24 de abril de 2015

Theatrum: ÁNGELES Y DEMONIOS, repertorio iconográfico en Valladolid (XII)










16 y 17  ARCÁNGEL SAN GABRIEL Y ARCÁNGEL SAN RAFAEL 
Círculo de Luis Salvador Carmona, hacia 1750.
Iglesia de Nuestra Señora del Carmen Extramuros, Valladolid.










En la embocadura de la capilla mayor de la iglesia del Carmen Extramuros, sobre peanas adosadas al muro, aparecen las elegantes imágenes de los arcángeles San Gabriel y San Rafael, que ofrecen una visión evolucionada de la iconografía angélica existente en Valladolid, ya que recogen el influjo del estilo rococó que penetró en España durante el reinado de Felipe V (1700-1746). El nuevo estilo, de aire amable, pintoresco y trivial, ligado a los ambientes cortesanos, debido a la falta de contacto de España con los más importantes centros del rococó europeo, especialmente Francia y Alemania, no llegó a modificar en esencia el vocabulario barroco preexistente, en el que se había impuesto el recargamiento ornamental de la corriente churrigueresca, sino que se limitó a incorporar, a partir de la década de 1730, una serie de determinados recursos estéticos a la escultura que definen lo que podemos considerar como una fase del barroco tardío en pleno siglo XVIII.

Ajustados a estas innovaciones se muestran las imágenes de los dos arcángeles, que el profesor Juan José Martín González20 atribuyó, por razones puramente estilísticas, al círculo del escultor Luis Salvador Carmona (1708-1767), nacido en la villa vallisoletana de Nava del Rey. Así lo avala la forma con que las dos figuras se desenvuelven en el espacio, sus elegantes ademanes, el modo de estar trabajadas las indumentarias y la impecable ejecución técnica de la talla.

En realidad la iconografía de estos dos arcángeles, que podrían datarse a mediados del siglo XVIII, se ajusta con bastante fidelidad a la ya existente en el repertorio vallisoletano, limitándose a incorporar un gran dinamismo corporal, a reinterpretar los diseños del vestuario y a representar los plegados con una agitación desconocida hasta entonces.

El arcángel San Gabriel aparece en su condición de mensajero divino en amanerada posición de contrapposto y siguiendo en su conjunto una línea serpenteante muy pronunciada, con el pie izquierdo apoyado sobre un peñasco, lo que permite flexionar la pierna originando una caída de la cintura hacia ese lado, mientras levanta el brazo derecho con los dedos hacia lo alto indicando con el gesto el origen de su mensaje. El brazo izquierdo se coloca hacia abajo, delatando la posición de los dedos que debió portar un atributo desaparecido, con toda seguridad un cetro o caduceo. Su bella cabeza, con abultados mechones ensortijados, se orienta al espectador, destinatario inequívoco de su mensaje. El elemento innovador aparece en el tipo de indumentaria y el modo de lucirla. El tradicional juego de túnicas superpuestas se reduce a una sola, con una gran abertura que deja visible su pierna izquierda y el brazo izquierdo sin cubrir, dejando al aire la manga caída parte del pecho, algo desconocido hasta entonces.

Otro tanto ocurre con el arcángel San Rafael, con las piernas colocadas en diferentes planos, el brazo derecho levantado para sujetar el bordón y el izquierdo hacia abajo sujetando el pez —ambos atributos desaparecidos—, la cabeza, de larga melena y ondeantes mechones al viento, girada hacia la derecha y una indumentaria que, al contrario que San Gabriel, conserva el aspecto de peregrino por la esclavina con veneras adosadas en los hombros superpuesta a una túnica que presenta largos cortes que dejan las piernas al descubierto.    

Ambos comparten su aspecto andrógino, la aplicación de ojos de cristal, la parte inferior de las túnicas agitada por una brisa mística y los extremos de sus cortes decorados con broches en forma de punta de clavo, así como una policromía preciosista en las túnicas, ornamentadas en el envés con motivos florales a punta de pincel que contrastan con el revés de color liso, alas de gran fantasía y brillante colorido y carnaciones de tonos muy pálidos de acuerdo al gusto de la época por los trabajos de porcelana. En definitiva, concilian en la imaginería religiosa las tendencias del estilo rococó, eminentemente burgués, profano y con gusto por el refinamiento y la exquisitez.

Sus valores formales y técnicos remiten a la obra desplegada por Luis Salvador Carmona, el gran escultor nacido el 15 de noviembre de 1708 en la villa vallisoletana de Nava del Rey que consolidó su formación en el taller que tenía abierto en Madrid el asturiano Juan Alonso Villabrille y Ron, el más prestigioso de la Corte y buen exponente del barroco exaltado. En el ambiente cortesano madrileño también conoció la obra de escultores como Juan de Villanueva y Barbales, Pablo González Velázquez o Alonso de Grana, que junto a las obras llegadas de Nápoles y Roma y aquellas realizadas por escultores franceses fueron marcando el nuevo rumbo a la escultura.

En 1739 ya disponía de un prestigioso taller en Madrid, recibiendo el encargo de doce esculturas para el retablo de la iglesia de Santa Marina de Vergara que había contratado Miguel de Yrazusta, ensamblador guipuzcoano residente en Madrid, donde incluyó una dinámica y creativa imagen del arcángel San Miguel que se convirtió en nuevo prototipo a imitar. Ello le proporcionó una apreciable clientela en el País Vasco, siendo los navarros residentes en la Corte quienes le encargaron un buen número de imágenes devocionales, siempre de excelente calidad y gran belleza.

Aspecto de la iglesia del Carmen Extramuros, con los ángeles
colocados en la embocadura del presbiterio
Precisamente, y entiéndase esto como mera especulación, esa relación con Miguel de Yrazusta pudo ser la causa de la elaboración de los dos arcángeles vallisoletanos, puesto que el tracista y ensamblador cuyos retablos alojaron esculturas de Salvador Carmona, estuvo en Valladolid a finales de 1740 para asentar el retablo encargado para la capilla de San Joaquín del convento del Carmen Descalzo y realizar la traza del retablo mayor del convento de San Agustín21. En ese momento bien pudo producirse el encargo de los arcángeles del Carmen Extramuros. 

En 1746 Luis Salvador Carmona inició sus trabajos en la decoración del nuevo Palacio Real, trabajando después para iglesias de La Granja, para conventos de Madrid de todas las órdenes e importantes personajes de la nobleza, logrando en 1752 el cargo de Teniente de Director en la Real Academia de San Fernando. Paralelamente realizó múltiples trabajos destinados a poblaciones tan diversas como León, Astorga, Segovia, Salamanca, Nava del Rey, Medina de Rioseco, Talavera, Los Yébenes, Serradilla, Brozas, La Rioja, Loyola, etc., calculándose su producción22 en más de quinientas esculturas realizadas en todo tipo de material y dotadas de una creatividad personal en la que es constante la delicadeza y la ternura.

Luis Salvador Carmona realizó tan prolífica obra a pesar de truncarse su carrera con su muerte, producida el 3 de enero de 1767, cuando contaba 57 años. Al servicio de la Corona o atendiendo peticiones de los nobles, de las órdenes religiosas o de particulares, a todos cautivaron sus esculturas impregnadas de emoción y sentimiento, aquellas que le sitúan como el escultor español más completo de su tiempo.                   

(Continuará)

Informe y fotografías: J. M. Travieso.

NOTAS

20 MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. Monumentos religiosos de la ciudad de Valladolid. Institución Cultural Simancas, Valladolid, 1985, p. 280.

21 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Revisión a la vida y obra de Luis Salvador Carmona. Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), Tomo 49, 1983, p. 444.

22 URREA FERNÁNDEZ, Jesús. Luis Salvador Carmona (1708-1767). Diputación de Valladolid, Valladolid, 2009, p. 15.  

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