28 de septiembre de 2012

Theatrum: EL BAUTISMO DE CRISTO, un ritual místico en la ribera del Jordán









RELIEVE DEL BAUTISMO DE CRISTO
Gregorio Fernández (Sarria, Lugo, 1576 - Valladolid, 1636)
1624
Madera policromada
Museo Nacional de Escultura, Valladolid
Escultura barroca española. Escuela castellana









     El relieve del Bautismo de Cristo es una gran obra maestra realizada por Gregorio Fernández en plena madurez, en una etapa en que se hace obsesiva para el escultor la búsqueda del naturalismo, ofreciendo una esmerada corrección anatómica en aquellos trabajos propensos a la presentación de recatados desnudos, como ocurre en este caso, siempre envueltos en voluminosos ropajes de bruscos plegados y con un magistral tratamiento de las cabezas, que incorporan como postizos ojos de cristal y dientes de hueso, así como una acentuada teatralidad barroca en la que adquiere una importancia fundamental el lenguaje de las manos.

     Esta imaginería realista, cargada de un fuerte componente místico adecuado a los postulados contrarreformistas, pues en definitiva se trata de una exaltación del sacramento del Bautismo, uno de los siete sacramentos aprobados por el Concilio de Trento, se completa con una policromía que igualmente persigue ser naturalista, para lo que se aplican colores planos en la indumentaria, sin las labores de estofados sobre fondo de oro que caracterizaban la etapa anterior, y con los matices propios de la pintura de caballete aplicada a la superficie de la madera para resaltar brillos, sombras y otros efectos en las carnaciones.

     Todos estos factores son apreciables en este relieve, que aunque concebido para su visión frontal presidiendo un retablo de discretas dimensiones, ofrece las peculiaridades de los modos de trabajar los volúmenes por el gran maestro. El relieve sigue una tipología muy extendida en la escultura barroca castellana y característica en todos los relieves de gran formato realizados por Gregorio Fernández, con los principales personajes colocados en primer plano, casi despegados del tablero y simulando estar trabajados como un bulto redondo, una ausencia de volúmenes en los planos intermedios, que prácticamente quedan eliminados, con lo que también desaparecen posibles elementos superfluos, y un fondo que aglutina pequeñas figuras en discreto relieve con escenas pintadas de ambientación sobre un fondo de oro de carácter simbólico.

     El relieve, con un formato de 2,83 por 1,55 metros, presenta el pasaje evangélico del bautismo de Cristo en el río Jordán a manos de Juan el Bautista, con las figuras principales en tamaño natural. La composición establece dos espacios, uno inferior con la figura de Jesús arrodillado sobre unos peñascos de la ribera del río, que se complementa con la de san Juan Bautista en plena acción de derramar con una concha el agua sobre su cabeza, evocando el rito de purificación en el Jordán, cuya imagen pintada discurre sinuosamente al fondo, y otro superior ocupado por un celaje poblado de nubes entre las que aparecen cabezas de querubines y figuras de ángeles pintados, presidiendo el espacio superior un medallón con la figura de Dios Padre bendiciendo y portando el globo terráqueo en compañía de ángeles, debajo del cual se halla el Espíritu Santo en forma de paloma emitiendo rayos, en definitiva, un fondo convertido en pura teofanía.

     Gregorio Fernández abandona la tradicional iconografía en esta escena, en que Cristo suele ocupar el centro de la composición sumergido en las aguas para adquirir las dos figuras del primer plano un idéntico protagonismo y un carácter complementario, pues mientras Jesús se arrodilla con humildad ante su primo el Bautista, con los brazos cruzados al pecho en gesto de sumisión, su figura queda amparada por la del Precursor, que erguido se abalanza derramando el agua para dar lugar a una composición figuradamente ovalada y marcada por una diagonal ascendente, una imagen posiblemente inspirada en alguna estampa, aunque interpretada con total libertad.

     La imagen de Cristo cubre su desnudez con un paño gris verdoso, rodeado de una orla que simula pasamanería, que produce los característicos plegados angulosos y de aspecto metálico que caracterizan al taller fernandino. Su cabeza se ajusta al arquetipo creado por el escultor para las escenas de la Pasión, con una larga melena de cabellos filamentosos minuciosamente descritos, mechones sobre la frente y una barba afilada de dos puntas, en esta ocasión con ojos de cristal y la boca cerrada. Su anatomía, en gran parte velada por el manto, se muestra con un absoluto naturalismo a través del estudios de las proporciones y el resalte de músculos, tendones y venas, consiguiendo el escultor que la madera aparezca transmutada en morbidez palpitante.

     Muy comedida y realista es la figura del Bautista, de esbelta anatomía y dotada de un movimiento contenido y cadencioso, ajustada al ritual. Viste una túnica corta confeccionada con piel de camello, que al igual que la tonalidad tostada de su anatomía aluden a su retiro en el desierto, que deja visibles gruesos mechones en los ribetes, y un manto rojo, igualmente orlado, que discurre desde el hombro y es retenido con la mano izquierda para impedir su caída.

     Especialmente expresiva es su cabeza, con larga cabellera de mechones apelmazados, descuidados y perforados, unas profundas órbitas oculares y la boca entreabierta a modo de susurro. Su disposición corporal aparece más nerviosa que la de Cristo, con la pierna izquierda adelantada y el brazo derecho levantado, dando lugar a un elegante movimiento, de gran expresividad, que llega a describir un arco.

     La figura del Padre aparece en escorzo y está caracterizado como un venerable anciano, con parte del manto agitado al viento, con grandes entradas en el cabello, un gran mechón sobre la frente y largas barbas, una imagen de claras reminiscencias miguelangelescas. El conjunto del relieve ofrece una magnífica policromía aplicada por el pintor Jerónimo de Calabria, con carnaciones mates y una bella vista en perspectiva de los meandros del Jordán. Este contó con la ayuda del dorador Miguel Guijelmo, que se ocupó del sustrato del oro del fondo y también del marco decorado con gallones y piedras.

     Este relieve es una buena muestra de la sinceridad del escultor al abordar los temas religiosos que le encargaban, de su habilidad para establecer unas composiciones diáfanas y de la impregnación a la talla de un componente místico fruto de una meditación previa, mezclando en la escena el intimismo sacramental con la representación trascendental propia de un gran dramaturgo, donde las emociones aparecen a flor de piel a través de los estudiados gestos. Todo ello aún es perceptible en su presentación museística, colocado a una altura y en un ambiente muy alejado al espacio para el que el relieve fue concebido.

     Según información publicada por Esteban García Chico, el relieve fue encargado a Gregorio Fernández por Antonio de Camporredondo y Río, caballero de Santiago, miembro del Consejo de Su Majestad y alcalde del Crimen en la Real Chancillería de Granada, para presidir un retablo elaborado por el ensamblador Juan de Maseras y colocado en la capilla de San Juan Bautista, situada junto a la capilla mayor, en el lado del evangelio, de la iglesia del Carmen Descalzo de Valladolid, actualmente conocida como el Carmen Extramuros, donde tenía su capilla funeraria. Allí permaneció hasta la Desamortización de Mendizábal, momento en que pasó a engrosar el recién creado Museo de Bellas Artes, actualmente Museo Nacional de Escultura.

     Jesús Urrea ha identificado el marco arquitectónico original del relieve en un retablo actualmente dedicado a San Juan de la Cruz en la iglesia del Carmen de Extramuros de Valladolid, un retablo que está coronado por una pintura con la escena de la degollación de San Juan Bautista, obra de Jerónimo de Calabria, el mismo pintor que, como ya se ha dicho, también se ocuparía de la policromía general de este altorrelieve leñoso del Bautismo, hoy considerado como pieza fundamental en la obra del insigne escultor gallego y expuesto en la colección permanente del Museo Nacional de Escultura de Valladolid.


Informe y fotografías: J. M. Travieso.






















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