4 de octubre de 2013

Visita virtual: CRISTO DE PALACIOS DE BENAVER, el retorno a los orígenes














CRISTO CRUCIFICADO
Anónimo
Primera mitad siglo XII
Madera policromada y pintura en la cruz
Iglesia del convento de San Salvador, Palacios de Benaver (Burgos)
Escultura románica














La comunidad de monjas benedictinas que veneran y conservan este crucifijo en la iglesia del convento de San Salvador, en la población burgalesa de Palacios de Benaver, le denominan cariñosamente "el Cristo de los Ojos Grandes", aunque no sólo son grandes los ojos, sino toda la imagen, cuyas considerables dimensiones —2,76 metros de altura, 2,23 metros de ancho y 40 centímetros de fondo— le distinguen como uno de los crucifijos románicos de mayor tamaño entre los conservados tanto en Castilla como en toda España. Otro tanto se puede afirmar de su antigüedad, pues, aunque no está documentado y se le ha venido datando a finales del XII, hay sobradas razones para pensar que unas manos desconocidas le dieron forma, siguiendo las más estrictas pautas del arte románico del momento, en un período indeterminado a caballo entre finales del siglo XI y principios del XII, poco tiempo después de la presencia en los páramos burgaleses de la figura del Cid, generando, como el héroe legendario, una serie de leyendas que se difuminan junto a los muros del monasterio que lo acoge, donde no sólo se recuerdan las razias sanguinarias de los caudillos moros Zefa y Almanzor, sino también que fue el hallazgo del propio crucifijo lo que alentó la posterior reconstrucción del monasterio benedictino de San Salvador en torno a la regla asociada al "ora et labora" y en una zona vinculada a la Ruta Jacobea.

Dejando a un lado leyendas de endeble fundamento relacionadas con los primeros condes de Castilla, hoy podemos resaltar los valores artísticos de esta talla que se presenta como prototipo de los cánones estéticos que prevalecieron cuando en buena parte de Europa se construía, pintaba y esculpía siguiendo las pautas del mismo estilo, el Románico; se utilizaba una lengua común, el latín; se entonaba el mismo tipo de canto, el gregoriano; y se escribía en el mismo tipo de letra, la carolina, compartiendo estos mismos patrones en un fenómeno cultural al que no fue ajena la vía de comunicación que representó el Camino de Santiago.

El Cristo de Palacios de Benaver ofrece rigurosamente todas las peculiaridades de la iconografía románica más genuina, aquella de origen bizantino que, aunque presenta a Cristo como un ajusticiado en la cruz, con la ausencia de padecimiento intenta resaltar su victoria sobre la muerte como símbolo de su naturaleza divina, después de ésta fuera cuestionada en algunas herejías, justificando con ello el valor de su sacrificio para la salvación o redención de la humanidad.  

Este monumental crucifijo fue objeto de una restauración integral en 2007 que ha permitido recuperar no sólo sus valores escultóricos, sino también su policromía original, incluida la sorpresa de las pinturas aparecidas sobre el anverso y reverso de la cruz, a la que también se ha reintegrado el tamaño que tuvo en origen y que había sido recortado. Porque la talla había sufrido a lo largo del tiempo una "puesta al día" a través de modificaciones agresivas, algunas de las cuales afortunadamente se han podido eliminar durante el proceso de restauración, mientras que otras se han paliado en la medida de lo posible. Entre ellas posteriores aplicaciones en los ojos para que estuvieran cerrados o abiertos, según el gusto de cada época, hasta cinco repintes superpuestos en las carnaciones, incluyendo nuevos regueros de sangre, modificaciones en el perizonium o paño de pureza y su adaptación para ser vestido y llevar peluca, conociendo igualmente sucesivos recortes del tamaño de la cruz para adaptarle a distintas ubicaciones, el último realizado en el siglo XVIII para ajustarle a la hornacina de un retablo.
Hoy día se puede contemplar el crucifijo en una de las capillas de la iglesia con un aspecto muy próximo al original, aunque su posible ubicación, como era tradición, posiblemente fuera colgado sobre el altar en la embocadura del presbiterio.


La imagen está compuesta por el cuerpo de Cristo, tallado en bulto redondo y superpuesto a través de los clavos a una ancha cruz de madera de haya, siguiendo el prototipo implantado a partir del siglo XI: sin ningún atisbo de expresión de dolor y sin pretensiones naturalistas en la anatomía, convertidos sus valores plásticos en un símbolo por antonomasia de victoria sobre la muerte. Su proporcionado cuerpo tiene una disposición vertical, con los brazos rectos y en posición horizontal, los característicos dedos largos, las piernas sin flexionar y los pies paralelos, con la típica representación de la crucifixión con cuatro clavos. Cristo mantiene la cabeza erguida y mira al frente con los ojos abiertos. Presenta nariz afilada, boca cerrada, barba recortada y un pronunciado bigote que la remonta, así como una larga melena con raya al medio y mechones por detrás de las orejas en forma de tirabuzones que discurren por los hombros, siguiendo el principio de simetría que domina toda la figura, sin incorporar la corona de espinas.


Especial interés tiene el trazado anatómico, con un cuerpo en el que priman los volúmenes esquemáticos y geométricos y en el que los principales rasgos aparecen reflejados mediante incisiones sobre la superficie. Esto se aprecia en la configuración de los hombros y sobre todo en las costillas, trazadas bajo el pecho en forma de nueve incisiones paralelas y onduladas que contrastan con la tersura de los pectorales y del vientre. Junto al trabajo de la cabeza la máxima ornamentación se concentra en el perizonium, un faldellín que, como es habitual en su época, cubre de la cintura a las rodillas y que también presenta un diseño basado en la simetría y en el uso de incisiones, con uno de los cabos en forma semicircular y pequeños pliegues al frente y dos capas superpuestas en los laterales con un juego de plegados que aparece original y caprichoso en los ribetes, en la misma línea del que presenta el célebre Cristo de Carrizo (Museo de León), con un tímido atisbo de supeditar las vestiduras a las leyes físicas. El mismo esquematismo geométrico se repite en las piernas, largas y ligeramente modeladas sobre un esquema cilíndrico, con los pies dispuestos para descansar sobre un soporte desaparecido, el llamado suppedaneum.

El modelo es representativo del tipo de crucifijo más extendido en Castilla, donde no abundaron los modelos de Cristo en Majestad tan comunes en el territorio catalán, caracterizados por el recubrimiento del cuerpo con una esquemática túnica o hábito talar (túnica manicata) que velaba la anatomía, en ocasiones con corona real. En Castilla, como rasgos comunes a lo largo de los siglos XI y XII, los crucifijos ofrecen una anatomía completa basada en el esquematismo, la frialdad de formas y las desproporciones, concentrando en el perizonium una gran fantasía decorativa.

El Cristo de Palacios de Benaver es un vivo ejemplo de cómo los escultores románicos trabajaban al servicio del dogma religioso procurando materializar una figura más representativa de valores simbólicos que naturalistas o imitación del mundo real, deformando la realidad en aras del impacto emocional y encontrando en la simplicidad y el geometrismo, es decir, en la pura abstracción, la vía adecuada para presentar el símbolo: El cuerpo de Cristo es el símbolo de la cruz en sí mismo, la Virgen sedente adquiere el valor de ser el trono de su propio Hijo, etc. Estos factores proporcionan a las obras románicas un alto contenido intelectual, pudiéndose comprobar en este crucifijo como la imperfección de la rigidez y el hieratismo, que se contrapone a las leyes naturalistas, proporciona sin embargo a la figura una mayor solemnidad y valor simbólico como maiestas domini: Cristo vivo y con su propio cuerpo convertido en cruz, sin peso y sin dolor.   

De igual manera la policromía responde a los cánones del momento, con una paleta muy limitada y colores lisos resaltando distintos elementos esquemáticos, como ojos, cejas, cabellos, regueros de sangre, etc., contrastando el tono lechoso de las carnaciones con los tonos verdosos y rojizos del perizonium, en cuya ornamentación se utilizan pequeños círculos o lunares en blanco para simular ricas telas de aire principesco.

Sin embargo, una de las mayores peculiaridades del Cristo de Palacios de Benaver es la de presentar el anverso y reverso de la cruz recubierto de labores polícromas, en gran parte desaparecidas, lo que le confiere la categoría de obra maestra del románico. Entre la pintura de la cruz, aparecida bajo la capa de suciedad en la restauración de 2007, destaca la figura del Agnus Dei que se halla donde se cruzan los ejes en el reverso, con la figura del cordero portando una cruz, simbolizando a Cristo, inserto en un círculo que a su vez se enmarca en un cuadrado decorado con trazos esquemáticos que forman cadenetas y tallos vegetales, un tipo de decoración que se repetía por toda la cruz y en la que prevalece la simplicidad, los esquemas geométricos y los colores planos, en este caso los bordes remarcados en negro y con encasillamientos rellenos de color rojo intenso.

El enorme crucifijo es la principal obra artística que guarda el convento de San Salvador de Palacios de Campos, de tan dilatada historia y que tanta influencia ejerció en su entorno hasta el siglo XV. Una obra que sigue impresionando a pesar de su esquematismo, frialdad y falta de naturalismo, siendo capaz de emocionar a cuantos lo contemplan por la fascinación que producen en ocasiones las "imperfecciones" de algunas obras románicas que sin embargo revelan el lenguaje del arte en su estado más puro y sincero.   
 

Informe: J. M. Travieso.
Fotografías: Santiago García Vegas.




























Pintura románica del Agnus Dei en el dorso de la cruz















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