8 de junio de 2012

Historias de Valladolid: MARGARITA DE AUSTRIA, la reina piadosa y el legado de las Descalzas Reales


     El punto de partida de esta historia, tan gratificante para el patrimonio artístico vallisoletano, le encontramos en una pintura del florentino Cosimo Ganberucci que se conserva en el Depósito de las Galerías de Florencia. En este óleo sobre lienzo (ilustración 3), trabajado en tonos sepia a modo de grisalla, en una escena de calado piadoso aparece la reina Margarita de Austria en compañía de un obispo y su séquito, algunas damas de la corte, dos cortesanos, un arquitecto y un niño que sujeta un plano, procediendo a colocar la primera piedra de un convento femenino por ella fundado. La escena ha sido interpretada por la historiadora de arte italiana Monica Bietti como un momento referido a la construcción del convento de las Descalzas Reales de Valladolid, después de que la devota reina ejerciera su regio patronazgo sobre este monasterio de monjas franciscanas.
    
     Sirva esta escena para testimoniar, con el valor de una crónica, la imparable actividad conocida en Valladolid durante el quinquenio 1601-1606, periodo en que el rey Felipe III, a instancias de su todopoderoso Privado, el Duque de Lerma, accedió a trasladar la corte junto al Pisuerga.
    
     Esos cinco años fueron prolíficos en acontecimientos ciudadanos, no sólo relativos a la actividad cortesana, como la construcción del Palacio Real y el Palacio de la Ribera, el nacimiento en Valladolid de los tres primeros hijos de los monarcas, entre ellos el futuro rey Felipe IV, cuyo bautizo dio lugar a un espectacular programa festivo, la actividad desplegada por el Duque de Lerma en su propio palacio, que actuaba como una suerte de minicorte, o el asentamiento en la ciudad de nobles cortesanos dedicados a tareas de administración que ocuparon casonas y palacetes, sino también en otras facetas que trastocaron la relativa tranquilidad de la vida cotidiana hasta ese momento, empezando por el desmesurado crecimiento demográfico, la llegada a la ciudad de prestigiosos artistas e intelectuales, junto a miles de personas de los más variados oficios que pretendían buscarse mejor la vida a la sombra del centro de poder, participando todos ellos de una actividad tamizada por las continuas y variadas celebraciones religiosas que marcaban la trayectoria vital de la ciudad, al amparo de los devotos monarcas, en lo que se viene considerando como una sociedad sacralizada.

     Si Felipe III (1578-1621) ha pasado a la historia como un rey despreocupado y abúlico, más interesado en la vida ociosa y la caza que en la actividad de gobierno, dejando los problemas de estado en manos del Duque de Lerma, su esposa Margarita de Austria (1584-1611), preparada e inteligente, no sólo supo ganarse la confianza del rey, sino que acabó siendo muy apreciada por el pueblo al mostrarse preocupada por la práctica de la caridad con los más desfavorecidos, llegando a manifestarse contraria a las injerencias gubernativas del Duque de Lerma, al que reprochaba la crisis económica, la ruina del Estado, la corrupción administrativa y el empobrecimiento del pueblo, en definitiva, ser la causa de las penurias del Reino.

     Por otra parte, la reina Margarita de Austria, siempre rodeada de clérigos y monjas, dedicaría una parte de su vida, al hilo de la sociedad barroca que le tocó vivir, a la fundación de conventos femeninos, una trayectoria truncada por su muerte prematura el 3 de octubre de 1611, a los veintisiete años de edad, como consecuencia del parto del infante don Alfonso, su octavo hijo. Una muerte que no pudo ser esclarecida por los médicos de la corte y que entre el pueblo madrileño hizo que se corriese el rumor del uso de brujería y de un posible envenenamiento urdido por don Rodrigo Calderón, secretario del Duque de Lerma, para apartarla de los asuntos del gobierno, un hecho que finalmente provocaría la caída en desgracia del Duque de Lerma y la detención y posterior ajusticiamiento público de don Rodrigo Calderón.

LA CONSTRUCCIÓN DEL CONVENTO DE LAS DESCALZAS REALES

     Al poco tiempo de establecerse la corte en Valladolid, cuyo decreto se había hecho público el 10 de enero de 1601, la reina doña Margarita asumió el patronato del convento que las Franciscanas Descalzas tenían en la ciudad en varias casas situadas frente a la Real Chancillería. Aquellas que habían ido comprando para convertirlas en convento tras ocupar provisionalmente una casa que sus benefactores, los condes de Osorno, tenían junto a la Puerta del Campo y que les habían cedido cuando en 1552 llegaron procedentes de Villalcázar de Sirga (Palencia).

     Aunque en 1595 don Francisco Enríquez de Almansa y doña María de Zúñiga se habían comprometido a patrocinar el nuevo convento con el pago de una renta anual, adquiriendo con ello el derecho a utilizar la capilla mayor para su enterramiento, este compromiso quedó invalidado cuando los reyes, tras su llegada a Valladolid, expresaron su voluntad de hacerse cargo del patronato, siendo especialmente Margarita de Austria la que mostró su especial interés en este empeño, aunque dicho patronazgo real no se confirmase oficialmente hasta el 16 de junio 1615, cuatro años después del fallecimiento de la reina y coincidiendo con la finalización de las obras y la ocupación por las monjas del nuevo convento, que desde un primer momento tuvo el rango de fundación real. La vinculación piadosa y afectiva de la reina con la comunidad de franciscanas descalzas quedó ratificada cuando fue enterrada, por deseo expresado en vida, con el hábito de esta orden.

     La voluntad de los monarcas de hacerse con el patronato del convento vecino a la Real Chancillería, en un entorno rodeado de diferentes edificios vinculados a la función legislativa (juzgado, cárcel, etc.) hizo que se ocupase de realizar la traza de la iglesia, el claustro y las nuevas dependencias monacales Francisco de Mora, arquitecto de la corte. Poco después era Diego de Praves, maestro mayor de obras de su majestad en Castilla la Vieja, quien dirigió los trabajos que fueron sustituyendo al conjunto de viviendas preexistentes, siendo concluido el complejo monástico, como ya se ha dicho, en 1615, aunque el recinto sería ampliado en 1657 con dos casas colindantes de la calle del Prado, que por entonces pertenecían al regidor de la ciudad don Fernando de Rojas y Argüello y cuyo espacio permitiría disponer a la comunidad de huerta propia.

     Como en la mayoría de los edificios levantados en la época, fue el ladrillo el material mayoritariamente utilizado para la nueva construcción, reservándose el uso de piedra apenas para los zócalos de los cimientos, la austera portada presidida por la imagen de la Asunción, advocación del convento, los emblemas heráldicos de la fachada que proclaman el patronazgo de la corona y las columnas del discreto y elegante claustro. El espacio más destacado es la iglesia, ideada por Francisco de Mora, localizada en un ángulo del recinto, lo que permite abrir dos portadas, con nave única de cuatro tramos, los dos de los pies ocupados por el coro alto, un crucero muy poco destacado en planta y coronado por una cúpula sin linterna y una corta y plana cabecera que acoge un monumental retablo mayor.

     Entre las dependencias conventuales destaca el recoleto claustro cuadrado, organizado a dos alturas y con columnas toscanas que soportan cinco arcos a cada lado, de medio punto en las galerías inferiores y escarzanos en las superiores, hoy acristalados para combatir los rigores invernales. Bajo la crujía de poniente, antaño recubierta por un enchinarrado como las demás, se halla la cripta conventual, con escaleras igualmente abiertas en el pavimento del claustro, al que comunica la espaciosa sala "De Profundis", lugar de entonación del salmo "De profundis clamavit ad te Dominum...", que antecede al espacioso refectorio.
     Una sobria escalera de ida y vuelta permite acceder desde el claustro a dos singulares espacios del segundo piso: el antecoro y el coro, convertido en una suerte de sancta santorum donde se guarda un nutrido relicario. Podría decirse que una austeridad clasicista, no exenta de cierta elegancia, prevalece sobre todo el trazado arquitectónico.

LA IMPRESIONANTE COLECCIÓN PICTÓRICA

     Sin embargo, el mecenazgo de la reina Margarita, no sólo facilitó a las franciscanas descalzas el uso de estas dependencias, sino que también favoreció la entrega al convento de una copiosa colección de obras de arte concebidas por la reina ante todo como piezas devocionales, destacando una abundante colección de pintura italiana que hoy, después de haberse procedido a su restauración, se engloba bajo la denominación de "El Legado de La Toscana".

     La presencia de este cúmulo de pintura procedente de Toscana tiene raíces históricas relacionadas con la vinculación política del gran ducado italiano con la monarquía hispánica. El origen se remonta a la lealtad mostrada hacia el emperador Carlos V, por razones estratégicas, por Cosme de Médicis, duque de Florencia, casado en 1539 con la salmantina Leonor Álvarez de Toledo, hija de don Pedro Álvarez de Toledo, virrey de Nápoles e hijo del segundo duque de Alba. Cosme de Médicis conseguiría que en 1569 el papa Pío V emitiera una bula creando el "Gran Ducado de Toscana", a cuyo frente potenció la economía y el poder militar de Florencia, contribuyendo con su mecenazgo a que la ciudad del Arno siguiera manteniendo el importante florecimiento de las artes y las ciencias iniciado en el Quattrocento.

     Sin embargo, la muerte de su esposa y de dos sus hijos en 1562 le sumieron en una profunda depresión que le hizo abdicar en 1564 en su primogénito Francisco I de Médicis, que al año siguiente contrajo matrimonio con Juana de Habsburgo, archiduquesa de Austria y hermana del futuro emperador Maximiliano II. De modo que Francisco de Médicis también mantuvo estrechas relaciones con el Imperio y con España, situación que sufrió un cambio cuando a su muerte en 1587 le sucedió su hermano Fernando I de Médicis, quinto hijo de Cosme de Médicis y Leonor de Toledo, que retuvo su cargo cardenalicio después de ser nombrado Gran duque, hasta que en 1589 contrajo matrimonio con Cristina de Lorena, nieta de Enrique II de Francia y Catalina de Médicis, iniciando un acercamiento a Francia. La relación con España fue restablecida cuando en 1609 heredó el Gran ducado de Toscana Cosme II de Médicis, hijo de Fernando I, que contrajo matrimonio con María Magdalena de Austria, hermana de Margarita de Austria, reina de España.

     Estas relaciones de parentesco entre las casas gobernantes en España y Toscana no sólo facilitó posturas estratégicas entre ellas, sino que canalizó la llegada de arte italiano a España, siendo los grandes duques Fernando I y Cosme II los que realizaron grandes regalos de obras de arte y lujosos objetos a los reyes españoles, siempre con la intención de conseguir el apoyo de la monarquía española a Toscana. Con este interés, estos gobernantes llegaron a indagar sobre los gustos personales de los reyes españoles, como queda patente en la Relazione ultima segreta de 1605, donde el humanista y diplomático florentino Orazio Della Rena, secretario de los embajadores granducales en España y también autor del perdido "Retrato del rey Felipe III y de la reina Margarita su esposa, del duque de Lerma y de todos los otros consejeros del Estado", hace constar el gusto por la caza de Felipe III y recomienda regalarle armas y objetos relacionados con esta afición, mientras que para doña Margarita insiste en su interés por las pinturas devocionales y piadosas.

     En base a estas recomendaciones, entre 1606 y 1610 fueron enviados desde Toscana como obsequio numerosas pinturas religiosas y retratos de los grandes duques y esposas, pero es en mayo de 1610 cuando Cosme II de Médicis y su madre Cristina de Lorena, archiduquesa ya viuda e interesada en mantener relaciones fluidas con Margarita de Austria, adquieren más de treinta pinturas religiosas a diferentes pintores toscanos que en 1611 envían a España para el monasterio que estaba construyendo la reina, esto es, para las Descalzas Reales de Valladolid, todas ellas como política de agasajo y ajustadas a un programa iconográfico sugerido personalmente por Cristina de Lorena.

     Una serie la forman escenas de la infancia de Cristo y de la vida de la Virgen, que pasaron a formar parte del retablo de la iglesia, y otra, de siete pinturas, se dedica al ciclo de la Pasión, tradicionalmente muy del gusto de la orden franciscana, aunque no faltan algunos temas promovidos por la Contrarreforma, como La Virgen con el Niño, la Sagrada Familia y el Ángel custodio, así como santos relacionados con la orden franciscana, como los fundadores San Francisco y Santa Clara y los santos franciscanos descalzos San Antón y San Buenaventura. Otros responden a la tradición española, como San Juan Bautista, San Juan Evangelista o San Diego de Alcalá, siendo más llamativo el santoral dedicado a los patrones de los monarcas protagonistas, como San Felipe, patrón de Felipe III y de su padre, Santa Margarita en honor de la reina, Santa Cristina como muestra de afecto de la archiduquesa donante, y Santa María Magdalena en recuerdo de la hermana de la reina, a los que se une el de una reina santa considerada modélica y vinculada a la orden franciscana, como Santa Isabel de Hungría.

     Aunque quizá el envío más peculiar fuera el de una pintura de gran formato con el tema de La Última Cena, obra de Jacopo Chimenti da Empoli, destinada a presidir el refectorio, con lo cual el convento vallisoletano quedaba homologado a la arraigada tradición florentina de los "cenáculos", con precedentes tan significativos como el de Santa Apolonia, obra de Andrea del Castagno, los de Ognissanti y San Marcos, obras magistrales de Ghirlandaio, el del convento de San Onofrio, ocupado por las franciscanas de Foligno, obra de Perugino, el del convento de la Calza pintado por Franciabigio o el de la abadía de San Salvi realizado por Andrea del Sarto.

     El 20 de junio de 1611 todas estas pinturas fueron enrolladas, embaladas y cargadas en el puerto de Livorno para su envío a España por vía marítima, siendo descargadas en Cartagena y conducidas en carretas, bajo la supervisión de Orso d'Elci, embajador toscano, hasta El Escorial, donde se hallaba la corte. Tras comentar las diferentes calidades de las obras, Margarita de Austria, embarazada en ese momento, se mostró muy satisfecha del legado reunido para Valladolid, aunque el mal estado de once de las pinturas y la muerte de la reina en octubre de aquel año paralizó el envío de los cuadros al convento vallisoletano, que finalmente se hizo efectivo en 1615, año en que se habitó el nuevo convento, aprovechando la estancia de Felipe III en la ciudad camino de la frontera francesa para entregar a Luis XIII la mano de la infanta Ana Mauricia, aquella joven que años antes naciera en el palacio de los Condes de Benavente de Valladolid.

     La extraordinaria riqueza artística acumulada por las Descalzas Reales en este golpe de suerte, no sólo facilitó imágenes de devoción por todas las dependencias del convento, de gran formato y calidad poco frecuente en España, sino también pinturas de la Vida de la Virgen que fueron ajustadas al retablo mayor de la iglesia, obra del ensamblador Juan de Muniátegui que se remata con un fantástico Calvario de Gregorio Fernández y dos santos franciscanos. Asimismo, dos retablos laterales del crucero, realizados por el mismo ensamblador, cobijaron las pinturas de los santos patrones de la orden, San Francisco y Santa Clara, coronados por pinturas de menor tamaño que representan a San Onofre y San Antonio de Padua, ambas realizadas por Santiago Morán, pintor de cámara de Felipe III que además se encargó de colocar los soportes, de reparar los deterioros del lote pictórico durante la operación del traslado y de algunas de las escenas marianas del retablo de notable calidad (ilustración 24).

     La extraordinaria colección, que el año 2007 fue restaurada por la Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, ha puesto en valor, después de que algunas pinturas se vieran seriamente amenazadas en su conservación, todo su mérito artístico y creativo, poniendo al alcance de los vallisoletanos y del público en general no sólo una colección de pintura que muestra los modos de entender el oficio en la Italia de principios del siglo XVII, sino la materialización de los afanes de una reina beata y piadosa, cuyas creencias y devociones favorecieron al que era un modesto convento de Valladolid, hoy orgulloso de su legado histórico.


Relación de las 22 pinturas procedentes de Toscana conservadas en el convento de las Descalzas Reales de Valladolid:

La Última Cena. Jacopo Chimenti de Empoli, 1611 (Ilustración 21).
La Oración del Huerto. Pompeo Caccini, 1611.
El Prendimiento. Filippo Tarchiani,1611 (ilustración 9).
Cristo de los Improperios. Filippo Tarchiani,1611 (ilustración 10).
La Flagelación. Giovanni Nigetti,1611.
Coronación de Espinas. Cosimo Ganberucci,1610 (ilustración 11).
Ecce Homo. Giovanni Nigetti,1611.
La Sagrada Familia. Francesco Curradi, 1611.
Predicación de San Juan Bautista. Francesco Curradi, 1611.
San Juan Evangelista. Pietro Sorri, 1610.
San Diego de Alcalá. Nicolo Betti,1610 (ilustración 13 y detalle en 22).
San Francisco y Santo Domingo. Pietro Sorri, 1610 (ilustración 14).
San Buenaventura. Simone Sacchettini, 1611 (Detalle en ilustración 20).
San Antón. Simone Sacchettini, 1611.
San Jerónimo. Manuel Tudesco, 1611.
Santa Coleta. Nicolo Betti,1610 (ilustración 23).
Ángel custodio. Pompeo Caccini, 1611 (Detalle en ilustración 15).
Martirio de San Felipe. Michelangelo Conganelli, 1611 (ilustración 12).
Santa Margarita. Pietro Sorri, 1610 (ilustración 17).
Santa Cristina. Bernardino Monaldi, 1610 (ilustración 18).
Santa María Magdalena. Valerio Marucelli, 1610 (ilustración 16 y detalle en 19).
Santa Isabel de Hungría. Giuseppe Stiettini, 1610.

     A estas pinturas se añaden las que ofrecen episodios de la Vida de la Virgen, que forman parte del retablo mayor de la iglesia (ilustraciones 4 a 7), y las de San Francisco y Santa Clara, colocadas en retablos laterales a los lados del presbiterio.

Informe: J. M. Travieso.
Registro Propiedad Intelectual - Código1205081605109


Retratos de los monarcas:
Ilustración 1: Montaje del convento de las Descalzas Reales y detalle del retrato ecuestre de Margarita de Austria de Velázquez. 1628-1635, Museo del Prado, Madrid.
Ilustración 2: Felipe III. Juan Pantoja de la Cruz, 1606. Museo del Prado, Madrid.
Ilustración 4: Margarita de Austria. Juan Pantoja de la Cruz, 1606. Museo del Prado, Madrid.
Ilustración 25: Margarita de Austria, detalle. Bartolomé González, 1609. Museo del Prado, Madrid. 

Fuente de información:
* Descalzas Reales: El legado de la Toscana. Juan Alfonso León López. Fundación del Patrimonio Histórico de Castilla y León, Valladolid, 2007.
* Valladolid, Capital de la Corte (1601-1606). VV.AA., Cámara de Comercio e Industria de Valladolid, Valladolid, 2002.
* Arte y Saber. La cultura en tiempos de Felipe III y Felipe IV. VV. AA., Ministerio de Cultura, Madrid, 1999.

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