5 de abril de 2013

Historias de Valladolid: CRÓNICAS VISUALES, retazos ilustrados de nuestra historia (III)


PROCLAMACIÓN DE FELIPE II COMO REY DE CASTILLA Y VISITA A LA CIUDAD
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel (actual Diputación Provincial), Valladolid.

El 25 de octubre de 1555 el emperador Carlos V, padeciendo un delicado estado físico y anímico, congregó en Bruselas a los Consejos y personajes más importantes de la Corte, y allí, vestido de negro y luciendo al pecho la orden del Toisón  de Oro, protagonizó con emoción el acto de su abdicación, dejando el gobierno imperial a su hermano Fernando, Rey de Romanos, y el de España, Sicilia y las Indias a su hijo Felipe, allí presente. Poco después emprendía un viaje en barco desde Flandes a Laredo y tras dos meses de traslados llegaba a Jarandilla de la Vera, al palacio que se había hecho construir junto al monasterio de Yuste, donde vivió retirado hasta su fallecimiento el 21 de septiembre de 1558.

La renuncia efectiva de los reinos de Castilla, León y Aragón en favor del príncipe Felipe tuvo lugar el 16 de enero de 1556, siendo conocida esta resolución por la princesa Juana de Portugal, que ejercía en la Corte de Valladolid el cargo de gobernadora de los reinos, que inmediatamente dispuso que se levantaran los pendones de Valladolid y se organizase una ceremonia con la solemnidad acostumbrada.

Para ello se levantó un suntuoso estrado en la Plaza Mayor, junto a la fachada del convento de San Francisco, y en él se llevó a cabo el 28 de marzo de aquel año el acto oficial de proclamación de Felipe II como rey de Castilla en presencia del príncipe Carlos, hijo del nuevo monarca, encargado de levantar el estandarte. En el solemne acto, al que asistieron todas las fuerzas vivas del reino y representaciones civiles y eclesiásticas de la ciudad, don Antonio Rojas, mayordomo del Príncipe, entregó el estandarte al heredero y voceó la formulación oficial: "Castilla por el Rey don Felipe nuestro señor", palabras que después, acompañado por un cortejo precedido por heraldos, repitió a viva voz en la plaza del Ochavo, en la plaza del Almirante, en la plaza de Santa María, en la Plazuela Vieja y ante la Chancillería.

Nobles de Castilla y León en las exequias de Carlos V
Jerome Cock, 1559, Amberes
En septiembre de 1559 Felipe II regresaba a su ciudad natal ya en calidad de rey, acto que produjo el engalanamiento de la ciudad y una multitudinaria bienvenida, viviendo Valladolid unos momentos de euforia que culminaron en 1561, cuando, por razones geopolíticas, el rey fijó oficialmente la capitalidad en Madrid, hecho que supuso el camino hacia la decadencia de la actividad desplegada a orillas del Pisuerga.

Estos episodios, tan relevantes en la Historia de España, fueron recogidos en dos escenas ornamentales que decoran el zócalo cerámico que en 1939 hiciera Juan Ruiz de Luna recubriendo todo el perímetro del zaguán del palacio Pimentel de Valladolid, el primero de los cuales, el de la solemne proclamación pública en la Plaza Mayor, todavía subyace en la celebración anual del Sermón de las Siete Palabras, acto público y religioso englobado en las celebraciones de Semana Santa.      

PRESENTACIÓN OFICIAL DE DON JUAN DE AUSTRIA EN LA CORTE
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel (actual Diputación Provincial), Valladolid.

Don Juan de Austria era hijo natural del emperador Carlos V y de la dama alemana Bárbara Blomberg, por tanto hermanastro de Felipe II, aunque veinte años menor de edad. Nació en Ratisbona el 24 de febrero de 1547 y poco después su madre contrajo matrimonio con Jerónimo Píramo Kegell, posible motivo por el que fue conocido como Jeromín.  En un plan urdido por su padre para ocultar su existencia (de origen pecaminoso) y con el deseo de que se criara en España, cuando tenía tres años fue encomendada su crianza a Francisco Massy, violinista de la corte imperial, y a su mujer, la española Ana de Medina, según un acuerdo con el músico firmado por don Luis de Quijada, mayordomo del emperador, siempre bajo la orden de no hacer pública la ilustre paternidad del niño. A mediados de 1551 este matrimonio y el niño se desplazaban a Leganés, donde Ana de Medina poseía unas tierras y donde fue educado en un ambiente de normalidad.
En 1554, cuando Jeromín tenía 7 años, don Luis de Quijada decide ocuparse personalmente de su formación cortesana, por lo que después de ser recogido en Leganés por el caballero flamenco Charles de Provost, fue conducido hasta el palacio que en Villagarcía de Campos (Valladolid) disponían don Luis de Quijada y su esposa doña Magdalena de Ulloa. Esta mujer se dedicó en secreto a su formación, contando con Guillén Prieto como maestro de latín, el capellán García de Morales y el escudero Juan Galarza.

La existencia de Jeromín fue desconocida hasta que el 6 de junio de 1554 el emperador Carlos V, con el deseo de que fuera reconocido como uno más de sus hijos, firmaba un codicilo afirmando el haber tenido en Alemania un hijo natural de nombre Jerónimo, extendiéndose un deseo generalizado en la corte de conocer personalmente al hijo oculto del emperador. El año 1557 al propio Carlos V le fue presentado personalmente en su palacio del monasterio de Yuste, tras ser conducido ante su presencia, en un acto privado, por don Luis de Quijada, que también fijó su residencia en Cuacos de Yuste.  

Sin embargo, la presentación pública de Jeromín tuvo lugar en la Plaza Mayor de Valladolid el 21 de mayo de 1559, cuando el infante tenía 12 años, aunque en unas circunstancias  dramáticas: durante la celebración de un Auto de Fe protagonizado por el Doctor Cazalla y sus seguidores.
Agustín Cazalla, capellán del emperador Carlos y predicador en la corte, después de tomar contacto en Alemania con grupos luteranos asumió su ideología, llegando a convertir su casa de Valladolid en un foco de proselitismo. Considerando el emperador a los luteranos como un movimiento de rebeldía tanto política como religiosa, incitó la actuación implacable de la Inquisición, siendo el del Doctor Cazalla uno de los procesos más severos y rápidos de cuantos se produjeron, en el que estuvieron implicadas élites intelectuales y religiosas. Tras el Auto de Fe fueron quemados vivos junto a la Puerta del Campo aquellos que se mostraron firmes en sus convicciones, mientras que a los que mostraron arrepentimiento, entre ellos el Doctor Cazalla, se les concedió el privilegio del garrote vil antes de ser pasto de las llamas.

En aquellos días hacía menos de un año que el emperador Carlos había fallecido, después de abdicar en Bruselas el 16 de enero de 1556 en favor de su hijo Felipe II, que ocupaba el trono en el momento que se producía el Auto de Fe en Valladolid. Sin embargo el rey no se hallaba en España durante el acontecimiento, que fue presidido por la princesa regente Juana de Austria, hermana de Felipe II y muy influenciada por su padre Carlos, que aprovechó su estancia en Valladolid y la cercanía de Villagarcía de Campos para reclamar un deseo personal: que le fuera presentado a su hermanastro Jeromín, como así ocurrió.

Presentación de Juan de Austria a Carlos V
Eduardo Rosales, 1869. Museo del Prado
Ese es el momento que ofrece la escena cerámica de Juan Ruiz de Luna, con una Plaza Mayor abarrotada, incluyendo balcones, para contemplar el juicio sumarísimo del Santo Oficio contra el Doctor Cazalla, mientras en la tribuna real, colocada en primer plano, doña Magdalena de Ulloa hace una reverencia ante Juana de Austria, después de que su esposo, don Luis de Quijada, que junto a las mujeres porta en la mano su sombrero después de descubrirse ante la regente, haya presentado oficialmente a Jeromín, que aparece colocado delante de uno de los tronos. A los lados miembros de la corte, maceros y representantes del clero.       

Conviene recordar que Felipe II conocería a Jeromín tres meses más tarde de este hecho, reconociéndole, según el codicilo paterno, como miembro de la familia, pasando a otorgarle Casa propia, al frente de la cual continuó figurando don Luis de Quijada, y cambiando su nombre por el de don Juan de Austria. Al niño la historia le tenía reservado, durante su mayoría de edad, un importante futuro como militar y diplomático español, especialmente glorioso como vencedor en la mítica batalla de Lepanto.  

EL INCENDIO DE VALLADOLID EN 1561 Y SU RECONSTRUCCIÓN
Juan Ruiz de Luna, 1939.
Zaguán del Palacio Pimentel (actual Diputación Provincial), Valladolid.

El 21 de septiembre de 1561, día de San Mateo, el centro neurálgico de Valladolid fue pasto de un pavoroso incendio que quedaría grabado en la memoria colectiva, especialmente porque tras los trabajos de reconstrucción el ámbito afectado fue reconstruido con novedosos criterios urbanísticos renacentistas que convirtieron la ciudad en la más avanzada de su tiempo en España, ofreciendo un modelo después imitado en otros lugares, incluidas ciudades americanas, que prácticamente es el que ha llegado a nuestros días, con dos elementos fundamentales: el trazado rectilíneo de la calle Platerías, con casas homogéneas y separadas por cortafuegos de piedra, y la Plaza Mayor convertida en ágora de encuentro ciudadano.

El incendio, que comenzó a las dos de la madrugada en el taller del platero Juan de Granada, situado en la Costanilla (actual calle Platerías, junto a la iglesia de la Vera Cruz), fue reavivado por las ráfagas de un fuerte viento, de modo que al cabo de tres horas ya era pasto de las llamas toda la calle de la Costanilla (Platerías), buena parte de la calle Cantarranas (Macías Picavea), hasta la Bajada de la Libertad, y parte de la plaza de la Gallinería (Fuente Dorada), debido a la preponderancia de la madera en las construcciones.

La imposibilidad de contar con recursos para combatirlo, a pesar de entregarse a la tarea la ciudadanía de forma masiva, a las ocho de la mañana el fuego alcanzaba del Ochavo a la Rinconada, después el Sitio de Juan Morillo (plaza del Ochavo) y todas las calles limítrofes, como Roperos, Jubeteros, Sombrereros (hoy inexistentes) y Lencería. Por esta vía el fuego invadió la Plaza Mayor, parándose por un lado en el convento de San Francisco (Teatro Zorrilla) y continuando por el otro hasta la Panadería Vieja, soportales de Mantería, Ayuntamiento y calle de Jerez (Jesús), siendo detenidas las llamas, después de treinta y seis horas de desesperación, cuando llegaban a la calle Empedrada (calle Correos), siendo afectadas un total de 600 casas del principal distrito mercantil.

Aquel suceso, germen de la remodelación urbanística, fue plasmado en 1939 por Juan Ruiz de Luna en uno de los paneles cerámicos del zaguán del Palacio Pimentel como un hito en la historia de la ciudad, con una vista de ciudadanos desesperados ante la humareda y la ruina que invade la plaza y los soportales, algunos atendiendo heridos o poniendo a salvo sus enseres más valiosos, una escena que recuerda la tragedia de Pompeya, pues se tiene constancia que los plateros arrojaron el oro, la plata y piedras preciosas a los pozos. Cerca de tres mil personas intentaron combatir el fuego inútilmente alertados por el sonido de las campanas, entre ellos los frailes de San Benito, que abandonaron la clausura y colaboraron con los vecinos con medios tan rudimentarios como los que ofrece la imagen, los recipientes y cántaros utilizados por los aguadores. Las pérdidas de productos de consumo y artesanales fueron cuantiosas, cifradas en 600.000 ducados por el corregidor Luis de Osorio, aunque las víctimas mortales  tan sólo fueron seis, a pesar de la magnitud y circunstancias del suceso.  

El dramático acontecimiento plasmado en la pintura de los azulejos se complementa con otro panel bien distinto. En él aparece el interior de un sala palaciega (posiblemente de El Escorial) en cuyo centro está el rey Felipe II sentado y despachando con una serie de arquitectos dispuestos a su alrededor que portan planos desplegados o enrollados con las ideas propuestas para la reconstrucción de Valladolid, todo ello en presencia de dos asesores eclesiásticos.

Esta escena reproduce un hecho debidamente documentado, pues cuando el Ayuntamiento de Valladolid recurrió al rey (nacido en esta ciudad el 21 de mayo de 1527) pidiendo ayuda ante la catástrofe, Felipe II se implicó personalmente en las tareas de reconstrucción dictando con prontitud hasta 63 cédulas y provisiones, llegando a controlar todos los detalles del proyecto, incluidas las valoraciones, expropiaciones e indemnizaciones, así como la aprobación de la propuesta arquitectónica y la financiación de las obras, que serían llevadas a cabo entre 1562 y 1576 por Francisco de Salamanca, como maestro de obras, bajo la supervisión de los arquitectos reales.

La reconstrucción proporcionó una nueva imagen del centro de Valladolid, vanguardista en términos actuales, con trazados rectilíneos, fachadas uniformes, cortafuegos pétreos, fustes de piedra en las columnas de los soportales y pisos bajos a dos niveles para facilitar el despacho comercial a ras de calle y encima el taller artesanal. Además se creó un servicio de vigilancia nocturno dotado de trompetas, antecedentes de los futuros serenos.

(Continuará)

Informe: J. M. Travieso.

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