo se salvó parte del ala de la fachada, suceso que aminoró la actividad del Tribunal. No obstante, en 1814, con la llegada al trono del absolutista Fernando VII, la Santa Inquisición recuperó su función, ocupando una casa de la marquesa de Arco en la calle Herradores (actual Alonso Pesquera), donde continuó en activo hasta el 15 de julio de 1834, momento en que fue abolida definitivamente por un Real Decreto firmado por la regente María Cristina de Borbón, durante la minoría de edad de Isabel II.

     Quedaban atrás infinidad de incomprensiones, de prejuicios morales y sociales, de una implacable concepción de la ortodoxia religiosa, de innumerables injusticias basadas en la malevolencia, la envidia y el fanatismo, de multitud de ideas creativas cercenadas y de numerosas obras literarias de todo tipo censuradas o destruidas.


FRAY LUIS DE LEÓN (1527-1591)

     Luis era hijo del abogado y consejero regio don Lope de León y de doña Inés de Varela y nació en 1527 en Belmonte (Cuenca), en el seno de una familia de juristas con ascendientes conversos en quinta generación. Por las obligaciones de su padre, en 1536 la familia estableció su residencia en Valladolid, donde Luis pasó cinco años de una primera infancia de la que se desconocemos los pormenores. Cuando en 1541 su padre recibió el cargo de oidor en la Chancillería de Granada, Luis, que contaba catorce años, comenzó sus estudios en Salamanca, donde residía su tío Francisco de León, catedrático en Leyes. En 1542 mostraría sus inclinaciones por la vida religiosa e ingresó en el convento de agustinos, en el que profesó en 1544 cuando tenía 17 años.

     A partir de entonces cursó estudios de Artes (Gramática latina, Lógica, Filosofía Moral y Natural), obteniendo el título de bachiller que le permitió acceder a estudios superiores de Teología, Medicina, Leyes y Cánones. Durante ese tiempo, como era habitual, compaginó su aprendizaje con la docencia en conventos de su propia orden de Soria y Salamanca. En Salamanca fue alumno de Melchor Cano en la cátedra de Prima, de Gregorio Gallo en la de Biblia y de Domingo de Soto. Su interés por la Teología le llevaría a realizar un curso en la Universidad de Alcalá, interesado por la orientación humanística del dominico fray Mancio del Corpus Christi y del cisterciense Cipriano de la Huerga en la cátedra de Biblia. Su aprovechamiento e inteligencia demostrada en los estudios le permitió obtener en 1560 los títulos de licenciado y de doctor en Teología.

     Plenamente formado decide dedicarse a la docencia universitaria, optando por oposición a las cátedras de Teología hasta llegar a ocupar en 1561 la cátedra de Santo Tomás y en 1565 la cátedra de Durando, que es su ocupación cuando siete años más tarde se produce la denuncia que le conduciría a la prisión en Valladolid.

     Por aquellos tiempos la oposición a ocupar las cátedras de Teología de la Universidad de Salamanca venía generando conflictos y rencillas personales entre los opositores agustinos y dominicos, dando lugar a un ambiente de crispación que era favorecido por el voto de los alumnos en las oposiciones en función del número de cursos realizados, que no dudaban en organizarse en grupos de presión y recurrir al fraude si fuera necesario. En este ambiente hostil como entorno laboral se movía Fray Luis de León, que aludiría a ello calificándolo poéticamente como "mundanal ruido".


EL PROCESO QUE LE CONDUJO A VALLADOLID

     Pero iba a ocurrir un hecho que sería definitivo para su defenestración. En 1569 por iniciativa de Francisco Sancho, decano de la Facultad, comenzaron las reuniones de una comisión de teólogos para examinar el texto de la Biblia de Francisco Vatablo, un apreciado profesor de hebreo en el Colegio de Francia fundado por Francisco I, y su posible impresión por el librero salmantino Portinaris. En las sesiones eran frecuentes los enfrentamientos ideológicos entre el agustino Fray Luis de León, que contaba con el apoyo de Gaspar de Grajal, catedrático de Biblia, y de Martín Martínez de Cantalapiedra, catedrático de Hebreo, y su oponente León de Castro, profesor de griego en la Facultad de Artes, que a su vez contaba con el apoyo del dominico Bartolomé de Medina, compañero de claustro de Fray Luis.

     Con el paso del tiempo las distintas opiniones fueron degenerando en una árida discusión que acabó con la acusación ante el Tribunal de la Santa Inquisición, por parte de Bartolomé de Medina, a los maestros oponentes Fray Luis de León, Gaspar de Grajal y Martín Martínez de Cantalapiedra. Este basó su denuncia en dos hechos principales, el haber traducido a "lengua vulgar el libro de los Cánticos de Salomón, compuesto por el muy reverendo padre nuestro fray Luis de León" y que "en esta universidad algunos maestros, señaladamente Grajal y Martínez y fray Luis de León quitan alguna autoridad a la edición vulgata, diciendo que se puede hacer otra mejor y que tiene hartas falsedades", añadiendo que "esto es público y notorio" y que "en la Universidad de Salamanca hay mucho afecto a cosas nuevas y poco a la antigüedad de la religión y fe nuestra". En su alegación fray Bartolomé concluye "Y que demás desto..., los dichos tres maestros prefieren a Vatablo, Pagnino y sus judíos a la traslación Vulgata y al sentido de los santos, lo cual a este declarante ofendía mucho". Unos testimonios que ilustran el clima de intransigencia religiosa en la época, con duras condenas por intentar superar los valores de una desfasada versión de la Biblia Vulgata, versión canónica promulgada por el Concilio de Trento, y por el intento de traducir a lengua romance el Cantar de los Cantares, en definitiva, por cuestionar la forma tradicional de entender la Teología.

     Pero Fray Luis de León volcó todo su talento en la argumentación teológica de su defensa durante todo el arduo proceso inquisitorial desarrollado en el edificio del Santo Oficio en Valladolid, cuyas declaraciones se conservan íntegras, con profusión de comparecencias a lo largo de tres años y medio a favor y en contra de los acusados (ilustración 7). A las diez acusaciones de primera instancia se añadirían otras muchas a lo largo del proceso, en el que una somera lectura permite aventurar que efectivamente "la envidia y la mentira" de los oponentes fueron la clave de los más de tres años y medio durante los que Fray Luis de León fue retenido en la cárcel de Valladolid. Finalmente los tres acusados serían absueltos, Fray Luis en 1576 con una advertencia de moderación y prudencia, Martínez de Cantalapiedra en 1577 y Grajal en 1578, aunque este último ya había muerto en prisión en 1575.

     Fray Luis de León resumiría el incidente en sus versos:

        Aquí la envidia y la mentira
        me tuvieron encerrado.
        Dichoso el humilde estado
        del sabio que se retira
        de aqueste mundo malvado,
        y con pobre mesa y casa
        en el campo deleitoso
        con sólo Dios se compasa,
        y a solas su vida pasa,
        ni envidiado ni envidioso.


EL REGRESO A SALAMANCA

     De vuelta a Salamanca en diciembre de 1576, Fray Luis se reintegró a la Universidad salmantina, donde el día que reinició las clases pronunció la célebre frase "Decíamos ayer...". Después ocuparía paulatinamente las cátedras de Teología Escolástica, Filosofía Moral y de Sagrada Escritura, en cuyo recuento de votos fue acusado de fraude, fallando a su favor la Chancillería de Valladolid. A partir de entonces fue autor de una prolija producción literaria, como "De los nombres de Cristo", "La perfecta casada", "Exposición del Libro de Job" y la traducción literal del "Cantar de los Cantares", junto a una prolífica obra poética de gran altura.

     No obstante, no se habían terminado las dificultades, pues en un nuevo proceso sería nuevamente recriminado, en este caso en Toledo por el cardenal Gaspar de Quiroga. Más agradable fue su trabajo, a petición de la madre carmelita Ana de Jesús, sucesora de Teresa de Jesús, de la ordenación y preparación para la imprenta de los escritos de la santa reformadora, que permitiría la edición en Salamanca, en 1588, de las "Obras de la Madre Teresa de Jesús".

     En 1591 Fray Luis de León conoció el deterioro de su salud. Imposibilitado para dar clases se dedicó a escribir. En agosto de aquel año fue elegido Provincial de la Orden en el capítulo celebrado en Madrigal de las Altas Torres (Ávila), donde murió en el convento de San Agustín el 23 de agosto, siendo trasladado y enterrado en el convento agustino de San Pedro de Salamanca. En 1856, reducido este convento a la ruina, sus restos fueron trasladados con solemnidad a la capilla de San Jerónimo de la Universidad de Salamanca. En su memoria fue colocado en 1869, en el Patio de Escuelas de la Universidad salmantina, un monumento en bronce realizado por el escultor Nicasio Sevilla, hoy día convertido en uno de los principales iconos de la ciudad charra (ilustración 9).

     De modo que, aunque la figura de Fray Luis de León está estrechamente ligada a la ciudad de Salamanca, su personalidad iba a quedar vinculada a Valladolid por estos hechos circunstanciales y en Valladolid quedó la impronta de su elevada cultura clásica, de su talento, de su dialéctica en la defensa de sus convicciones y de sus dotes expositivas, todo un ejemplo de personalidad humanista del siglo XVI.

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código: 1110240364080


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