3 de mayo de 2013

Visita virtual: EL DESCENDIMIENTO, narración a través del lenguaje de los símbolos







RELIEVE DEL DESCENDIMIENTO
Benedetto Antelami (activo entre 1178 y 1200)
1178
Mármol
Catedral de Parma
Escultura románica







La iconografía del Descendimiento de Cristo de la cruz se encuadra en las escenas pasionales que llegaron a constituir un género propio desde la Edad Media para resaltar la naturaleza humana de Jesús, y por tanto el valor de su sacrificio, justificando con su muerte el sentido liberador de su resurrección.
El primer referente iconográfico de este episodio pasional fue apuntado por el historiador francés Émile Mâle en su "Histoire genérale de l'art", donde considera que el tema tiene su origen en el arte bizantino del siglo X, en expresiones artísticas herederas del arte paleocristiano en cuyas escenas aparecen personajes muy simplificados, básicamente reducidos a José de Arimatea sujetando el cuerpo de Cristo, Nicodemo ocupado en extraer los clavos y la presencia de la Virgen y San Juan a los lados de la cruz, siempre como libre interpretación del llamado Evangelio apócrifo de Nicodemo, también conocido como Actas de Pilatos.

Tampoco fueron ajenas a la consolidación de tan simple esquema iconográfico las homilías de Jorge de Nicomedia, tan divulgadas en la segunda mitad del siglo IX, en las que explicaba cómo en las palabras pronunciadas por Cristo desde la cruz confiaba a María a su discípulo Juan, convirtiéndole de este modo en madre y señora. Estas recreaciones devocionales, alejadas de cualquier precisión histórica, tuvieron su repercusión en la configuración plástica de las escenas del Calvario y del Descendimiento.

La escena del Descendimiento, en su estricto sentido, aparece por vez primera en una miniatura del Codex Egberti (Códice de Egberto) o Salterio de Tréveris que se guarda en la Biblioteca de Tréveris (Alemania), una obra de capital importancia entre las producciones del arte otoniano en la que aparecen cincuenta y una iluminaciones realizadas entre los años 970 y 980 por el conocido como Maestro del Registrum Gregorii, un monje así denominado por haber ilustrado también una colección de cartas del papa Gregorio el Grande, que incluyen la primera representación secuencial de diversos episodios de la vida de Cristo, entre ellas el Descendimiento, escena en la que  solamente figuran José de Arimatea y Nicodemo liberando a Cristo de la cruz. Este Salterio fue elaborado en el scriptorium del monasterio de Reichenau, en el lago Constanza, y destinado a Egberto, obispo de la ciudad de Tréveris.

Es a partir del siglo XI cuando comienzan a incorporarse al Descendimiento las figuras de la Virgen y San Juan, reforzando con su presencia el sentido dramático de la escena. Así aparecen en unos grupos escultóricos arquetípicos de los cuales los más antiguos se localizaron en Bélgica y Francia, entre ellos la denominada Curva Crux de Lovaina, el más antiguo grupo escultórico del Descendimiento conocido, realizado hacia la mitad del siglo XI en el ambiente renano-mosano. Seguirían otros grupos franceses realizados en el segundo cuarto del siglo XII y otros algo más tardíos elaborados en España, destacando el Descendimiento del claustro del monasterio de Silos (Burgos) y la importante serie de descendimientos pirenaicos realizados a partir de los años finales del siglo XII.

En este contexto es cuando Benedetto Antelami realiza en 1178 su genial creación para la catedral de Parma, un extraordinario altorrelieve marmóreo que supone la cumbre del arte románico y forma parte de la antología de la mejor escultura europea. Este Descendimiento es el único panel superviviente de la magna obra de Antelami para la galería del coro catedralicio, actualmente ubicado en la parte derecha del transepto de la catedral, en un contexto muy distinto al original, expuesto con criterios museísticos como la más antigua representación italiana del tema de la "Deposizione".

Se trata de un relieve de disposición longitudinal, con las figuras apoyadas ordenadamente sobre una cornisa y enmarcado por una orla decorada con motivos de racimos vegetales, de inspiración clásica, ejecutados de acuerdo a la técnica oriental del nielado, al modo de la tradición bizantina. Se completa con un alero ornamentado con rosetas y tallos entrelazados.

La escena está estructurada con maestría en tres partes y presenta el momento en que Cristo es desclavado de la cruz en presencia de distintos personajes. Su figura, al contrario de los estereotipados crucifijos románicos, mayestáticos, serenos e indoloros, intenta expresar la cara más humana del sufrimiento a través de la expresión del rostro, toda una aportación de Antelami. Su cuerpo es recogido por José de Arimatea, mientras la Virgen, acompañada por un San Juan de gesto resignado, recoge con delicadeza la mano derecha de su Hijo y con la ayuda de un ángel la coloca junto a su mejilla en un gesto entre amatorio y doloroso. Al otro lado Nicodemo, encaramado en una escalera de apoyo incomprensible, se afana en desclavar la mano izquierda. La disposición de estas figuras guarda relación con los abundantes grupos leñosos catalanes e italianos.

Pero la escena creada por Benedetto Antelami va más allá, pues el escultor incluye otros pasajes simbólicos que tratan de resaltar el triunfo de Cristo justamente en el momento más dramático de su existencia, el momento que sigue a la confirmación de su muerte física, cuando todo es desolación entre sus seres cercanos.

Una de las principales innovaciones son dos personajes que ocupan un espacio muy significativo bajo los brazos de la cruz. El que está colocado a la derecha de Cristo es una personificación simbólica de la Iglesia triunfante, fácilmente identificable por portar en su mano un cáliz, símbolo de la sangre de Cristo y de su sacrificio, al tiempo que enarbola un estandarte que ondea al viento con el signo de la cruz. En el lado opuesto se personifica a la Sinagoga, obligada por un ángel a doblegar su cabeza en señal de reconocimiento, al tiempo que insinúa abatimiento, efecto reforzado por el estandarte fracturado que porta. Las dos figuras proclaman el efecto redentor de Cristo con su muerte y el nacimiento de una Nueva Ley, en definitiva, el triunfo del cristianismo sobre el judaísmo.

El relieve de Antelami incluye otras dos escenas que no tienen correspondencia temporal con el momento del Descendimiento, una secuencialmente anterior y otra posterior. A la derecha del relieve, según la posición del espectador, aparece un grupo de diez soldados romanos, con cuatro de ellos sedentes en primer plano que reparten a suertes la túnica de Jesús después de ser crucificado, un pasaje citado someramente en los Evangelios, siendo Juan el que añade ciertos pormenores, como que los soldados hicieron cuatro partes de las vestiduras y decidieron no rasgar la túnica por estar tejida de una sola pieza y sin costuras, por lo que decidieron echarla a suertes. La túnica es visible en primer plano, mientras que, de forma desconocida para la época, los soldados se disponen en dos planos superpuestos logrando un efecto de profundidad poco habitual en los escultores románicos, algo que constituye el primer ensayo espacial de la escultura italiana.
En lo alto de este espacio aparece la figura de la Luna personificada en una cabeza femenina inscrita en un medallón y con su correspondiente inscripción. Simboliza la Noche o las tinieblas que envolvieron el mundo en el momento de la muerte de Jesús.

Al lado contrario aparece una escena temporalmente posterior: la presencia de las Tres Marías ante el sepulcro de Cristo. Las santas mujeres están representadas en forma de cortejo, aludiendo al pasaje en que fueron informadas por un ángel de que el sepulcro se encontraba vacío, convirtiéndose así en los primeros testigos de la Resurrección. La idea queda remarcada con la colocación sobre ellas de un medallón en el que aparece personificado el Sol, símbolo de luz y vida. De esta forma tal sutil el escultor no sólo logra fundir en las figuraciones los pasajes de la crucifixión, muerte y resurrección, sino también inculcar al relieve un contenido teológico como exaltación de la nueva ley cristiana.

Estilísticamente el conjunto presenta una acumulación formal de distinta procedencia. Tanto las alegorías del Sol y de la Luna, como los roleos decorativos de la orla y las rosetas del alero superior entroncan tanto con el arte clásico romano como con la tradición bizantina, mientras que las figuraciones de las tres escenas desarollan formas derivadas del románico provenzal, especialmente relacionadas con aquellas de la abadía de Saint-Gilles-du-Gard, sin que falten reminiscencias de los sarcófagos paleocristianos en la concepción del relieve.

Sin embargo, Benedetto Antelami, que deja firmada su obra en la inscripción del fondo, logra abrir una vía en la abstracción del universo neoplatónico románico, intangible y sobrenatural, mostrando un esfuerzo por canalizar el interés hacia el mundo terrenal y sensible, un deseo, en último término, por mostrar la esencia de la naturaleza humana.  

Informe: J. M. Travieso.

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