25 de mayo de 2012

Theatrum: SAN FRANCISCO DE ASÍS, representación de una leyenda piadosa










SAN FRANCISCO DE ASÍS
Fernando Ortiz (Málaga 1717-1771)
1738
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela andaluza









UNA PECULIAR ICONOGRAFÍA DE SAN FRANCISCO DE ASÍS

     Este tipo de iconografía barroca, contra lo que pueda parecer a simple vista, no representa a San Francisco con vida sumido en un rapto místico, sino al santo de Asís muerto, tal y como lo describiera una piadosa leyenda por la cual, cuando su cuerpo fue descubierto en Asís el año 1449, doscientos veintitrés años después de haberse producido su muerte, ocurrida el 3 de octubre de 1226, al ser abierta su sepultura en presencia del papa Nicolás V, el santo fundador de la orden franciscana fue hallado de pie, erguido, incorrupto y milagrosamente conservado, con el rostro en expresión de éxtasis, tal y como lo describe uno de los cardenales que asistió a la exhumación y que afirma que aún mostraba su llaga "con la sangre, tan fresca, y reciente, como si a aquella hora se hiciera con hierro en algún cuerpo vivo".

     Esta impactante leyenda, que venía a divulgar un milagro post mortem del santo poverello, fue expandida por toda España desde que fuera publicada en 1562, siendo en tiempos del Barroco y bajo los auspicios de la Contrarreforma cuando plásticamente comenzó a ser reclamada por los conventos de franciscanos y capuchinos, realizando en 1613 el pintor Eugenio Cajés una pintura, destinada al convento franciscano de Madrid, que por vez primera representaba dicho milagro, según figura en el dibujo preparatorio que se conserva en la Galería Albertina de Viena, ya que la pintura se puede dar por desaparecida.

     Seguidamente, el modo del hallazgo del cuerpo de San Francisco fue divulgado primero por Gregorio Fernández, que en 1620 hizo esta representación en una escultura destinada al convento de las Descalzas Reales de Valladolid, actualmente conservada en el coro del convento (ilustración 7), y posteriormente por Zurbarán, que hacia 1640 lo plasmó al menos en tres pinturas, de tamaño natural y similares características, que actualmente se conservan en el Museo Nacional d'Art de Catalunya de Barcelona, en el Musée des Beaux Arts de Lyon y en el Museum of Fine Arts de Boston, todas ellas mostrando el cuerpo del santo de pie, ubicado en un nicho oscuro, con las texturas del hábito y la cuerda del cíngulo descritas con enorme precisión y un rostro realista matizado por las sombras, elementos que producen un ilusionismo escultórico que demuestra como interfirieron y se influyeron entre sí la pintura y la escultura de la época.

     Casi con toda seguridad serían estos modelos de Zurbarán los que tomara como inspiración el escultor granadino Pedro de Mena para realizar en 1663 la virtuosa escultura que se conserva en la catedral de Toledo, donde la entregó como donación en agradecimiento por haber sido nombrado "maestro mayor de escultura" aquel mismo año. Con un tamaño que no supera el metro de altura, con el tiempo se convertiría en prototipo para la representación de otros santos franciscanos, saliendo también de su taller otros ejemplares de San Francisco a diferentes escalas.

     El santo aparece de pie, con las manos ocultas entre las mangas que se cruzan al frente, la cabeza cubierta por la capucha y un pie ligeramente adelantado bajo el hábito para mostrar el estigma, que también se insinúa a la altura del costado con una pequeña hendidura en el hábito. El centro emocional se concentra en el enjuto rostro, con ojos de cristal, pestañas postizas, la mirada elevada a lo alto y dientes de marfil en la boca entreabierta, siendo también postizo el cordón que se ciñe a la cintura. Dentro de la pretendida austeridad de la imagen, llama la atención el acabado de la policromía, con el rostro tratado como una pintura de caballete, con sus luces y sombras, y el hábito recorrido por minuciosas pinceladas que forman estrías en color marrón y blanco que reproducen con fidelidad el rústico entretejido de lana en el que se aprecian distintos remiendos.
     Siguiendo muy de cerca las características de la obra de Pedro de Mena, se encuentra la figura de San Francisco que tallara el escultor malagueño Fernando Ortiz en 1738, hoy expuesta como representación del arte tardobarroco andaluz en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid, una buena muestra del grado de depuración técnica que alcanzó en España la escultura religiosa policromada.

EL ESCULTOR MALAGUEÑO FERNANDO ORTIZ

     Nacido en 1717 en la calle de la Madre de Dios del malagueño barrio de la Merced, en el seno de una familia de artesanos, tras demostrar sus dotes artísticas realizó su formación como imaginero, incluyendo la talla y policromía, en los talleres que las familias Zayas y Medina tenían abiertos en Málaga, obradores que en los albores del siglo XVIII seguían la senda del pretendido realismo estético y conmovedor marcado en la ciudad por Pedro de Mena, máxime desde que este maestro muriera en 1688.

     El año 1737, en que Fernando Ortiz contrae matrimonio con María Josefa, con la que llegaría a tener hasta ocho hijos, asienta su propio taller en Málaga, siendo su primer encargo una imagen de San Juan Evangelista destinada a la Cofradía del Nazareno de Tarifa. Desde entonces comenzó una prestigiosa carrera profesional, amparada por la calidad que testimonia la escultura de San Francisco que hoy presentamos, fechada y firmada en su peana en 1738, que culminó con su nombramiento como académico de mérito de la sección de escultura de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, llegando también a ejercer, desde 1756, como interventor comisionado y experto en material pétreo, en las obras del nuevo Palacio Real que venía a sustituir al antiguo Alcázar madrileño, para el que se dedicó, durante siete años, a seleccionar distintos mármoles en canteras andaluzas localizadas en Jaén, Granada, Almería, Sevilla y Málaga, que indagó y recorrió en busca de material destinado a la decoración del suntuoso edificio palaciego, especialmente para su iglesia.

     En esa etapa madrileña su estilo, fuertemente influenciado en origen por el realismo místico de Pedro de Mena, se torna más italianizante después de trabajar a las órdenes de Juan Domingo Olivieri, tal como se aprecia en obras posteriores, como en el San José de la catedral malagueña, la Inmaculada del Museo de Bellas Artes de Málaga o el desaparecido San Sebastián de la iglesia de Teba (Málaga), considerado por mucho tiempo como obra de Nicolás Salzillo.
     En 1763, con el sentimiento de haber desatendido su taller de escultura malagueño por la entera dedicación al suministro de mármoles al Palacio Real, abandona el trabajo cortesano y retorna a su taller malagueño, donde no cesaron los encargos, incrementados por el prestigio de su estancia en la corte, por parte de eclesiásticos, iglesias de la diócesis y de otras provincias, así como de distintas hermandades y cofradías.

     A pesar de que su obra no ha sido suficientemente valorada, siempre a la sombra de la producción de Pedro de Mena (ilustración 5-San Francisco de Fernando Ortiz junto a San Pedro de Alcántara de Pedro de Mena en el Museo Nacional de Escultura de Valladolid), el amplio catálogo que actualmente se le atribuye, a pesar del abundante número de obras destruidas durante la Guerra Civil española, le coloca en la cumbre del arte escultórico de su tiempo. Sirvan como ejemplo obras como la Divina Pastora (1745-1747), imagen vestidera de Motril, la Virgen de los Dolores o de los Servitas (hacia 1750), imagen procesional de la iglesia de San Felipe Neri de Málaga, la Alegoría de la Filosofía (1756) altorrelieve en mármol destinado al Palacio Real de Madrid, actualmente en el Museo del Prado, el Cristo de la Oración del Huerto (1756) de Málaga, restaurado por Manuel Carmona tras su deterioro en la Guerra Civil, la imagen de San Juan de Dios (hacia 1760, ilustración 6) de la iglesia malagueña de Santiago, cuyo cuerpo fue destruido durante la Guerra Civil, aunque se conserva su impresionante cabeza en el Museo de Bellas Artes de Málaga y la personalísima Virgen de la Merced Comendadora (1766) del convento de la Encarnación de Osuna, entre un abundante número de esculturas firmadas y atribuidas.

Cabeza de San Juan de Dios. Fernando Ortiz, h. 1760.
Museo de Bellas Artes de Málaga
     Fernando Ortiz murió en Málaga en 1771, siendo enterrado, por disposición testamentaria, en la malagueña iglesia de Santiago Apóstol. Su importante obra dieciochesca cerraba un importante ciclo vivido en el entorno de la Málaga barroca, primero en la línea marcada por la fuerte personalidad de Pedro de Mena, y finalmente a través de creaciones personales en las que ya afloran los influjos del movimiento rococó.

     A su primera etapa pertenece este San Francisco, cuya iconografía, junto a la de la Inmaculada y la de Cristo doliente, adquirieron una gran notoriedad por todo el país, adquiriendo, por su fuerte realismo, un trato reverencial similar al otorgado a las reliquias.

Informe y fotografías: J. M. Travieso.
Fotografía 6: Museo de Bellas Artes de Málaga.










San Francisco. Gregorio Fernánez, 1620.
Convento de las Descalzas Reales, Valladolid.
























San Francisco. Pedro de Mena, 1663. Catedral de Toledo.























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